“Fuerte como la muerte es el amor”.
San Agustín
El cuerpo de Catarina Jones está paralizado por completo. Puede sentir cómo la rabia atraviesa cada uno de sus poros, retrocede un paso y se cubre con la puerta del cubículo, aún sin atreverse a decir palabra. Una vez que le entrega la toalla, Jenkins da media vuelta con una sonrisa que se ve tentada de quitarle de un buen golpe.
“Hasta que pudo dar un buen vistazo al panorama”, pensó. Se seca los cabellos, amarra la toalla a su cuerpo, vuelve abrir la puerta y sale. Lo ve de espaldas, aún con las gotas de agua corriendo libres por sus músculos, con la toalla amarrada a la cadera. No hay un gramo de grasa en su cuerpo, pero sí una colección impresionante de cicatrices; cortadas, desgarros, quemaduras. Todas representan la lucha que lleva. —Ya puedes voltear —le dice aclarando la garganta y apartando la vista de sus pectorales—. ¿Qué es tan importante que no puede esperar a que me vista?
Jenkins se voltea y se percata enseguida de que la herida de su pecho está sangrando un poco.
—Si es para revisar la herida, la cual está sangrando por cierto, escuchaste a tu amiga, aquí hay doctores yo no lo soy, es mejor que te vea uno de ellos —le dice manteniendo la vista fija en su ojo gris.
Es consciente de que le está hablando con brusquedad, pero no puede controlarse, todas las emociones de los últimos días le están pasando factura. —Catarina, no quiero que te sientas culpable por lo que pasó con Ellis. —Sus palabras la golpean como un balde de agua helada. Aprieta las manos en la toalla blanca y muerde su labio para no llorar—. Sé que Miriam y Carlo pueden ser muy bruscos y dijeron cosas que no son ciertas —continúa—, lo que pasó con Ellis... Fue una tragedia, sí, pero no fue culpa de ninguno de nosotros. Ella dio su vida intentando salvar a una niña, eso es bastante noble y es lo que nos hace buenos soldados. Nos estamos extinguiendo y no podemos darnos el lujo de ser indiferentes uno con otros.
—Está bien, no hace falta que te disculpes por ellos, anda ve a que te revisen eso, podría infectarse y eso molestaría a Miriam —no sabe por qué dijo lo ultimó, pero le vio una sonrisa que no se molestó en descifrar.
Da unos pasos hacia ella, quedando tan cerca como para que la ausencia de ropa se haga evidente. Siente cómo el calor golpea su rostro y solo ruega que no se refleje en sus mejillas.
—También vendrás, ¿no? —le dice con la voz casi en un susurro y una extraña sonrisa en los labios
—¿Disculpa?
—A ver a Owen, querrás saber cómo sigue.
Traga de manera apresurada y aparta la mirada dejándola fija en la puerta de salida como si por arte de magia pudiera teletransportarse al otro lado. Sin decir nada comienza a caminar, se detiene frente a un enorme estante, empieza a hurgar en busca de pantalones y una blusa. Una vez que encuentra ropa que le queda, camina de nuevo hasta el cubículo y cierra la puerta. Escucha cómo los pasos de Jenkins se alejan, solo en ese momento se permite respirar profundo.
Después de tomarse un tiempo cambiándose y esperando que la rabia se le bajara de la cabeza, decide salir del baño. Recorre el mismo camino hasta el salón donde dejaron a Owen y encuentra al grupo sentado en una mesa, repartiéndose lo que parecen ser tortillas de harina con verduras. El olor hace que su estómago proteste sonoramente. Da unos pasos en dirección a Amy quien le hace señas y se sienta a su lado. Nota enseguida que las expresiones de Carlo y Miriam cambian justo al verla. “Pueden besar mi trasero”, piensa.
Decide ignorarlos por el momento, aunque la mirada de águila de la morena se clava en ella como un puñal, lo único que Catarina puede pensar es en comida. ¿De dónde salieron las verduras? sSrá una interrogante para después, porque se ve y huele delicioso. Sin poder resistirse más comienza a devorar el contenido del plato frente a ella.
A los minutos, se abre una puerta al fondo y entran Alana y Jenkins, quien va vestido con pantalón, pero sin camisa, llevando el pecho curado y vendado. Detrás de ellos vienen dos hombres, uno alto y delgado de unos cincuenta años, otro bajito y algo grueso un poco más joven. La mano de la mujer morena reposa muy cómoda en el hombro desnudo de Jenkins. Un extraño hormigueo recorre el estómago de Catarina así que decide apartar la vista. La puerta detrás de ellos se abre nuevamente y Owen entra a la sala, con el pecho al igual que el de Jenkins, descubierto y vendado. El pelirrojo le da una palmada en el hombro a Jenkins y camina de largo hasta la mesa, se sienta entre Amy y Cat. El hormigueo de rabia que inexplicablemente había aparecido al ver a Jenkins desaparece al instante y alegría pura toma su lugar al ver a Owen recuperado. Sucabello está un poco más largos, los rizos rojos adornan su rostro, al igual que una sombra de barba color bronce. No como la de Jenkins, que es un manto café que se ajusta muy bien a su barbilla cuadrada.
—Me alegra ver que te sientes mejor —le dice Amy a Owen con una gran sonrisa—, has recuperado color y tu brazo ya no luce a punto de ser cortado —le guiña un ojo mientras le habla.
—¿Alcanzaste a comer algo? —le pregunta Cat sin poder apartar la vista de esos ojos verdes.
—Sí, me llevaron algo a mi habitación —responde con una sonrisa—, el sistema médico que manejan aquí... Nunca había visto tal tecnología. Mi herida sanó por completo.
—Su atención por favor... —La voz de Jenkins como siempre, abriéndose paso en todo el lugar hace que los ojos de Cat se separen, casi dolorosamente de los de Owen—. Me gustaría que escucharan a Alana, va a resolver inquietudes que probablemente tengan.
Dicho eso, camina hasta donde está Catarina deteniéndose justo detrás de ella. Cat puede sentir su presencia como un gran árbol que irradia calor. Alana camina hacia el frente donde enciende unas pantallas que sobresalen de las paredes. En la imagen aparece el vecindario donde estaba realizándose la fiesta de los Vampiros. El cielo negro indica que debe ser alrededor de medianoche. Las llamas se han ido sofocando, en medio de las casas reducidas a escombros no hay rastros de ningún Convertido.