La tensión en el aire es asfixiante. Los ojos de todos se encuentran fijos sobre Jenkins, Owen particularmente no se ve nada feliz, el pelirrojo con los brazos cruzados en el pecho y el ceño fruncido no deja de pensar que, información como esa, era de esperarse que la compartiera con su mano derecha, después de años de conocerse.
—¿Cuándo? —pregunta al fin—. Llevas nueve años con nosotros, ocho de líder, ¿en qué momento estuviste trabajando con esta gente? —Su
pregunta está cargada de resentimiento y rabia.
David se levanta pasando la mano derecha por su espesa cabellera,
está incómodo y eso es evidente, no es de esos que habla de su vida o
de su pasado, por algo es un completo misterio. Nadie conoce nada de
él, incluso la pérdida de su ojo es solo un rumor y ahí está, intentando
abrirse. Verlo así hace que Catarina piense en la noche anterior, no
en el beso en sí, si no en las palabras, esos pequeños fragmentos que
le brindó sobre su vida. Entiende que confiarle eso a ella, significó
mucho para él y por un instante le dieron ganas de salir corriendo y
abrazarlo. Aprieta las manos en el frío metal de la silla y espanta esos
pensamientos inoportunos.
—Tenía catorce años cuando llegué aquí. Mi familia acababa de ser
masacrada a manos de un grupo de Convertidos en el centro de Londres,
mi padre se sacrificó para que yo pudiese huir, así lo hice. Corrí sin mirar
atrás dejando a mi madre y padre a merced de esas criaturas. —Hace una
pausa y vuelve a sentarse con los brazos cruzados al pecho—. Nunca
me perdoné haber huido, pero no había nada que pudiese hacer. En ese
entonces, Robert era el líder de este lugar y de toda la división de Londres.
Era un hombre temido más que respetado. Me entrenó en la lucha, en los
métodos de sobrevivencia, en todo lo que sé. A los dieciséis años, lleno
de ira y sed de venganza, era su mano derecha.
—¿Dónde está Robert ahora? —pregunta Owen—. No he visto a nadie
más por aquí.
—Muerto —responde a secas Jenkins—. Una misión que salió mal,
para ese entonces Alana y yo éramos los encargados del lugar. A los
dieciocho me casé con Julia, a los veinte vi cómo dos Originales hacían
pedazos a mi esposa embarazada.
—¡Oh, por Dios! —exclama Miriam—. Lo siento mucho David.
“David”, las tripas de Cat se hacen un nudo, pero no dice nada, a su
lado Amy está al borde de las lágrimas, lucha para contenerlas y sabe que
no es solo por la historia de Jenkins. Todos han experimentado la pérdida,
todos tuvieron alguna vez una familia y todos han visto morir a esos seres
queridos. La vida está llena de muerte y abandono. Historias como esta,
solo abren viejas heridas.
—Con la muerte de Julia me di cuenta de que no podía quedarme en un
lugar donde no salvamos personas —continúa—. Ella representaba todo
lo bueno, noble y justo que conocía. Ponía siempre a los demás primero.
Así que con pocos recursos, me uní a un grupo rebelde y creamos una
división de la resistencia.
“Yo conocí una persona así”, le había dicho Jenkins a Cat la noche
anterior. Le hablaba sobre su esposa. Le recordó a su esposa muerta. Un
nudo se hizo en su garganta.
—¿Una división? —pregunta Owen—. O sea que siempre hemos
informado a esta base, pero ninguno de nosotros tenía idea.
—Así es.
—¿Qué hacen aquí con exactitud? —pregunta Steve—. ¿Qué es en
realidad este lugar?
—La verdad... No estoy seguro, hay muchas cosas que han cambiado.
Ahora que Alana es la líder, casi no me comenta nada. Todo luce diferente.
—Hay algo en este lugar que no me da buena espina. —Refuta Owen.
—No te voy a discutir eso, pero hagamos esta misión y así podremos
volver con Alex y los demás. Dentro de un rato volverá Alana y nos dará
un recorrido, conocerán al equipo de Douglas, quien al parecer se encarga
de la fabricación de armas. Todo saldrá bien, ahora traten de relajarse.
Owen asiente y aparta la mirada, él y Amy se alejan del grupo sentándose
en la mesa de al lado. Carlo, Steve y Miriam se agrupan en una conversación
bastante cerrada, por primera vez Cat se siente un poco fuera de lugar en el
grupo. Se deja caer en el asiento frío de metal y al levantar la vista ve a la
figura de Jenkins que va directo en su dirección. Trata de mantener la calma
y no ponerse nerviosa, el hecho de estar los dos solos hace que el recuerdo
del beso invada cada rincón de su memoria. Su pulso se acelera, así que
trata inútilmente de pensar en otra cosa, pero sus ojos traicioneros van a los
músculos marcados a través del delgado suéter blanco.
—Catarina —dice a modo de saludo y se sienta en la silla frente a ella.
—David —le responde, atreviéndose a usar su nombre de pila—, siento
mucho lo de tu familia.
—Está bien, fue hace un tiempo, todos cargamos con alguna cruz, ¿no?
Nadie termina solo en un ejército por voluntad propia.
—¿Qué va a pasar ahora?
—Lo que tú quieras —le responde con una sonrisa burlona y toda la
sangre se le sube al rostro.
—Me refiero a la misión —se apresura a decir.
—Ja, lo sé —le dice lanzándole una mirada que traduce, “me gusta
verte divertida”—. Pues entrenaremos con nuevas armas y saldremos,
haremos lo de siempre, regresamos y podremos volver junto a Alex y
los demás. Todo saldrá bien, nos dieron refugio en un momento difícil y
ahora estamos pagando el favor.
Catarina se siente bastante tentada a recalcar que dejaron morir a Ellis,
que si de verdad hubieran querido ayudar, lo hubieran hecho cuando