Interception

CAPITULO 26

Emma.

Odiaba el puré de brócoli.

Odiaba el brócoli en cada una de sus presentaciones.

Y Alaia lo amaba.

El puré verde con trozos de brócoli que le preparé para su merienda de las once no se veía nada atractivo, pero a ella parecía encantarle. Y aquí estaba yo, fingiendo que me encantaba porque la pequeña niña de casi dos años me observaba divertida y feliz con cada movimiento que hacía en su dirección.

—¡Más! —gritó emocionada, mordiendo el brócoli en su mano.

—¿De verdad quieres más, pequeña estrella? —Observé el plato casi vacío con asombro. Era lo único que comía sin dejar ni un poco en el plato—. Pero si ya casi terminas.

Desde el sofá de la sala, Nicholas se burlaba de mí mientras nos observaba. Alaia estaba cubierta de puré y yo intentaba poner una sonrisa en mi boca solo para sus bellos ojitos, no era muy difícil normalmente, pero no siempre tenía comida verde en mi boca y luchaba contra las ganas de desecharla.

Tomando un pañuelo, alejé el plato azul de sus manos y tomando la cuchara en el proceso, los puse a un lado para que no pudiera agarrarlos de nuevo. La harina la podía manejar, pero esto, iba mucho más allá de mí cordura.

En su boquita figuró un pequeño mohín casi haciéndome sentir mal. Casi. Porque la conocía, y sabía perfectamente que era solo una de sus maneras de llegar a mi corazón para que le devolviera el plato casi vacío y poder terminar de empaparse y embarrar su silla.

—No me pongas esa cara, pequeña —murmuré sin poder resistirme a verla. Era una estrellita manipuladora que sabía qué hacer para tenerme rendida a sus pies—. Emma sabe que quieres ese plato de vuelta, pero no puedo dártelo, cariño.

Levantando la parte delantera de su silla, la saqué de ella tomándola en mis brazos. Como toda niña que no obtenía lo que quería, puso su cabeza en mi hombro consciente del efecto que tendría en mí.

—No esta vez, Alaia —hablé intentando sonar como la adulta aquí, aunque a quién engañaba, apenas si podía controlarme.

—Papá.

Nicholas sonrió levantándose de su lugar y caminando hacia nosotras. Amaba escuchar esa palabra saliendo de la boca de su hija.

—Ven aquí, princesa.

Alaia sonrió estirando sus bracitos para que su padre la cargara. El hombre que durante este último mes se había metido en cada rincón de mi corazón me observó divertido.

—Llevo diciéndote desde que llegaste que debes aprender a decirle que no, hermosa —habló acercándome a él y poniendo un beso en mi cabeza. Tenía razón, pero no le daría la razón ahora.

—Es imposible hacerlo, tú no lo haces —me quejé.

Él comenzó a reír mientras caminábamos al sofá. Alaia chilló descubriendo el gran aplastado de puré que había dejado en su vestido blanco y mostrando sus dientecitos puso sus manos allí y comenzó a hacer pequeños círculos embarrando aún más la tela. Sí, se necesitaría mucho más que jabón para quitar esa mancha.

—Cariño, soy su padre —anotó con una sonrisa—. La regla es que yo no puedo decirle que no, y es por eso que tú, mi bella novia y fabulosa niñera de mi hija debes comenzar a hacerlo.

Bufé tomando el vestido de Alaia y levantándolo sobre su cabeza dejándola con las manos llenas de puré y su redonda carita enojada. Nicholas le dio un pequeño beso en la coronilla de su cabeza para distraerla mientras con el mismo vestido limpiaba sus manos. Tenía que aprender también a bañarla luego de desayunar.

— No soy tu novia —dije riendo al ver su rostro volverse estoico mientras me observaba terminar de limpiar el rostro de mi pequeña estrella.

— Si lo eres —le sostuve la mirada sintiéndome pequeña bajo sus ojos verdes. —Duermes en mi cama cada noche, te beso cuando quiero y dónde quiero y pasamos tiempo juntos, eres mi novia Emma —habló tapando los ojitos de Alaia con su mano derecha e inclinándose rápidamente para plantar un suave beso en mis labios.

— Lo siento, señor Stevens pero no recibí esa propuesta —me burlé poniéndome en pie para ir a bañar a Alaia, su mano me detuvo mientras sonreía.

— Emma Brown, ¿quieres ser mi novia? —su mano voló dramáticamente a su pecho haciéndome reír —me romperás el corazón si dices que no, hermosa. No puedo vivir con el corazón roto —dijo intentando sonar serio pero una pequeña sonrisa se le escapó al final.

—Claro, no es como si tuviese opción tampoco.

Su boca se abrió con gracia por mí respuesta y tomando mi mano tiró de esta, poniéndome en el sofá de nuevo.

—Te gusta dormir en mis brazos, admítelo.

Rodé los ojos porque cada noche hacía que lo dijese en voz alta. Aunque las primeras noches él había sido quién sin previo aviso me había cargado en sus brazos y me había puesto en su cama, dejé de luchar en la primera semana sabiendo que era un caso perdido.

Amaba dormir junto a él.

—No quiero que tengas pesadillas —me reí recibiendo una de sus miradas de «no me jodas».

Alaia comenzó a reír también al ver la cara de su padre.

—¿Te burlas de tu padre? —La miró—. Muy mal —habló recostando a Alaia en sus piernas y llevando su boca a su muy lleno estómago, provocándole algunas cosquillas—. ¿Quieres que siga?

Mi teléfono comenzó a sonar en la mesilla frente a nosotros deteniendo nuestra risa. El nombre de mi hermano parpadeando en la pantalla me hizo suspirar. No había contestado sus llamadas desde hace más de un mes y cada día se sentía peor. Edward no merecía esto, pero tampoco merecía perder todo por lo que un día había renunciado a sus sueños.

Le mensajeaba de vez en cuando, pero no soportaría una llamada completa sin decirle la verdad. Me sentía muy mal por eso.

La mano de Nicholas apretó mi muslo haciéndome mirarlo, sus ojos verdes viéndome con amabilidad en ellos.

—Creo que deberías tomarla, hermosa —sugirió.

Bajé la mirada, negando. Cada que Ed llamaba, Nicholas permanecía allí, mirándome sin decir nada, pero con las palabras en sus ojos. Le había dicho todo lo que había pasado con papá una vez comenzamos a salir porque no quería que no supiera en lo que se estaba metiendo al andar conmigo. A partir de allí, me apoyó e incluso le pidió disculpas a Elijah la última vez que vino por mí. Mi hermano me acribilló con preguntas sobre el cambio y sospecha brillaba en sus ojos, pero para mí suerte lo dejó estar y a pesar de que sabía que sospechaba, las cosas no habían ido más lejos.




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