Internado

Túnel secreto II

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No tuve más alternativas que tomar la mano de Esteban y correr a la entrada. Esteban intentó correr, pero tuvo la desgracia de resbalarse por la humedad del suelo. El agua cada vez crecía y las habitaciones se inundaban a causa de las fugas en los tubos. Intenté ayudar a Esteban a levantarse, pero sentíamos que alguien nos seguía. De repente vimos al asesino: el mismo encapuchado que me obligó a firmar la carta de liberación de Haydy. Él no cejaba en perseguirnos.

Esteban y yo estábamos muy ansiosos por buscar la salida; intentamos caminar cada vez más rápido. Cuando empezamos a correr, la mala suerte nos acechaba: el asesino lanzó su motosierra, hiriendo a Esteban en la espalda y provocándole una hemorragia. No dudé en rasgar mi chamarra y ponerla sobre su herida; la presioné lo más fuerte que pude, no quería que se desangrase totalmente. Intenté apoyar su brazo sobre mis hombros; caminamos lo más rápido que pudimos aunque me consumía la ansiedad y el temor de morir en un túnel sin escapatoria.

Todo estaba oscuro en el camino y las aguas crecían hasta llegar a mis rodillas. Me sentía exhausta, sin esperanzas, cuando encontramos una puerta secreta. Senté a Esteban en las escaleras e intenté abrirla; busqué en las aguas un objeto para golpearla. Al encontrar un tubo metálico no dudé en usarlo, pero la puerta no se abría: estaba totalmente dura. A Esteban no le quedaba mucho tiempo para resistir.

Cuando escuchamos al asesino, Esteban y yo nos escondimos sin dudar; estábamos muy asustados porque escuchábamos ruidos desmesurados y temíamos que las corrientes de agua crecieran aún más, ya que no veíamos la salida. El asesino intentaba perforar la puerta. Yo, muy asustada, miré todos los lados de la habitación, toqué las paredes y encontré un atajo frente a un armario antiguo: era perfecto para un buen escondite.

—Esteban, escóndete aquí, detrás de este armario. Recuerda guardar silencio. Buscaré otro atajo para salir de esta habitación; necesito buscar ayuda —dije, mientras ayudaba a Esteban a esconderse detrás del armario en la pared hueca de la habitación.

—Verónica, olvidé mi teléfono; lo dejé caer cuando estábamos huyendo. No tuve más alternativas que patearlo. Quiero que vayas al pasillo que está pegado a la habitación 1732. Necesito que tengas cuidado: ahí hay un elevador; en ese es donde dejé el teléfono. Tenía dos, pero ese puede ser nuestra salvación, porque el otro lo perdí accidentalmente —dijo Esteban, tomándome la mano, temiendo que sucediera algo malo.

Cuando cerré las puertas del armario tomé otra salida de la habitación: había un hueco en la pared tapado con pedazos grandes de cartón. Al aparecer en la otra habitación corrí lo más rápido que pude. Al ver el elevador intenté abrirlo, pero las puertas estaban tan antiguas y oxidadas que fue muy difícil. Cuando logré entrar, vi el teléfono de Esteban. Lo prendí y traté de llamar al número de la oficina del maestro Abraham, pero no contestaban. No tenía a quién más pedir ayuda; intenté llamar a Dafne, pero tampoco respondía. Tenía tanto miedo de quedar encerrada en ese túnel siniestro, sin oportunidades de vida.

Llamé al teléfono de Michael. Todavía guardaba rencor, pero una situación así me hizo dejar el orgullo a un lado. Cuando Michael contestó mi llamada, le dije:

—Michael, necesito de verdad tu ayuda. Esteban y yo quedamos encerrados en un túnel secreto lleno de habitaciones antiguas. Te pido, por favor, que te acerques a la sala de los estantes antiguos; ve al estante que está junto a un jarrón partido en el suelo. Necesito que no demores más: Esteban está gravemente herido y nuestras vidas corren peligro. Aquí hay un asesino que nos acecha; no puedo esperar más. El agua sigue subiendo por las fugas de los tubos. Te ruego que no tardes —dije, desesperada.

—Está bien, Verónica. No te preocupes, ahí estaré —respondió Michael.

Cuando colgué la llamada escuché pasos arriba de la cabina del elevador. Estaba muy asustada; no podía evitar mirar hacia arriba. Intenté abrir las puertas del elevador, pero seguían duras. Fue un momento muy difícil enfrentarme sola a mi enemigo. Cuando la puerta finalmente se abrió, no dudé en correr: el asesino corría detrás de mí y no dejaba de perseguirme. Cada vez era más difícil huir porque el agua ya llegaba a mi cadera y me hacía sentir más pesada.

Entré en la habitación donde estaba Esteban y lo ayudé a salir del armario. Le dije que apoyara su brazo sobre mi hombro y tratamos de caminar más rápido hasta encontrar las escaleras. Al verlas, grité lo más fuerte que pude para que Michael me escuchara. Golpeé varias veces la puerta hasta que Michael la pudo abrir. Cuando entré en la sala le pedí que ayudara a Esteban a subir las escaleras; temía que el asesino los alcanzara.

Ayudé a Michael a sostener a Esteban y juntos lo llevamos hasta el otro lado, donde cerramos la puerta de inmediato. Michael me apoyó a mover un estante para asegurarla, mientras los golpes del asesino resonaban del otro lado, alimentando nuestro miedo y tensión. Logramos llevar a Esteban por el pasillo hasta que una enfermera acudió en nuestro auxilio y lo trasladó a la enfermería. Sin embargo, antes de llegar, Esteban perdió el conocimiento. No lo dudé ni un segundo: ofrecí mi propia sangre para salvarlo.



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En el texto hay: homicidios, venganza, traición de amigos

Editado: 18.09.2025

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