Las palabras apenas si tenían sentido para mí, sino que parecían ir y venir en un juego en el que no sabía desde cuándo había tomado parte. Su boca se movía con velocidad mientras apuntaba a la pizarra con un entusiasmo que, por lo menos a mí no me llegaba a contagiar para nada, como si ya llegara a despreciar tanto sus clases que dejara de valorar el esfuerzo que le ponía. Pero, quién podría culparme, ¿no?, después de todo, es horrible ir un lunes por la mañana a clases, y si crees que no podría empeorar, pues agrégale resaca.
Algo que amé y odié al mismo tiempo fue el sonido de la campana anunciando el fin de la clase. Junté mis cosas con total pereza, las arrojé al bolso y comencé a caminar hacia los casilleros, donde se suponía que encontraría a Max como todas las mañanas para compartir juntos el mismo estado y nuestras quejas matutinas. Eso era lo que pensaba mientras volvía a frotarme las sienes en un intento por calmar el dolor que parecía subir con cada paso, prometiendo como cada semana que nunca más volvería a beber. O bueno, sin un buen motivo.
Me dirigía casi con los ojos cerrados esperando llegar rápido y sin problemas, deseando que él no haya sido tan tonto como yo de no haber llevado ningún medicamento, hasta que choqué con algo macizo que me llevó de bruces al suelo. Por suerte caí sobre mis nalgas amortiguado la caída y nadie más se chocó contra mí por gracia divina, aunque un quejido cercano me hizo adivinar que la otra parte quizás no la había recibido tan bien como yo. Cerré aún más los ojos por inercia tratando de apaciguar el dolor que parecía querer perforarme la cabeza en cualquier instante y cuando me obligué a abrirlos descubrí que algunas cosas habían saltado de mi bolso, por lo que me apresuré a recogerlos antes de que se arruinaran o alguien los pisara.
Cuando iba a tomar unas hojas, mi mano terminó sorpresivamente sobre otra, una un poco más pequeña y varonil que pareció estremecerse ante mi tacto. Llevé la vista hacia su dueño, donde me encontré con un joven que parecía ser de primer año, el cual me observaba sorprendido y algo asustado. Alejé mi mano con lentitud al tiempo que él me copiaba, dejando así vía libre a las hojas para poder volver a tomarlas, cosa que hice en seguida. Una vez que verifiqué que estaban bien y las metí al bolso, me volví para fijarme en quien había intentado ayudarme, el cual seguía recogiendo las pocas cosas que faltaban por juntar.
Su cuerpo se veía pequeño y sus movimientos descoordinados, como si temiera llamar la atención por solo ayudarme. De espaldas, solo pude ver su cabello de un rubio oscuro y su vestimenta, la cual se trataba de unos simples jeans y una camiseta negra, pero que no me parecían para nada familiares (algo no tan ilógico considerando el gran tamaño de nuestra universidad y que nunca me preocupé por conocer o hacer más amigos, sino que siempre me bastó con solo saber de Max). Cuando terminó, volteó poniéndose de pie y extendiendo hacia mí las últimas cosas que faltaban juntar, dándome la oportunidad de observarle mejor y confirmar que de hecho nunca antes lo había visto en el instituto, sino que esa parecía ser la primera vez. No me parecía alguien desagradable, y mucho menos alguien intimidante, sino alguien que parecía ser un buen chico, responsable y altruista por sobre todas las cosas.
Sus ojos comenzaron a mirar hacia todos lados algo ocultos por sus espesas gafas a la vez que me recordaban que debía tomar las cosas que me estaba regresando, cosa que hice de inmediato para no alargar la situación ni ponerle más incómodo de lo que ya estaba.
—Gracias.
—N-No hay de qué —contestó con voz aguda y llamativa, lo que me hizo verle a los ojos descubriendo su color café que antes no había podido notar—. Adiós —soltó de inmediato al notar que lo observaba, para luego desaparecer entre el resto de los alumnos que caminaban en el pasillo.
Extrañada ante ese encuentro, me puse de pie para no seguir estorbando ni correr el riesgo de morir en una estampida humana. No le di mayor importancia a lo que acababa de pasar y comencé a caminar algo apresurada para llegar a mi punto de encuentro antes de que Max creyera que había decidido no ir a clases y se fuera, pero con tanta gente estorbando parecía algo bastante imposible —cosa que ya era obviada al momento que choqué con aquel muchacho y perdí el único minuto que tenía de ventaja.
Cuando por fin pude llegar, una estupenda vista de su espalda me recibió mientras él se hacía una coleta como de costumbre, domando esa melena castaña que tanto me gustaba. No importaba cuánto se esforzara o lo poco que se arreglara, siempre se veía muy guapo, aunque esa no fuera la opinión popular de las demás chicas que, por su forma de vestirse y ser tan distante y despreocupada no les atraía como a mí, por suerte.
No perdí más tiempo y junto con una sonrisa juguetona lo rodee por la cintura disfrutando de aspirar su aroma, cosa que hizo que de inmediato acariciara mis manos con dulzura mientras emitía una vaga risa nasal.
—Karen, ya te dije que no, mi novia se va a poner celosa —avisó en tono seductor, cosa que me hizo querer soltarlo en seguida con repugnancia para empezar a interrogarle, cosa que él no me dejó hacer al tomar mis manos con fuerza—. En serio que eres celosa, eh —bromeó haciéndome cabrear aún más—, no te aguantas una broma.
—Tú y tus chistes. Ya hablaremos de dónde sacaste a esa tal Karen —rió ante mis palabras que ni siquiera yo estaba muy segura que fueran chiste.
Volteó aún tomándome de las manos como si fuera a huir una vez que lo hiciera y me sonrió enseñando sus dientes, tan bello y relajado que me dificultó el seguir con mi porte de enojada. Acarició mi mejilla con suavidad y me obligué a no mirarle para no caer bajo sus encantos como siempre, los cuales he de admitir que son muy efectivos cuando quiere. Se acercó para besarme y es ahí que se generó un cortocircuito en mi interior tratando de decidir de si aceptarlo o no, cosa que hasta me pareció ridícula de pensar, de perderme uno de sus besos solo por una Karen inexistente. E igual si hubiera existido yo me habría ocupado de volverla inexistente para él.