Nicholas.
Era un pésimo cocinero y seguro debí pensar en eso antes de adentrarme en una cocina que a pesar de que era mía no la conocía en lo absoluto. Solo sabía donde estaban las cosas que usaba para hacerle el biberón a Alaia y la comida que de vez en cuando comía a medias antes de irme al trabajo.
A la próxima mi primera opción sería invitar a Emma a desayunar tal como estábamos haciendo ahora en el la panadería Nichols a un par de calles del edificio.
—La cita de Alaia es hoy por la tarde —me avisó llevándose un trozo de pan a la boca. Con cuidado, partió en pedazo no tan grande y se lo dio a mi hija que intentaba a toda costa llegar al trozo más grande en su otra mano—. Cómete este primero —le habló con cariño.
Alaia hizo una mueca, sus ojos verdes se tornaron furiosos, pero aceptó el pan que Emma le brindaba, tardándose varios segundos en tragarlo. Sin embargo, no fue por más, solo extendió las manos en mi dirección, exigiéndome que la tomara.
Nada más llegó a mi pecho bajo la suave risa de Emma mirándonos, se puso de pie, dejando que la sostuviera por la cintura para que no se cayera mientras iba por mi gorra negra.
—No me la quites —advertí, echando la cabeza a un lado. Alaia soltó un grito que alertó a todas las personas alrededor. La panadería no estaba tan llena como de costumbre, apenas estaban abriendo, pero ya había cierta cantidad de personal que solo cuadró su atención en mi hija enojada—. Alaia, dije que no.
—¡No! —Palmeó mi espalda, dando saltos en su lugar—. Papá.
La miré y me fue imposible mantener el tono serio en mi voz. Era imposible decirle que no, sobre todo porque amaba verla sonreír con esa sonrisa desdentada que me dedicaba cada que la mimaba.
—¿Desean algo más?
Levanté la mirada en dirección a la rubia atendiéndonos. Emma sonrío con dulzura.
—Lana, ¿no? —Permanecí en silencio ante el intercambio entre ambas. La rubia de ojos casi negros asintió amablemente, su sonrisa aliviando el cuerpo de Emma—. ¿Puedes empacarme un par de magdalenas para llevar, por favor?
—¿Cuántas?
—Media docena.
—La docena completa —interrumpí su hablar, provocando que ambas fijaran su atención en mí. Los ojos de Lana no demoraron mucho tiempo en mi rostro como los de Emma, los de la rubia brillaban de emoción al posarse sobre mi hija de pie a mi lado, enterrando su cabeza en mi cuello—. Alaia, dile hola a Lana.
La rubia parpadeó sonriente en dirección a mi hija, la cual me miró, aún enojada.
—A ver, como te enseñé. —Tomé su mano, ondeándola hacia la chica que le devolvió el gesto cuando la solté y ella sola siguió saludándola a medias—. Dile hola.
—Ota.
Sorbió su nariz, girándose cuando la campanita de la entrada sonó, llamando su atención. La perdimos con eso, porque además, una chica entró con tres perros que hicieron emocionar a mi hija, la cual tuve que sostener con firmeza para que no se cayera.
—La docena completa, Lana —pedí sin mirar a una Emma curiosa—. Y tráenos la cuenta, por favor.
—Si, señor.
A pesar de que sentí los ojos grises de Emma sobre mí, no la miré, me dediqué a besar el hombre de una Alaia muy concentrada en saltar del mueble en el que nos encontrábamos para llegar a los animales.
—Dijiste que casi no comías dulces —me recordó Emma cuando nos dirigimos a la caja a pagar. Ella se hizo cargo de Alaia cuando no pude evitar que corriera a los animales hace unos segundos—. ¿Por qué una docena completa?
—No son para mí.
Entrecerró sus ojos en mi dirección, pero no dijo nada.
—Tengan un buen día —soltó Lana con una sonrisa—. Tienen una hermosa familia.
—Gracias —miré a Emma, quien se quedó sin habla—. Las llevaré a casa y luego iré a entrenar —le digo cuando ya estamos fuera.
Mi mano busca la suya tomándola por sorpresa, pero sus dedos se aferran a los míos a medida que avanzamos, ella sosteniendo a mi hija y yo el bolso de Alaia y el suyo al igual que la caja de magdalenas que seguro se terminará esta misma noche.
Vincent nos sonrió a ambos al momento que entramos. Alaia aceptó mi beso en su frente para luego esconder su rostro en el cuello de Emma en tanto una hermosa sonrisa curvaba sus labios.
—Pasaré por ustedes a las tres para la cita de Alaia. —Emma asintió, observándome—. Llámame si necesitan algo.
—Lo haré. —Su mirada tan suave me hizo imposible dejar de mirarla—. ¿Qué?
Mi respuesta tan impulsiva, pero necesaria, fue presionar mis labios sobre los suyos, mi mano aferrándose a su delicado cuello mientras sentía su sonrisa impactar contra mi boca. Ella me volvía un manojo de emociones solo con una mirada.
—Papá —escuché antes de apartarme. Al hacerlo, Alaia se aferró al cuello de Emma mirándome con esos ojos acusadores como cuando no le devolvía su juguete.
—Dame un beso.
Ella negó ante mi petición, pero la vi sonreír, acurrucándose contra Emma.
—Dale un beso a papá —pidió la castaña sosteniéndola, sin contener su sonrisa. Alaia chilló emocionada, pero cedió, inclinándose hacia mí—. Ella te adora.
—Claro que sí —la sostuve contra mí—, es una niña de papá.
Me despedí de ambas, por alguna razón, el vacío que sentí esta vez al dejarlas fue diferente, pero no me detuve a pensar mucho en ello. Me sentía en calma, y ansioso por volver a casa en un par de horas porque sabía lo que me esperaba en el entrenamiento.
Las miradas burlonas fueron lo primero que divisé e ignoré exitosamente. Le siguieron las risas entre murmullos provenientes de Erick y Kyle, y al final, Grand se les unió. Los tres me lanzaron miradas conocedoras y estaba casi seguro que otra apuesta saldría de esa conversación en la cual no quería participar.
—¿Cómo estuvo la cita? —Rodé los ojos sin mirar a Lucas a mi lado. Su respuesta a mi respuesta fue carcajearse, pero no se marchó—. Saldré con Emma mañana.
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Editado: 02.04.2024