Al llegar a la fiscalía entregué mis pruebas al fiscal Jackson Miller e interpusimos una demanda contra el asesino de mis padres. El fiscal y yo armamos una pequeña trampa para el culpable, y no puedo negar que me sentí satisfecha después de todo. Cuando salí de la fiscalía, alguien me llamó al teléfono; lo saqué del bolsillo, vi la llamada, pero era un número desconocido. De igual forma, contesté.
—¿Hola? ¿Quién eres? —contesté, nerviosa.
—Buena jugada, ¿no? —respondió el asesino.
De repente cortó la llamada. Me puse aún más nerviosa: algo me decía que mi plan no estaba del todo seguro. Al llegar al internado tomé un micrófono y reuní a todos los estudiantes; saqué la verdad al público sobre el verdadero asesino del aula y sobre la muerte de mis padres.
—¡La maestra Thalía es la culpable! —grité ante todos.
Todos se sorprendieron, pero mostré las pruebas y las justifiqué. Expliqué cómo Thalía había estudiado con mis padres en la secundaria, en este mismo internado. Al graduarse, se enteró de que mi padre, Noah, se había casado con mi madre, Olivia. Ella hizo todo lo posible por arruinar esa boda, pero no lo consiguió.
Un año después de mi nacimiento, Thalía intentó provocar celos intensos en Olivia; se hacía pasar por gran amiga y admiradora de mi padre, insinuándose como si fuera más que una amiga. El día de la boda del mejor amigo de mi padre —que resultó ser el ahora fallecido maestro de matemáticas Eduardo Stevenson— Thalía usó un collar de perlas blancas, el mismo que llevó en la primera cena y el que yo rompí accidentalmente al entrar a su habitación el día del campamento en busca de evidencias y sospechas.
El día de la boda de Eduardo fue también el día en que murieron mis padres: Thalía usó una botella con veneno —la misma que ella utilizó para que yo asesinara a Harry—. Echó el veneno en las bebidas de mis padres; el veneno no tenía efecto inmediato, con la intención de que pareciera una muerte natural. Al terminar la fiesta, Thalía salió y discutió con mis padres; pude verlo en una grabación antigua del evento que guardó el maestro Eduardo.
La discusión trató sobre que Thalía quería que se reconociera a la hija que decía haber tenido con mi padre, fruto de su relación como amantes. Mi padre se negó a aceptarla; ella no lo soportó. Desde el principio había planeado cortarles los frenos del auto, porque sabía que no la aceptaría. Cuando mis padres condujeron bajo la lluvia camino a casa, el veneno hizo efecto y mi padre se sintió mal; no pudo detener el carro porque los frenos estaban saboteados. Tras el accidente, la maestra Thalía apareció casualmente en las cámaras de la carretera de Marfa, justo donde mi padre iba a empezar un negocio.
Las muestras de cabello que encontré eran de las víctimas de ella, las mismas personas que hallé muertas en el bosque junto al lago Caddo. Ella fue la primera persona a la que le avisé el suceso, pero nunca lo reportó a la policía. En su habitación encontré dos plumas estilográficas negras; supuse que eran las mismas con las que me escribía las cartas y notas de amenazas. Ella asesinó a los jóvenes del bosque porque temía que la chantajearan con información, y mató al maestro Eduardo porque él iba a decir la verdad. Además, él no se suicidó: a Thalía se le «olvidó» poner la silla que debía sostenerlo al ahorcarse. Revisé sus cosas y encontré notas suyas escritas con la misma pluma estilográfica y la misma caligrafía: no fui la única amenazada por ella.
Cuando conté toda la verdad al público, muchos empezaron a apoyarme; sin embargo, otros me criticaron. La policía entró por la ventana de la oficina de la maestra, pero no la encontró. Buscaron entre sus pertenencias, pero la mayoría ya no estaba: al parecer alguien había infiltrado información sobre mis planes con el fiscal para montar un nuevo juicio. Alguien había avisado que le íbamos a tender una trampa. ¿Quién pudo haber sido?