Septiembre, 2020.
El olor a tierra mojada se apoderó del apartamento, colándose por los ventanales mientras veía las gotas de lluvia resbalar. Cerré los ojos para sentir como el aire que inhalaba llegaba a cada órgano de mi ser, no podía perder la cordura en algo que yo misma acepté. Arrojé el celular al sofá apenas apareció, otra vez, esa maldita pantalla azul. Exasperada, me levanté a preparar un té, en lo que el 90% llegaba a 100%. Maldije el nombre de Elián un par de veces, era la tercera vez en la semana en que la aplicación se reiniciaba sin razón alguna. Y nada de esto estuviera pasando si desde niña yo hubiera aprendido a decir: NO.
El teléfono amarillo sonó, era una llamada de mi amigo el recepcionista.
— ¿Ellie?— su voz se mezcló con una proveniente de mi celular.
— Permíteme, Robert.— dejé caer el telefono y me acerqué poco a poco al sofá.
Una historia nueva había sido publicada, desde mi celular en el 2025. En el asunto venía la palabra "URGENTE" en letras rojas. Un hombre apareció en pantalla. Cabello negro, desordenado, ojos hundidos por el peso de algo que parecía insostenible. Estaba en una habitación oscura, apenas iluminada por una débil luz blanca que titilaba como si también estuviera por rendirse.
— Espero que esta historia te haya llegado a tiempo... —observó su alrededor con cautela—. Por favor, no confíes en... Elián. Él te...
Pausaba cada oración, su mandíbula temblaba.
— Te va a asesinar.
Sus últimas palabras me pegaron como un rayo directo de luz al ser encendida después de una siesta. Me impresionó el hecho de que una persona desconocida me estuviera advirtiendo sobre el ser más afín a mí.
— No me busques. No quiero ser encontrado... sólo huye. Y si puedes, perdóname.— rogaba entre sollozos. Bajó su cara y la historia terminó. La busqué con desesperación en las historias que se mantienen fijas y no quedó rastro alguno de lo que acababa de ver.
— ¿Qué acaba de pasar?— dije mientras contemplaba a la nada.
Su mirada llorosa pidiendo perdón retumbó mis pensamientos en la noche tormentosa. Lo sentí sincero, real. Tanto que mi subconsciente comenzó a sospechar. En primer lugar, no sabía con qué fin vine a parar a ser el conejillo de indias de esta app. Bueno, sé que lo hice por ayudar. Mi mejor amigo me lo imploró una y otra vez, ¿cómo podría decirle que no?
Y ahora, ¿cómo le digo que un sujeto extraño me ha advertido que quiere hacerme daño?
— ¡¿Ellie? ¿Sigues ahí?! —La voz de Robert seguía sonando del teléfono, olvidado sobre la encimera.
Mi cuerpo seguía en aquel sofá, pero mi alma vagaba entre mis pensamientos reproduciendo una y otra vez la voz de ese hombre.