La noche se esfumó tan rápido como llegó. Me armé de valor para visitar a Elián. Él me había dicho que podía buscarlo por cualquier problema, y esto era, aparentemente, un asunto de vida o muerte.
De camino al laboratorio de Chronos, no pude evitar recordar las vivencias que compartimos desde el jardín de niños. Siempre fui una niña con carácter, dispuesta a defender a mis allegados. Elián se volvió mi amigo después de defenderlo de unos niños que le triplicaban el peso, solo porque la comida que llevaba a la escuela eran frutas y verduras. De no ser por mí, Elián hubiese sido aplastado como una tortilla.
Toqué el timbre de la puerta principal del laboratorio. A través de las bocinas respondió una mujer.
— Laboratorio Chronos, ¿en qué puedo ayudarla?
— Hola, buenos días. Vengo a ver a Elián. Soy Ellie, parte de los sujetos beta.
Mostré la identificación que Elián me había dejado ante la cámara. Tras un momento de silencio, la puerta se abrió con un sonido metálico.
— Gracias —sonreí hacia la cámara.
El nombre de Elián resaltaba en la puerta dorada de su oficina. Brillaba como si él mismo se hubiese asegurado de que no pasara desapercibido. Mientras me acercaba, me parecía una tontería venir por una historia que desapareció y que probablemente haya sido solo un error. Dudé si debía irme a mi evento programado… o tocar la puerta.
No tuve tiempo de decidir: él salió.
— ¿Ellie?
— Hola… —saludé con una sonrisa nerviosa.
Su cuerpo alto me abrazó con fuerza, casi estrujando mis huesos, y al separarse me miró con esa alegría inconfundible que siempre le vi de niño.
— ¿Qué te trae por aquí? Pasa, pasa.
Se hizo a un lado y extendió la mano hacia un asiento. Observé la decoración de la oficina. Había estado ahí tres días antes, cuando firmé el contrato del proyecto. Ese día descubrí que su oficina estaba empapelada con fotos de las personas más importantes para él: su familia… y yo.
Tomé del escritorio una foto enmarcada del curso de verano de ciencias al que fuimos en secundaria.
— Adoras esa foto, ¿no es cierto? —preguntó sonriente. Yo negué con la cabeza.
— Acepté ir a ese tonto curso por tu culpa —respondí mientras me sentaba, cruzando los brazos.
Él mantuvo la sonrisa.
— De nada. Gracias a mí sabes cómo funciona la fotosíntesis. El video de “mi novio es una planta” se te ocurrió por eso.
Me llevé la mano a la frente. — Ese video… aún no entiendo cómo se hizo viral.
— Es muy original —dijo, levantando las cejas con sarcasmo.
Lo observé unos segundos, intentando leerlo más allá de la superficie. No dije nada, pero él lo sintió. Se acomodó los lentes con nerviosismo y rascó la nuca, sin mirarme del todo.
¿En realidad sería capaz de matarme?
Con ese corazón que conozco, con esos sentimientos de cristal… no parecía posible.
Pero entonces me vinieron a la mente esos otros ojos, negros, llorosos, pidiendo perdón. Un corazón que no conozco… pero que me rogó que le creyera.
— ¿Todo bien?
— En realidad no —suspiré—. Ayer recibí una historia grabada desde mi celular en el 2025.
— ¿Cuál es el problema?
— No salía yo. Salía un hombre. Un sujeto que no se había manifestado en las historias anteriores. Ni siquiera lo conozco. Pero parece que él sí me conoce.
Elián tragó saliva.
— ¿Sabes qué podría ser? —le pregunté, clavando mis ojos en él.
Carraspeó. — Quizá fue un error de la aplicación. Ayer recibimos cientos de quejas por fallos… con la lluvia.
— Pero dijo mi nombre.
Elián se levantó y empezó a caminar de un lado a otro de la oficina, con las manos en los bolsillos.
— Tal vez fue un ladrón. Quizá en el futuro robó tu celular y usó la aplicación…
— ¿Un ladrón que me conoce? —pregunté, incrédula.
— Así como un asesino puede conocerte… un ladrón también.
Al terminar nuestra charla, él insistía en que el error lo tuvo la aplicación y que no debía preocuparme más por eso. Dijo que podía asistir una vez más si algo así se presentaba de nuevo. Me acompañó a la puerta con esa calidez de siempre. Pero algo en mí había cambiado. Caminé por los pasillos del laboratorio sintiendo que el mundo se desplazaba más lento, como si lo estuviera viendo desde fuera de mí.
Justo antes de cruzar el umbral, lo miré una vez más.
Sus ojos reflejaron un destello rojo que me dejó perpleja.
Su mirada ya no me transmitía la paz que siempre tuvo. Ahora... no me transmitía nada.