Intruso

Capítulo 2

Ya me debían dar por muerta, ¿no? Jaja. Tranquis que esta historia sigue y cada vez poniéndose más interesante. Disfruten (y aviso que hay nota kilométrica abajo).

 

Después del largo viaje y de dejar la ciudad atrás por varios kilómetros, finalmente el coche tomó un camino más estrecho con destino a donde nos deberíamos de encontrar con Max —o eso supuse—. No pasó mucho tiempo cuando una gran casa comenzó a vislumbrarse a la lejanía debido a la falta de árboles y cualquier otra cosa que estorbara a la visión. Sin casas a la redonda y la ruta a varios kilómetros era de por sí el lugar más remoto en el que había estado. 

De a poco la visión fue haciéndose más clara mientras nos acercábamos, permitiéndome apreciar los detalles que no podía en un principio, como sus grandes ventanales de estilo antiguo, la pintura añeja de lo que alguna vez fue blanco en cada rincón, exceptuando por los detalles en madera oscura como el techo y la puerta, y un pozo de agua abandonado a pocos metros de la entrada. Detalles en marfil incluso parecían decorar los bordes con finura, creando un aspecto sobrio y costoso que hacía tiempo no veía. 

Era sin duda el recuerdo de lo que alguna vez fue una hermosa casa, solo que ahora lucía un tanto más lúgubre por los años. 

Bajé del taxi una vez paró y caminé hechizada aún por el aspecto de la casona, dudosa del motivo por el que Max me traería aquí siendo que nunca me había contado nada relacionado con esta propiedad, pero con un intenso deseo de entrar e investigar por mí misma. 

—Señorita, no olvide su bolso —alertó el chófer estirando la cabeza por la ventanilla. 

—Oh, cierto. 

Enseguida corrí a tomar el bolso del taxi antes de que se fuera, ya que parecía que se encontraba con prisa por volver. No dije nada más y él pareció tomarlo como su oportunidad de regresar, por lo que arrancó nuevamente y se fue por donde había venido. Lo observé hasta que se alejó, por alguna razón que desconozco, y una vez que se perdió de vista solté un largo y sentido suspiro. 

En verdad que me veía como una chica botada y humillada en ese instante: Abandonada en el medio del campo, con un bolso lleno de porquerías, una casa de quién sabe quién y una película de los tres cerditos.

Patético. 

Decidida a sacarme esa idea de la mente fue que comencé a acercarme aún más a la casa, esperando el momento en el que Max hiciera acto de aparición para decirme que el juego había terminado por fin y que ahí empezaría nuestra verdadera aventura juntos. Dejaba de ser divertido al pensar que ese día se suponía iba a ser un día de pareja. 

Subí los escalones que me separaban del pórtico y llamé a la puerta usando la aldaba, atenta a cualquier sonido que me advirtiese de lo que sucedía dentro. La tristeza se estaba convirtiendo en ira y no ayudaba el que solo se escuchara el barullo de las hojas al viento junto con varios tipos de cantos de las aves del lugar. En cualquier otro momento hubiera dicho que era hermoso estar rodeada de naturaleza, pero entonces lo único que me importaba era escuchar la voz ronca de cierto chico de melena castaña.

Pasados unos minutos sin que pasara nada, le mandé un mensaje preguntando dónde diablos estaba que no abría a la puerta donde me había citado. Comenzaba a anochecer y no quería para nada estar sola en un lugar como ese.

“La llave está debajo del felpudo. Entra.” Max

“¿Estás dentro? ¿Dónde estás? Ya dejémonos de juegos, ¿vale? Si no apareces en cinco minutos pido un taxi y me regreso.” Lena

  Guardé el celular dentro del bolso y enseguida me agaché a revisar la añeja alfombra que estaba bajo mis pies. Al alzarla de una de sus esquinas, mezclada entre todo el polvo acumulado por el tiempo, se encontraba la llave así como había dicho. La tomé con fuerza y abrí.

Una vez dentro y luego de girar la cerradura por precaución, voltee e inspeccioné todo con una mirada rápida, reparando por demás en la extraña distribución de la casa y en las espaciosas escaleras que llevaban hacia el primer piso, donde el lugar se perdía en una completa oscuridad un tanto tenebrosa. 

Me resultaba algo curioso que estuvieran frente a la puerta, dando una sensación de ahogo y contracción para el resto del espacio y me llevaba a pensar que podía salir alguien de cualquiera de esas direcciones, por lo que no podía dejar de observar a mi alrededor con cierto pánico.

A simple vista no parecía conservar ningún mueble o decoración más que un viejo sillón negro y un televisor a poca distancia, apenas diferenciándose del sitio por el contraste de colores. La madera y la pintura beige también estaban percutidos por el pasar del tiempo como había sucedido con el exterior, siendo el aroma a humedad lo que mejor se había conservado. La luz era escasa debido a que las cortinas se encontraban cerradas y el sol se estaba ocultando, por lo que rogué para mis adentros que aquella casona aún tuviera electricidad. 

Para mi fortuna, el interruptor se encontraba justo a la izquierda de mi cabeza, así que enseguida traté de probarlo. Pero como tendría que esperarse, nada sucedió.

—Si ese idiota me llega a dar un susto lo voy a patear tan fuerte que hasta a sus nietos les va a doler —amenacé a la nada esperando que si de enserio planeaba algo parecido se lo pensara dos veces.  

Debía hacer algo rápido para no quedarme a oscuras en ese lugar desconocido que me daba tan mala espina, por lo que luego de un sentido suspiro y de varias quejas y maldiciones de por medio, di el primer paso para hacer algo que me pudiera dar cierto sentido de seguridad. Dejé el bolso sobre el sillón más próximo y comencé a caminar por la estancia, empezando por mi izquierda donde se encontraba la única mueblería del sitio.

Todo el lugar se hallaba en un silencio sepulcral que me incomodaba aún más, sintiendo que en algún momento alguien aparecería gritando a mis espaldas o que algo me tomaría por el brazo. Conforme a eso, cuidaba de mis pasos e incluso mi respiración para no hacer ningún ruido.



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En el texto hay: thriller, suspenso

Editado: 26.12.2020

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