Al sollozar, leyendo los preciosos poemas de Mario Benedetti y Octavio Paz, me miré al espejo con una pregunta: ¿Será que estoy enamorada, o son solo síntomas de emociones pasajeras? No lo sabía aún, pero después de aquel beso, no lograba olvidar lo que había sucedido. Me asomé a la ventana y la luz del amanecer me indicó que sería un día caluroso. Tomé mi toalla y fui a darme un baño. Ese día quería lucir lo mejor posible.
Al terminar de bañarme, me vestí, me hice un peinado semirrecogido y guardé mis libros. Era un día más de clases. Miré mi horario y mi agenda: la primera hora era matemáticas. Dafne estaba limpiando sus zapatos, así que la esperé en el pasillo. Solo se tardó tres minutos. Cuando la vi cerrar la puerta, me acerqué a ella para preguntarle:
—¿Sabes qué temática van a evaluar hoy? —le pregunté, sosteniendo su termo.
—No sé, aunque escuché que solo iba a hablar sobre la teoría de la simplicidad. Mm… no sabes lo terrible que se pone mi vida cuando hago problemas matemáticos. Y si van a hacer evaluación, pues me tocaría hacerme apuntes en las manos y donde sea para poder pasar el examen —respondió Dafne, suspirando.
—A mí no me molestan las matemáticas —dije—, solo me molesta un poco el comportamiento y el humor del profesor. Es aterrador y cuando se enoja es desgastante.
Al entrar al aula, sentí muchas miradas negativas sobre mí. No sabía por qué. Al principio pensé que era por mi apariencia, pero le pregunté a Dafne y me dijo que mi peinado estaba bien. No entendía cuál era la causa hasta que Esteban se acercó y me mostró un video viral en su teléfono. Al observarlo, vi que trataba sobre mí: alguien me había filmado mientras tiraba el cuerpo de Harry por la ventana.
Mi piel se puso de gallina. No sabía qué decir en ese instante. Si decía que no fui yo quien lo mató, era obvio que no me creerían. No iban a perder tiempo en escucharme si todo estaba tan claro para ellos en el video. Esteban se sentó a mi lado y me preguntó:
—¿En serio mataste a Harry?
—No, yo no lo maté —respondí, alterada.
—Entonces, ¿cómo puedes explicar lo que está en el video?
—¡No lo sé! —exclamé fuerte.
Por ese video, obtuve críticas y malos comentarios. Me convertí en la alumna más odiada, me apodaron como “asesina”. Sabía que ya no podía seguir escuchando esos comentarios, sino que debía averiguar quién me había filmado. Salí del aula y corrí a mi habitación. Abrí la puerta y lo primero que busqué fue la carta que había encontrado en las escaleras la noche anterior. Intenté recordar dónde la había guardado hasta que recordé que la había puesto en el bolsillo del vestido negro que usé en el suceso.
Cerré la puerta y las ventanas, no quería ser observada ni filmada de nuevo. Abrí la puerta del baño y no había nadie, así que aproveché para estar sola y levantar el lecho de mi cama. Cuando agarré el vestido, busqué en los bolsillos y encontré la nota. La volví a leer porque parecía concordar con la situación que estaba viviendo. Al leerla, decía: "Prepárate para los escándalos."
Al parecer, esto era una advertencia. No fui prudente; ni siquiera miré si alguien me estaba observando. Ahora podía verle sentido a la nota. No sabía qué hacer si aún no tenía pistas de quién podría haberme filmado y haberme hecho tal atrocidad. Lo consideré una jugada injusta. Tomé mi teléfono y le marqué a Michael. Al contestar, le dije:
—¿Viste el video sobre mí?
—Mm… sí, sí lo vi. Ahora está viral en todo el internado.
—¿Qué hago? —pregunté, nerviosa.
—Lo mejor es que seas prudente ahora. ¿Tienes la botella que te dio el psicópata? —respondió Michael.
—¿La botella?
—¡Verónica, la botella llena de veneno que te dio el anónimo! —exclamó Michael.
—Pero no me grites, recuerda que tengo el teléfono cerca del oído. La botella... no, no la tengo, se me olvidó recogerla.
—¡Verónica, estamos muertos! Si alguien encuentra esa botella antes que nosotros, es evidencia para la policía. Así que procura encontrar esa botella ya, antes de que estemos muertos por ese psicópata o detrás de rejas llenas de prisioneros —respondió Michael.
Al escucharlo, me frustré aún más, pero al mirar la nota me puse a pensar. Así como me advirtió el asesino, también podía darme señales de ayuda y respuestas a la situación. Después de todo, hice lo que él dijo al terminar el homicidio que él había empezado, así que debía ayudarme después de haber cumplido.
Guardé la nota en el bolsillo de mi pantalón, organicé todo como estaba y corrí por los pasillos. Me asomé a la ventana del aula y no había nadie. Miré en todos lados y rectifiqué en todos los pasillos. Vi que todo estaba despejado, así que aproveché para entrar. Me agaché y miré bajo las sillas que estaban junto a la pared y la ventana. Encontré la botella, así que la tomé y la guardé en mi mochila.
Salí del salón con normalidad y caminé por los pasillos. Al mirar al piso, vi cuatro perlas blancas. Eran iguales a las que me dio el asesino en una nota la noche anterior, así que me agaché y las recogí. Las guardé en mi bolsillo. De repente, vi a alguien vestido de negro, con una gorra negra, corriendo en las escaleras. Parecía una persona escapando, así que corrí tras él.
En ese momento, creí que era el asesino que me mandaba notas y anónimos. Era muy veloz, pero lo seguí sin dejar de correr. Le grité:
—¡Quién eres y por qué huyes!
No me respondió. Vi que se escondió en el sótano. Al bajar las escaleras, pisé en falso y caí. Me raspé los codos y las manos. Por suerte, no me hice heridas en las piernas gracias a que traía pantalón largo. Todo estaba oscuro, así que busqué el interruptor. Cuando prendí las luces, no había nadie, solo muchos objetos viejos y vasos de precipitado para reacciones químicas. Seguí buscando en todo el sótano, pero al parecer estaba todo solo, así que pregunté: