Bajo la lluvia fuerte, con mi sombrilla, me senté en la barandilla de las rejas del patio. Estaba confundida, no entendía lo que sucedía, pero cada vez tenía más señales de culpables. Dafne me miraba a través de la ventana de nuestra habitación. No le dije lo que me sucedía y decidí quedarme callada. Cada vez la situación se ponía más difícil para mí y para mis logros, pero sabía que yo tenía que detener todo este problema y sacar a la luz las injusticias y malas mañas del internado.
Michael me había contado todo lo que investigó de Haydy; cada palabra fue como una herida invisible. Escuchar la verdad me estremeció y me dejó asustada. Lo que había ocurrido entre estas paredes y rejas no eran simples rumores: eran historias de dolor que se habían ocultado durante años. Injusticias que permanecieron enterradas, como sombras que nadie quiso mirar.
Michael me habló también de una pandilla, los "Corvus Anliantrax", y de las artimañas oscuras a las que se dedicaban. No pude evitar relacionar todo: probablemente ellos eran los mismos que me habían acechado aquella vez en el lago, con la complicidad de Haydy, y los mismos que se mantenían a su lado como cómplices silenciosos.
De pronto, todo cobró sentido. Ya no era la persecución de una sola persona. Nunca fue únicamente Haydy, sino un grupo que se había mantenido en las sombras, vigilándome, esperando el momento exacto para hundirme cuando descubriera demasiado. Sentí un escalofrío recorrerme: no era el odio de una sola enemiga, sino la voluntad de varios que habían decidido convertirme en su presa.
Cuando estaba sentada bajo los fríos mantos de la lluvia, entre la neblina, distinguí la silueta de Haydy merodeando por el jardín. Su comportamiento me resultó inquietante, así que me oculté entre las sombras. La observé junto a un grupo de personas que parecían estar ocultando algo bajo la tierra. El miedo a ser descubierta me paralizó. Haydy lanzaba miradas desconfiadas a su alrededor; vestía de negro y llevaba zapatillas rojas altas. Su silueta me recordó al encapuchado, aquel ser desconocido. Tal vez había sido ella todo ese tiempo… o quizá alguno de sus cómplices.
Estaba buscando qué atajo tomar para entrar al internado. El frío me recorría las venas; sentía el peor escalofrío de mi vida. Esperé recostada en los arbustos de la entrada. La lluvia no escampaba y la neblina se cerraba alrededor. No tenía más alternativas para escapar. Miré por las partes sin hojas del arbusto a Haydy y a los "Corvus". Busqué algo con qué distraerlos, pero no hallé nada. Decidí gritar: «¡Ayuda!». Ellos oyeron mis gritos y, desde el arbusto, los vi acercarse a mi escondite. Cuando vieron la baranda en la que estaba sentada, yo ya estaba dentro de la institución. Fue suerte lograr engañarlos.
Michael me vio empapada. Subí las escaleras y le pedí a Dafne que me abriera la puerta. Entré y me cambié de ropa deprisa. Dafne me preguntó: «¿Qué pasó, Verónica?». No le respondí; tenía que hablar con la maestra Thalía. Al vestirme corrí a la oficina del maestro Abraham. Él me abrió la puerta y dijo:
− ¿Qué pasa, Verónica, necesitas algo? −dijo el maestro.
− Necesito hablar con Thalía −respondí.
No la encontré en la oficina. El maestro Abraham dijo:
− Verónica, la maestra Thalía no está en el internado ahora; tuvo que salir apresuradamente. Me pidió que te dijera que tuvieras mucho cuidado y que volvieras a tu habitación. −dijo mientras tomaba una taza de té.
De repente, sonó la alarma.
− Profesor, ¿qué pasa con la alarma? −pregunté, manteniendo la mirada fija en él.
− No lo sé, Verónica, en ningún momento la toqué −respondió, asustado, y fue a revisar las cámaras.
En las pantallas vimos escenas terribles: los "Corvus Anliantrax" atacaban a varios estudiantes en distintos pasillos; las imágenes mostraban caos y pánico por toda la institución. El maestro no podía salir sin arriesgar su vida. Me pidió quedarme en su oficina. Acepté, pero me preocupaba Dafne. También pensé en Michael y Esteban; ellos no eran malas personas. Revisé las cámaras en busca de rutas, pero los pasillos estaban bloqueados por los altercados. Solo el pasillo de la oficina estaba despejado, aunque, al mirar por el ojo de la puerta, vi a uno de los "Corvus" esperando. Decidí asomarme por una ventana: el patio parecía vacío. Salté a la ventana de la habitación contigua.
Al otro lado, no tenía fuerzas para sostener mi cuerpo. Mis manos se aferraban al marco mientras mis pies colgaban en el aire. Miré abajo y la altura era peligrosa; un mal movimiento podría costarme mucho. Intenté impulsarme, pero mis dedos resbalaban. Introduje la pierna derecha, esperé que tocara el suelo y luego metí la izquierda. Dentro de la habitación, no quería que me vieran desde la ventana que daba al pasillo, así que me escondí detrás de la puerta.
Cuando entró el agresor, tuve la suerte de que no mirara detrás de la puerta; salí con cuidado y corrí por el pasillo hacia mi habitación. Casi me descubren, pero me oculté detrás de un jarrón grande que había puesto la maestra Thalía. Al tocar la arena dentro del jarrón, escarbé y encontré un arma envuelta junto a una nota que decía: "Verónica, te doy esta nueva arma, sé que pasarás por tu habitación. No te preocupes por Dafne, Michael y Esteban; están conmigo de compras y aún no saben lo que sucede. Por favor, cuídate."
No sabía qué hacer con el arma. Solo la había usado para practicar la puntería; mi abuela Renata me enseñó a disparar para cazar, nunca con la intención de herir a nadie. Intenté abrir la puerta de mi habitación, pero estaba con seguro. Cuando encontré las llaves, abrí de inmediato. Al entrar, todo estaba revuelto; mis cosas habían sido removidas y no sabía quién había entrado ni por qué. De pronto oí un ruido en el baño. Con el corazón acelerado, apunté con cautela y me acerqué. Me temblaban las manos; sin pensarlo, empujé la puerta. Al abrirla, apunté al interior, pero no había nadie.