Internado

Una muestra de afecto

d3c6447ac2731bd3ba55915d56856f63.jpg

Sentada, respirando el aire del atardecer, observaba a Esteban quemar prendas de ropa. No entendía por qué lo hacía… ¿Acaso había cometido un homicidio? Aún no lo sabía, así que me acerqué a él y le pregunté:

—¿Qué haces?

—Solo estoy quemando basura —respondió Esteban.

—¿Por qué justo ahora, cuando va a ser de noche?

—Porque son recuerdos familiares y ya no los quiero —dijo con un tono nervioso.

Al bajar la mirada, vi el vestido de Haydy ardiendo en llamas. Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo y decidí alejarme. En el camino me encontré con Michael y le conté lo sucedido.

—Verónica, creo que Esteban está detrás de todo esto. Es mejor que seamos prudentes y cautelosos con él —respondió Michael mientras tomaba mi mano.

Más tarde, Michael se sentó en las sillas de la cafetería mientras yo recogía las cartas del buzón en la salida del patio. Había tres sobres: uno para el profesor de matemáticas y dos para la maestra Thalía. Aparentemente nada extraño. Subí las escaleras y, caminando por el pasillo hacia la oficina, se me cayó una de las cartas. Al recogerla, descubrí algo que me heló la sangre: una foto de mis padres, la misma del documental sobre su muerte que dirigió el detective Oliver.

Miré el sobre y noté que era para la maestra Thalía, pero no tenía nombre del remitente, solo decía “anónimo”. Me pareció inquietante. Tomé mi teléfono, le saqué una foto a la carta y, al voltearla, descubrí el sello que el detective usaba para marcar los documentos de los casos.

Busqué en el otro sobre y encontré cabellos de distintas personas. No entendía qué hacían allí ni por qué alguien le enviaría eso a una maestra… ¿Y por qué ella los guardaría? Eran mechones de cabello rubio, castaño claro y negro. Unos más largos, otros más cortos… pertenecían a mujeres y también a un hombre.

Tomé algunas muestras y las guardé en una bolsa de muestreo que escondí en mi bolsillo. Después, acomodé las cartas y toqué la puerta de la maestra. Cuando abrió, me preguntó:

—¿Recogiste las cartas del buzón?

—Sí, maestra —respondí, entregándole las dos cartas.

—Verónica, esta tarde, a las 3:00 p. m., necesito que te reúnas con todos tus compañeros. Habrá un juego el día de hoy.

Miré el reloj: ya eran las tres en punto. Salí a los pasillos a avisarles a todos que debíamos reunirnos en el aula. Caminamos juntos y nos sentamos en círculo en el suelo. De repente, la maestra Thalía entró y dijo:

—Hoy vamos a jugar algo sencillo. No es un juego en el que haya un ganador. Consiste en unirte a un compañero y expresar opiniones o información sobre ustedes mismos, para generar confianza.

Todos buscaron pareja. Michael se unió con Esteban y yo con Rosen, la hermana de Esteban, con quien nunca había hablado mucho.

Ella me miró con desdén y dijo:

—Pensaba que te gustaba mi hermano… pero al parecer preferiste a Michael. —Su mirada era negativa, casi venenosa.

—No, aún no me gustaba. Además, no tengo nada con Michael —respondí, alterada.

—Entonces, cambiando de tema, quiero preguntarte algo… ¿Es cierto lo que hiciste público sobre Haydy? ¿No lo habrás hecho solo para difamar? —replicó Rosen con tono acusador.

—¿Crees que sería capaz de difamar a alguien así? Solo dije la verdad, sin importar quién fuera —contesté, enojada.

Mientras hablaba con Rosen, escuchaba la conversación de Michael y Esteban. Parecía que discutían.

—¡Por lo menos no soy hijo de un mafioso! —gritó Esteban.

El corazón se me aceleró. Temía que algo arruinara nuestro plan.

—¡Eso me pone en un estándar más alto que el tuyo! —replicó Michael.

—¿En serio lo crees? —respondió Esteban con ironía.

—¿Por qué no vamos con Verónica y le preguntamos? ¿O acaso estás inseguro? Mejor aún… ¿por qué no le preguntas a Dafne con quién durmió Verónica el día que jugamos a la botella?

—¿Qué carajos dices? —espetó Esteban, sujetando a Michael por la camisa.

Michael no se quedó atrás:

—Sí, soy hijo de un mafioso. Pero, al menos, no dudo de la reputación de la persona que de verdad me gusta. No soy como tú, alardeando lo que tienes, pero no lo que sientes.

Esteban levantó la mano, dispuesto a golpearlo. Yo corrí hacia ellos y, mirándolo directamente a los ojos, le grité:

—¡No te atrevas!

Tomé la mano de Michael y lo jalé hacia mí, alejándonos de Esteban. Al girarme, le lancé una advertencia:

—Muy pronto saldrás a la luz.

Al volver la mirada, noté que todos nuestros compañeros nos observaban en silencio. Pero en ese momento solo existíamos Michael y yo. Él me miraba con una sonrisa de picardía. Se acercó lentamente, deslizando su mano por mi cintura, apretando con firmeza como si quisiera marcar su lugar en mí.

Nos alejamos de la vista de los demás. Con voz grave y baja, Michael me dijo:

—Me gustó este momento… —sus labios rozaban los míos, tentando al deseo.

Yo le seguí el juego, provocándolo:

—¿Entonces ahora te gusto?

Él arqueó una ceja con aire confiado.

—Probablemente sí… o no. Dependerá de lo que hagas. —respondí con picardía.

Michael sonrió, acercándose aún más. Su aliento rozaba mi piel cuando me susurró al oído:

—Por mí, te flirtearé todos los días… y muchas cosas más. ¿Quieres que mañana te dé rosas… o algo que no se marchite nunca?

Sentí un escalofrío recorrerme. Su voz, su cercanía, todo en él me hacía perder el control. Intentando no ceder tan fácil, respondí con un beso fugaz en su mejilla:

—Interesante tu forma de enamorar… pero no soy fácil. Si te apresuras, te estrellarás. Y créeme… los frenos no siempre salvan.

Michael me miró con esa sonrisa peligrosa que podía perderme, y comprendí que estaba jugando con fuego.



#1000 en Thriller
#453 en Misterio
#383 en Suspenso

En el texto hay: homicidios, venganza, traición de amigos

Editado: 09.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.