Internado

Acampados Atrapados

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Subí al bus escolar con mi equipaje. Dafne me hacía señas para que me sentara rápido a su lado. Me acerqué y me acomodé junto a ella.

—Verónica, ¿no estás emocionada por el viaje? ¡Iremos de campamento! —dijo Dafne, eufórica.

—Sí, claro que estoy emocionada, Dafne.

—¿Sabes en qué cabaña te vas a quedar? —preguntó con curiosidad.

—Aún no lo sé, pero Esteban me invitó a quedarme en su cabaña durante la semana de campamento.

—¿En serio? Entonces, ¿por qué dices que no sabes? Obvio que te quedarás en la cabaña de Esteban. Mmm… al parecer son muy buenos amigos —respondió con picardía.

—Dafne, no lo malinterpretes. Aún nos estamos conociendo, todavía no somos amigos del todo…

—Pero algunas cositas pueden pasar —murmuró ella.

—¿Oye, qué dices? ¿De qué cositas hablas? No hagas que lo malinterprete.

Mientras hablaba con Dafne, Michael se sentó en un asiento lateral al nuestro. Ella seguía mencionando a Esteban, pero yo solo podía notar cómo Michael se reía de la conversación. Así que le lancé uno de mis audífonos a la cabeza.

—¿En serio no te cansas de molestarme? —respondió él con sarcasmo.

—¿Qué te causa tanta gracia, infeliz? —repliqué mientras ayudaba a acomodar las cosas de Dafne.

—Mmm… solo me causa gracia tu cara. Te ves ridícula.

—¡¿Qué?! Eres un desquiciado…

—Ah, ya… ahora no soy infeliz sino desquiciado. Bueno, me voy —dijo Michael mientras guardaba su equipaje en el maletero.

Miré el reloj: eran las 3:30 p. m. Cuando el bus se detuvo, desperté a Dafne; necesitaba su ayuda para bajar nuestro equipaje. Me agaché a recoger mi otro audífono que había caído bajo el asiento de Michael. Al tomarlo, noté una pluma estilográfica negra. La recogí para devolvérsela, pero al observarla mejor recordé el mensaje escrito en la foto de mis padres.

Tomé una hoja y probé la tinta, comparándola con la de la fotografía. El trazo era demasiado semejante. Guardé la pluma en mi bolsillo. Quizás Michael también era sospechoso. ¿En verdad estuvo de viaje el día de la cena? Aún no lo sé, pero tendré que averiguarlo por mí misma.

—¿Qué guardas en tu bolsillo, Verónica? ¿De casualidad sucede algo? —preguntó Dafne.

—No, no es nada… solo guardé la foto de mis padres en mi bolsillo. Sin querer se me cayó, no pasa nada.

—Mmm… me preocupa. Últimamente has estado muy alterada, muy obsesionada con saber quién te perturbó el día de la cena.

—No te preocupes, Dafne. Igual no ha sucedido nada malo después de aquella ocasión.

Al bajar del bus con Dafne, nos detuvimos frente a las rejas del conjunto de cabañas estilo glamping. Apenas se abrieron, Esteban se acercó a nosotras.

—Verónica, Dafne, no se preocupen por la cabaña. Pueden quedarse en la mía. Estaré con mi hermana Rosen y, al parecer, hay más espacio para dos invitadas. ¿Qué dicen? —dijo Esteban mientras tomaba nuestro equipaje.

—¡Claro que nos quedaremos en tu cabaña, Esteban! —respondió Dafne sin dudar.

—Aún no estoy segura, Dafne. Podríamos generar incomodidades —le susurré con cautela.

—Ay, cállate, Verónica. Claro que nos quedaremos en su cabaña. Recuerda que es rico y guapetón. No puedes rechazar una oportunidad así. Déjalo que se enamore, le pides el anillo, se casan, luego te divorcias, dividen los bienes y después te mudas… no sé, tal vez a Tailandia. Así estarás súper lejos de él. Y recuerda que tienes que buscarme a mí también, soy tu amiga —me susurró Dafne al oído, divertida.

—¡Qué cosas dices, Dafne! No soy capaz de ser tan perniciosa. No lo haré, estás loca. Y mejor cállate… pareciera que me estuvieras vendiendo a un tipo —repliqué, susurrándole también.

—Chicas, ¿qué tanto hablan en susurros? ¿Se puede saber? —interrumpió Esteban, algo incómodo.

—No es nada, Esteban. Solo conversación de chicas —contestó Dafne, disimulando.

Al llegar a la cabaña de Esteban, desempacé mis cosas y encendí la televisión. Mientras veía mi programa favorito, escuché golpear la ventana. Corrí a abrir las cortinas y encontré una nota pegada al vidrio. Salí rápido a tomarla; decía: “Me buscas, entonces encuéntrame en el lago Caddo”.

Al leerla, sentí un escalofrío. Corrí a la habitación, me cambié los zapatos y me puse un abrigo —afuera hacía frío—. Cerré la puerta principal y salí apresurada, mapa en mano. El lago no quedaba muy lejos del conjunto, así que no tardé en llegar.

Pero no había nadie. Absolutamente nadie. La rabia me invadió: quien fuera que me perturbaba estaba jugando conmigo, haciéndome desesperar en vano. Entonces me acerqué al lago… y, en el reflejo del agua, vi una figura colgando de la rama de un árbol.

Me quedé helada. Una chica pendía de allí, su rostro destrozado, sin ojos, con el cuerpo distorsionado. El impacto me paralizó. Sin embargo, había algo en su rostro que me resultaba familiar, aunque no lograba recordar dónde la había visto antes.

Aterrada, intenté tranquilizarme. La bajé del árbol, revisé sus bolsillos y encontré una nota:

“¿Te asustaste?”

La escritura era idéntica: pluma estilográfica negra. Entonces confirmé que Michael no era el bastardo que había escrito las anteriores. Revisé otro bolsillo y hallé otra nota:

“Mira hacia atrás.”

Me puse nerviosa, pero lo hice. Mi cuerpo se paralizó por el escalofrío que me recorrió de pies a cabeza. Detrás de mí, yacía otro cuerpo: era Johnny, uno de mis compañeros de clase. Nunca habíamos hablado mucho, pero sabía que era amigo cercano de Esteban.

Me arrodillé temblando, guardé las notas en mi bolsillo y busqué entre sus cosas. En el pantalón encontré una foto: Johnny y Esteban juntos, sonriendo. Claramente eran amigos de confianza.

El terror me dominó. Salí corriendo del bosque, desesperada por abrir las rejas del conjunto. Apenas crucé, lo vi: Michael. Me acerqué a él, respirando con dificultad, y le dije:



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En el texto hay: homicidios, venganza, traición de amigos

Editado: 09.10.2025

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