En un año llevé pasajeros de 85 países distintos: Rusia, Corea, China, Japón, Estados Unidos, Brasil, España, Alemania, Austria… y muchos más. Pero el más extraño fue uno de Bangladesh.
Salió de un hotel en Retiro.
No hablaba ningún idioma internacional: ni español, ni inglés, ni francés.
Solo su lengua natal.
Me sorprendía que alguien viajara al otro lado del mundo, se hospedara en hoteles caros y no pudiera comunicarse más allá de su idioma.
Intenté usar el traductor de Google, pero su idioma no figuraba.
Él estaba apurado,quería llegar a otro hotel en Puerto Madero y me hacía señas para que siguiera de largo.
Yo sabía que si el semáforo estaba en rojo, tenía que parar.
¿Cómo se lo explicaba?
Al final lo llevé hasta donde tenía que ir, sin mediar palabra.
Al bajar, dijo algo en su idioma y pegó un portazo que me sorprendió.
Nunca me había pasado algo así.
Fue una anécdota incómoda, desagradable, pero me mantuve firme en mi postura: respetar las normas, aunque el pasajero no lo entendiera.
Imposible.