«UN ÁNGEL LLAMADO COLTON»
—Eres un ángel —murmuró convencida.
—¿Eh? —él la miró de soslayo, confuso.
—Eres un ángel —repitió.
Colton puso una sonrisa amplia que dejó a la vista dos perfectos hoyuelos que lo hacían ver aún más atractivo. Minutos atrás, había finalizado su cita en el cardiólogo del hospital. Había acudido por un intenso dolor en el pecho tras desplomarse en el vestuario luego de un arduo entrenamiento de baloncesto. Su mejor amigo, Shep, lo había visto perder la estabilidad y prácticamente, le puso una soga en el cuello para obligarlo a ir al médico. «Irás a ver al médico o se lo contaré todo al entrenador y luego a tus padres» advirtió sin rodeos. Sabía que Shep era un tipo de palabra, así que no le quedó otra opción que acudir al profesional. La cita había ido más o menos bien, aunque el doctor le indicó una serie de estudios que debía realizarse para investigar el problema a fondo y le sugirió que redujera la actividad física hasta determinar lo que estaba mal. Por supuesto, Colton no acataría la recomendación. El baloncesto era su vida y se encontraba en un punto decisivo, debía entrenar y jugar más que nunca.
Estaba a rumbo a su vehículo aparcado a la orilla de la carretera, cuando divisó el problemático tránsito y la chica asustada frente a una fila de autos que albergaba conductores exaltados e impacientes. Nada gentiles. Por el lenguaje corporal de uno, adivinó que estaba a punto de atacar a la chica e intercedió. Ahora, la cargaba en sus brazos y no la dejaría hasta asegurarse que se encontraba a salvo. Evidentemente, algo estaba mal en ella.
—No, no soy un ángel —respondió—. Soy Colton, puedes llamarme Cole.
—Ángel Cole —insistió como si fueran sinónimos.
«Imposible», pensó. «Me encuentro lejísimo de ser un ángel».
Por empezar, llevaba tiempo mintiendo a sus padres acerca de los dolores en el pecho. También a su entrenador. Además, hacía meses que mantenía una especie de relación con una chica a la que, estaba seguro, no quería de verdad. Ella solo lo empujaba a ser «algo más» y él, de momentos, cedía porque no tenía la valentía suficiente para cortar el vínculo de raíz.
—Estás confundida. Cuando estés lucida, te darás cuenta que no lo soy —aclaró mientras ingresaban al hospital.
El recinto estaba plagado de gente, así que caminó directo a la recepción.
—Los ángeles protegen a las personas. Tú me protegiste —agregó con los ojos grandes y abiertos, fijos en él. Colton experimentó una extraña debilidad. Esa chica se veía tan frágil y tierna qué, de algún modo, sintió pena de dejarla sola.
—Bueno, debo admitir que, dicho así tiene sentido —no encontró manera de contradecirla. En su expresión había algo inusual: cierta inocencia. Como si no pudiera ver la oscuridad en el mundo. Eso llamó su atención de inmediato—. Sabés mucho de ángeles, ¿eh?
—Sí, creo. Bastante —pronunció bajito.
—Hablando de ángeles, ¿cómo te llamas?
—Rebecca —contestó—. Pero me gusta más... Me gusta más que me digan Becca.
—Está bien, Becca. Te dejaré un momento aquí. Iré a pedir ayuda en recepción, no te muevas. ¿De acuerdo?
—Sí.
Becca tocó el suelo. Todavía envuelta en la chaqueta deportiva blanca y verde inglés, retrocedió hasta acoplarse a la pared. Presionó su espalda hasta volverse diminuta, casi imperceptible. No quería ser un obstáculo en el camino de todas aquellas personas que parecían llevar prisa.
El muchacho se dirigió hacia la recepción, había dos mujeres del personal médico haciendo papeleo, una enfermera que rebuscaba algo entre cajas y una secretaría que se mantenía al teléfono. Se tronó los dedos, impaciente. Echó un vistazo tras su espalda, justo hacia Becca que permanecía pegada a una pared con la mirada aterrorizada y un brazo que sangraba.
—Disculpe, señora. Hay una chica que necesita ayuda de inmediato.
—Debe aguardar en el sector de espera, muchacho.
—No, no entiende. Ella está perdida. Estaba internada o algo así —trató de explicar—. La encontré en la carretera.
—¿Dónde está? —La enfermera que buscaba entre cajas, dejó de hacerlo. Puso la mirada sobre el muchacho y se inquietó.
—Allí —Colton señaló con el dedo índice.
—Oh, es Rebecca Larsen —murmuró la mujer sorprendida—. No sabíamos que había huído.
—Bueno, como sea. Deberían tener más cuidado —reprendió—. La avenida es un peligro. Podría haberse matado.
—Sí. Lo sé. Ha sido un error gravísimo —se lamentó—. Gracias por haberla traído de vuelta.
Colton asintió, tan solo habían sido unos pocos minutos de su tiempo a cambio de salvar a esa chica. La enfermera, Ellie, se acercó a Becca que enseguida relajó la expresión al ver un rostro ligeramente familiar. Él observó la escena a lo lejos; debía irse, pero sintió la necesidad de acercarse por última vez. Esquivó el gentío y alcanzó a las dos que habían emprendido camino hacia la habitación.
—¿Becca? ¿Puedo hablarte un momento?
—Necesita descansar —intervino la enfermera.
—Serán cinco segundos —justificó aunque Becca no esperó la aprobación, tan solo volteó y arremetió en su dirección—. ¿Estarás bien?
Ella se encogió de hombros.
—Uhm, eso... eso creo.
—¿Estás con algún familiar?
«Eso fue entrometido. No debiste hacer eso» se reprendió Colton de inmediato.
Becca negó.
—Solo yo —contestó. Apretó los labios, formó una sonrisa fina. Débil—. Gracias, ángel. Cole, quiero decir —se corrigió casi al instante—. Gracias.
«Déjale tu número».
«No. No puedes dejar tu número».
«Está sola».
«No necesitas un nuevo problema».
—No ha sido nada, Becca. Ve a descansar —decidió responder ante la presencia de la enfermera que lo fulminó con la mirada.
La chica se dispuso a regresar pero nuevamente volteó hacia él. Esta vez, sus manos se encontraban aferradas en un puño al borde de la chaqueta deportiva. Parecía a gusto en esa prenda de ropa seis veces más grande.