ROWENA
La luz del atardecer comienza a teñir todo de un tono anaranjado cálido mientras el auto avanza por una carretera que se estrecha a medida que se acercan a la ciudad. En el asiento del copiloto, yo miro por la ventana. Sus ojos, un poco vidriosos, reflejan las luces difusas de las calles que dejan atrás. En el asiento trasero hay una maleta, el único vestigio visible de todo lo que lleva consigo, de todo lo que deja atrás.
mi madre, que conduce con una calma tensa, tiene una ligera sonrisa, pero hay algo en su mirada que no logra esconder la preocupación. La conversación entre nosotras ha sido mínima en el trayecto, interrumpida solo por el sonido del motor y los pequeños baches en el camino.
Mi madre le preocupaba algo, algo que sabía que no podía decirme, mi madre Vivienne siempre se preocupa por mí, pero esta es una preocupación máxima, ya que no me a hablado en todo el trayecto.
Nunca pensé que llegaría el día… que de verdad tendría que irme. ¿Por qué siento que este es el último viaje que hago con mamá?, pensé
A lo lejos, los edificios de Londres empiezan a erguirse, altos y fríos, la ciudad se va acercando y conmigo, la realidad de su nuevo destino. El internado. Es lo que madre siempre quiso para mi, pero no puede evitar sentir una tristeza inexplicable.
-Te imaginas lo mucho que vas a aprender aquí? Este es el primer paso para algo grande, Rowena. -me dijo mi madre para tranquilizarme-.
la mira de reojo, tratando de encontrar consuelo en sus palabras, pero en su interior, la sensación de desarraigo crece. Ella lo sabe. mi madre está tan decidida a dejarla allí como si fuera lo mejor para ella. Y lo es, lo sabe. Pero, aun así, el vacío que siente es real. La idea de quedarse en un lugar desconocido por tanto tiempo, sin las charlas nocturnas ni la calidez de su abrazo, la ahoga.
-Sí, mamá… lo sé.-lo digo casi como un susurro-.
Nos quedamos en silencio por un momento. yo intento tragar el nudo que se forma en mi garganta, pero me cuesta. Es raro, todo es tan nuevo, tan diferente. El bullicio de la ciudad parece una burla al silencio que yo guardo dentro. aún no estaba lista. Ni madre lo está.
El coche finalmente entra en la zona donde se encuentra el internado. observaba cómo las calles se vuelven más angostas, las fachadas de los edificios más antiguas, la atmósfera de la ciudad se vuelve un poco más densa. Allí, justo en el centro, se erige el internado: una estructura de piedra que parece tan antigua como el mismo tiempo, con ventanas que reflejan una luz fría.
-Ya llegamos-dijo frenando el coche-bienvenida al internado Lumen Stellae Czadorum-la puerta del internado se encontraba habierta-.
no puede evitar mirar hacia el interior del internado, el miedo y la incertidumbre se reflejan en mis ojos. Sabía que me quedaría allí, sabía que mi madre me dejará ir. Es un nuevo comienzo, pero también una despedida. Lo que más me duele es la sensación de ser dejada atrás, aunque sea por un tiempo.
Mamá, ¿de verdad debo quedarme?… ¿Lo harás tú también, volverás a estar conmigo pronto? -dije con voz quebrada-.
La madre la mira fijamente, un poco sorprendida por la vulnerabilidad en la voz de su hija. Pero luego le sonríe con ternura, una sonrisa que intenta esconder la tristeza que también la consume.
-Voy a extrañarte muchísimo, cariño. Pero sé que esto es lo mejor para ti. Lo vas a hacer muy bien aquí.
-¿te volveré a ver?
Sin decir más, mi madre apaga el motor del coche y sale. Y siento un nudo en el pecho. Cuando mi madre se va para abrir el maletero, ella se queda un instante mirando la ciudad, el internado, todo parece lejano y ajeno. En mi pecho crece una mezcla de nostalgia y miedo. me gustaría decir que no estoy lista, que quiere volver, pero no lo hago. Es como si algo dentro de mi supiera que no hay vuelta atrás.
Cuando mi madre me regresa con la maleta, me toma suavemente de la mano, como una última muestra de cariño antes de dejarme ir.
-Vamos, Rowena. Es tu nueva aventura. Confío en ti.
Y, mientras atravieso las puertas del internado, mira hacia atrás buscando la vista de mi madre una última vez, antes de que ella desaparezca en la multitud. El nudo en mi garganta se afianza, pero es algo que tendrá que aprender a soportar.
Esto es lo que tengo que hacer. Lo sé. Pero me siento tan sola…, pensé, ni siquiera me dijo si la volvería a ver.
avanzó lentamente por la puerta del internado, mirando a mi alrededor con ojos curiosos y un poco temerosos. El lugar parecía sacado de un cuento antiguo. Frente a mi, se erguía un enorme castillo de piedra, tan imponente como misterioso. Las paredes de roca gris se alzaban hasta tocar el cielo, cubiertas de hiedra y musgo, como si el castillo hubiera estado allí durante siglos, observando en silencio el paso del tiempo.
El aire era fresco y un tanto húmedo, impregnado de un aroma terroso, como si el mismo internado respirara junto a los árboles que lo rodeaban. Una amplia explanada rodeada de altos cipreses y robles frondosos me daba la bienvenida, sus hojas se movían suavemente al ritmo de una brisa ligera, susurrando secretos de un pasado lejano. Todo parecía pertenecer a otro mundo, a una era olvidada por los humanos.
Pero lo que más destacaba en el paisaje era el árbol. Un árbol enorme, radiante, que se alzaba en el centro del patio como un monumento sagrado. Sus raíces se extendían por el suelo de forma majestuosa, como si sostuviera la tierra misma, y su tronco parecía estar hecho de un metal brillante, como si la luz del sol y de la luna se hubieran fusionado en su madera. Las hojas, plateadas y brillantes, resplandecían incluso sin la luz directa del sol, y su presencia emitía una energía casi palpable, como si el árbol estuviera vivo, respirando con la misma vitalidad que la naturaleza que lo rodeaba.
me detuve ante el árbol, mis ojos abiertos de par en par. Nunca había visto algo tan hermoso, tan majestuoso. Algo dentro de mi sentía que el árbol no solo era un símbolo, sino algo más profundo, algo que definía la esencia del lugar. El árbol no solo formaba parte del internado; él era el alma misma del castillo, el centro de todo.