«LA FIESTA»
—Detente —masculló Shep que permanecía en el asiento de acompañante—. Tengo que comer.
Colton le dirigió una rápida mirada de fastidio.
—¿Lo dices en serio? —cuestionó—. Acabas de comer una pizza y media, Shep.
No había pasado ni siquiera una hora desde que Shep se alimentó en casa de Colton. Tal como habían pactado, se reunieron a la hora de cenar. Pidieron dos pizzas de las cuales Cole comió unas cuatro porciones y Shep, el resto. A causa de su carrera deportiva, tenía una estricta dieta que mantener. De vez en cuando, se permitía darse pequeños gustos, como una porción de pizza, patatas fritas o alguna cerveza. Pero lo hacía de manera sumamente esporádica. Tenía claro que, cualquier equivocación, podía echar sus planes a futuro por la borda. De hecho, apenas salía de fiesta. Entrenaba todas las mañanas, incluso los domingos, así que no contaba con demasiado tiempo como para desperdiciarlo.
—Esa pizza no me llenó ni una muela. Necesito una buena hamburguesa. Una gigante. Doble de carne, pepinillos, lechuga crujiente, cebolla picada y una buena dosis de queso —idealizó mientras Colton apartaba el vehículo a una orilla de la calle—. Uh sí, eres genial. Eres mi mejor amigo, ¿sabías eso, no?
—Lo sé. Y por más increíble que suena, también eres el mío —se apresuró a bajar—. Vamos, Shep. Date prisa.
Los dos amigos se encaminaron hacia la cafetería de Maggie. El sitio, comenzó siendo un café donde ofrecían todo tipo de infusiones y tentempiés que, poco a poco, se fue extendiendo. Y, aunque no se especializaba en comida basura, tenía unas hamburguesas buenísimas. Las favoritas de Shepherd. Sin embargo, a Colton Bradford no le hacía demasiada gracia visitar ese lugar. Pertenecía a Magdalena Evans, madre de Julian Evans, un joven de su edad que se había incorporado al equipo de baloncesto escolar un par de meses atrás. A Colton, esa repentina incorporación, no le había hecho ninguna gracia. De inmediato se sintió amenazado. Es que, a pesar de que aún no estaba a su altura, Julian tenía condiciones para cosechar una carrera deportiva exitosa. Eso lo ubicaba como su principal competencia.
Dentro, se ubicaron en dos taburetes frente a la barra principal. Detrás, los recibió Maggie que les extendió el menú, aunque ninguno tuvo que echarle un vistazo. Shepherd ordenó una hamburguesa doble completa y Colton, una botella de agua mineral.
—¿No comerás nada?
—Ya he comido, Shep.
—¿Solo agua?
—Solo agua.
—Oh, vaya. Eso es triste —se burló. Shep también jugaba en el equipo escolar, pero no estaba en sus planes convertirse en basquetbolista profesional. En realidad, él no tenía planes a futuro. Lo que vendría estaría bien. «Lo que sucede, conviene» decía a menudo.
—Estoy perfectamente bien con agua —contestó seguro.
—Eh, Julian —Shep extendió una mano para saludar al chico que se hallaba limpiando una mesa del fondo. Julian, introvertido, hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo rápido—. Así que trabajando, eh. Nosotros iremos a una fiesta. ¿Quieres venir?
Colton le proporcionó un disimulado codazo bajo el mostrador. Shep arrugó la nariz y se llevó una mano a las costillas.
—Ouch, eso me dolió imbécil.
—¿Qué haces? —pronunció por lo bajo.
—Lo invito a una fiesta. ¿No es obvio?
—Sabes que no me agrada.
—Es nuestro compañero de equipo, Cole. Solo intento ser amable. No te pongas celoso —murmuró con una sonrisa tonta, a lo que Colton resopló agobiado y procedió a beber un largo trago de agua—. ¿Quieres venir, Julian?
—No puedo, Shepherd. Gracias por la invitación pero tengo otros planes —contestó tras acercarse cauteloso a los chicos detrás del recibidor e intercambiar un par de miradas tensas con Colton.
—No pasa nada colega, será en otra ocasión —pronunció.
Entonces, Maggie llegó con la hamburguesa lista.
Shep observó el plato con ojos de enamorado y enseguida la comida acaparó toda su atención. Colton lo agradeció internamente, al menos Shep dejaría de hablar tonterías durante un buen rato. Un rato no tan largo pues se comió la hamburguesa doble en un parpadeo. Luego, bebió el refresco de cola en un par de tragos largos. Sacó la billetera, pagó a Maggie y volteó hacia Colton, que chequeaba los mensajes en su teléfono.
—¿Vamos?
—Andando, Shep. Salgamos de aquí.
De vuelta en el vehículo, Colton encendió la música y emprendió hacia la casa de August, donde se celebraba la fiesta. Shep, a su lado, intercambiaba mensajes con una chica fervientemente. No tenía novia ni compromisos de ninguna clase. Era un chico libre con grandes oportunidades que de ningún modo echaría a perder. La semana pasada había sido Abby, una pelinegra extrovertida que iba a su clase.
—¿Y? ¿Cuál es tu plan? —indagó Colton. Conocía a su mejor amigo y sabía que se traía algo entre manos cada fin de semana—. ¿Abby?
—No.
—¿Meg?
—Tampoco.
—¿Sally?
—Uhm, no. Quizá. Sabes cuál es mi plan principal.
Colton amplió una sonrisa incrédula.
—¿Daisy?
—Sí. Esta noche lo conseguiré —aseguró Shep. Su amigo negó con la cabeza, incapaz de creer que algo sucedería—. No te burles, amigo. Esa rubia me tiene loco.
—Te tiene loco desde los ocho años —se burló de forma inocente—. Mira, Shep. No quiero ser cruel, pero no sucederá nada con Daisy. Al menos no esta noche.
—Lo intentaré de todas formas.
—Quiero ver eso. Si acaba como la última vez que trataste de coquetear con ella... Será divertido —masculló, a lo que siguió una ligera carcajada tras recordar como Daisy había estampado una porción de pastel de chocolate sobre la camiseta blanca de Shep. Eso sí que había sido gracioso—. Al menos esta vez tienes una camiseta oscura.
—Calláte, idiota —Shep arrojó una bola de papel que había hecho con el trozo del ticket de la hamburguesa—. Cuando realmente estés loco por una chica, lo entenderás.