Emma.
Rechacé la llamada de Edward por tercera vez en el día de hoy y quizás por doceava vez en toda la semana, mis manos apartando el teléfono una vez noté que era su nombre parpadeando en la pantalla y no el de alguien más.
Nicholas.
Yo tenía la culpa.
La cruda realidad se hizo presente en mi cabeza a medida que intentaba concentrarme en mis estudios, el cerebro humano burlándose de mí desde la pantalla de mi ordenador mientras intentaba estudiar y así conseguir olvidarme del fiasco en que se había convertido mi vida desde hace una semana.
Aún no podía creer que yo misma hubiese estropeado la felicidad en la que estaba sumida en menos de cinco minutos, bastaron unas cuantas palabras saliendo de mi boca para notar el dolor en los ojos de Nicholas, el cual yo había causado. No había intentado llamar y sabía que él no llamaría de vuelta. Estaba dolido y yo demasiado confundida con todo lo que estaba sucediendo.
Escaneé la habitación de huéspedes en la que había pasado mi primer mes a la deriva antes de entrar a trabajar en casa de Nicholas. Las paredes color coral me hacían extrañar el blanco neutral de la habitación de Nick.
Nuestra habitación.
Así la había llamado hace poco más de una semana y ahora, ya no lo era más. Después de escuchar la puerta al cerrarse ese día, supe que él no saldría en un buen tiempo del baño, probablemente intentando calmar el dolor que había provocado. Tomé una decisión que fue lo mejor para ambos en ese momento y empaqué mis cosas antes de que Lauren regresara con Alaia, mi corazón partiéndose mucho más conforme me despedía de Vincent en la entrada, su mirada confundida al escuchar como le pedía que me ayudara a encontrar un taxi.
No dijo nada, pero sus ojos brillaban con confusión e incertidumbre. Preferí solo decir adiós con un leve movimiento de mi mano y luego subirme en el taxi llorando hasta que el amable señor me dijo que habíamos llegado a mi destino.
Quería regresar, pero no podía, no sabría que decir porque pese a que teníamos que hablar, no tenía una respuesta que pudiera solucionarlo todo.
Ni siquiera tuve el valor de esperar a la pequeña estrella, sabía que una mirada a sus ojos verdes y mi mundo se desmoronaría mucho antes de subirme en el auto, no quería que me viera así y por mucho que me doliese no darle un último beso, había sido lo mejor.
La extrañaba tanto.
La universidad me mantuvo absorta en el mundo que aprendí a amar conforme los años pasaron, pero sabía que algo faltaba, y no tenía que analizar mucho la situación para darme cuenta de que, si bien Elena me estaba intentando dar mi espacio sin mediar palabra con respecto al tema, era cuestión de tiempo antes de que mis hermanos se enteraran de lo que pasaba y se plantaran aquí.
—Pedí comida china, ¿me quieres acompañar? —la voz de mi mejor amiga fue baja mientras entraba al reducido espacio y me observaba con tristeza reflejada en sus ojos azules. Sacudí levemente la cabeza viendo como enojo llenaba su mirada—. Emma, tienes que comer. ¿Piensas que un par de frutas al día te mantendrán por mucho tiempo?
Cerré mi boca no queriendo contestar, aunque sabía que tenía razón.
—No me voy a enfermar, cálmate —murmuré dirigiendo mis ojos a la pantalla de mi laptop.
Su mano enojada la cerró de golpe apenas dándome el tiempo de apartar la mano del teclado. Mis ojos se viajaron furiosos a los suyos.
—¿Era necesario? Casi me revientas la mano, Elena.
Bufó rodando los ojos, consciente de que estaba exagerando.
—Deja de actuar como una niña, Emma. Ya no lo eres. Estás a punto de cumplir veintiséis, compórtate como una mujer madura y cuídate. —Su tono se enfureció a medida que las palabras salieron de su boca—. No vas a ganar nada sintiendo lástima por ti misma, mucho menos intentando ocultar lo que es evidente.
—¿Y qué es lo evidente?
—Que extrañas a Nicholas, Emma. —Se acercó lo más que pudo, instándome a mirarla—. Que en esta semana no has hecho mas que entrar a tu bandeja de mensajes esperando tener el valor de enviar siquiera un «hola» para saber como están él y Alaia.
—Se me permite extrañarlos.
—Y también ir a tocar su puerta dispuesta a entablar una conversación para que arreglen las cosas —replicó con calma, pero decidida a ser escuchada—. ¿O no quieres hacerlo?
—Claro que sí —respondí lo más rápido que pude—. Pero no tengo nada que ofrecer distinto a lo que ya estaba...
—Emma, detente.
—Quiero ser mejor para ellos, Elena. Por y para ellos, pero todo lo que tengo encima me está consumiendo y no tengo idea por donde comenzar a buscar a la manera para dejar de quemarme.
Hizo una mueca, sabiendo que tenía razón. Yo quería arreglar mi situación conmigo misma antes de aventurarme a ofrecerle algo a Nicholas. No quería lastimarlo más y no merecía que lo hiciera parte de un proceso en el cual no sabía cuál sería su resultado.
Había algo más que me estaba atormentando, pero era muy pronto para hacerme ideas. Eso me aterraba y no quería comentárselo a Elena tampoco porque ni yo misma terminaba de comprenderlo.
—¿Qué piensas hacer, Emma? —su pregunta fue clara y curiosa.
Elena me conocía más que cualquier otra persona, incluso más que Nicholas o mis hermanos. Ella había estado allí en cada momento de mi vida al igual que yo estuve con ella. Sabía mis miedos con respecto a tener un hijo, a formar una familia y a convertirme en la Beatriz en la historia de alguien más, porque mi madre no solo me perjudicó a mí, sino que también hizo lo mismo con mi padre y mis hermanos, yo no quería ser ella.
Ese era mi mayor temor.
—No lo sé.
—Hablar con Sasha te haría bien —sugirió, provocando que agachara la cabeza—. Yo entiendo tu postura, Emma, y soy tu mejor amiga, no puedo darte una opinión objetiva con respecto a todo mas que ayudarte a que consigas ayuda profesional. Esto no es algo pasajero, cariño, el punto muerto en el que te encuentras lo has venido construyendo desde hace mas de veinte años y no es el tipo de asunto del cual saldrás de la noche a la mañana.
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Editado: 02.04.2024