Una vez en el exterior, Cat toma una gran bocanada de aire, respirar
aire fresco es algo que no tiene precio. El ambiente frío y el cielo casi
ennegrecido se alza impetuoso sobre ellos. Acomoda la espada en su
espalda, ajusta el cinturón y por último coloca las famosas gafas de
Douglas en su rostro, al igual que todos los demás. Enseguida todo se
ve claro y nítido, como si fuese de día. No es para nada como la visión
nocturna de algunas cámaras, es algo sorprendente. Ve en el rostro de los
demás, que están igual de sorprendidos que ella, a excepción de Tara, ella
experimenta otro tipo de sorpresa, de descubrimiento. Observa todo con
notoria fascinación.
Amy se acerca a ella y le coloca con gentileza una mano sobre el
hombro.
—¿Cuándo fue la última vez que saliste? —le pregunta.
—Cuando Alana me encontró, tenía ocho años... Desde entonces he
permanecido en la base.
—Está bien —le dice Cat—, solo hay que ser cuidadosos, ¿ok?
La chica asiente, es difícil imaginar lo que debe estar sintiendo, pero
es un mal momento para las contemplaciones. Se reagrupan con la vista
en Jenkins a la espera de las indicaciones. Lleva puesta una cinta que
mantiene su cabello largo hacia atrás, una chamarra negra y debajo un
suéter verde. La espada desenvainada en su mano y su ojo fijo en ellos.
—Avanzaremos en bloque, de igual forma como caminamos abajo
—comienza a hablar en voz baja—. Nos encontraremos con algunos de
ellos antes de salir de este vecindario y hay que evitar que den alarma
sobre nosotros, ¿entendido? Nada de disparos. Todos con las gafas
puestas y alerta. La idea es que sea entrada por salida. Andando.
Avanzan con las armas listas para cualquier ataque. Todo alrededor
se siente inusualmente quieto, como si ese lugar se hubiese detenido en
el tiempo. Rodean una casa, ya casi en el límite del vecindario de Rex
cuando unos murmullos los hacen detener.
Frente a ellos, dos Convertidos recostados a una pared de espaldas. No
se han percatado de su presencia. Una mujer, lleva el cabello trenzado y
viste chaqueta de cuero roja, el otro, un hombre de apariencia muy joven,
blanco y de contextura delgada. Ambos fuman cigarros mientras discuten
algo muy bajo. No hay duda de que están haciendo vigilancia.
Jenkins hace una seña a su grupo para que no se muevan, estos se
agazapan en el suelo sucio mientras él y Owen avanzan muy despacio.
Llegan hasta la pared lateral donde están los Convertidos y cuando estos
se dan cuenta de su presencia es demasiado tarde. Antes de que pudieran
atacar, sus cabezas ruedan sobre el andén, por cortesía del pelirrojo,
dejando a su paso charcos de sangre espesa.
Jenkins le lanza una mirada a Owen, un reproche silencioso, mientras
que este limpia su espada a la espera de que los demás se levanten. Junto
a Cat, Tara prácticamente está dando saltos de emoción, se levanta como
un rayo y llega a un lado de Jenkins. Sacando de su bolso pequeños
tubos de vidrio, se inclina con delicadeza sobre el cadáver de la mujer
convertida y extrae una muestra generosa de sangre. Todos la ven con
algo de intriga, curiosidad y asco.
—¿Terminaste? —le dice David—. Necesitamos seguir avanzando
antes de que alguien comience a extrañar a estos dos.
—Sí, ya todo listo —dice mientras se pone en pie guardando los frascos
de vidrio en su bolso. Miriam la ve con patente desagrado.
Caminan hasta donde están Jenkins y Owen, este último se coloca al
lado de Cat y roza discretamente los nudillos de su mano. Ella no puede
evitar tragar y esforzarse en disimular una sonrisa. Miriam acomoda
el cinto de la espada de David, el cual luce bastante incómodo ante
el contacto y se separa con brusquedad, mientras les hace una seña al
grupo para avanzar. Se mueven a través de varias casas para evitar la
calle principal. Todas las viviendas tienen la puerta abierta, han sido
saqueadas o sirven de refugio para los Convertidos. La memoria de
quienes la habitaban se ha ido perdiendo en el tiempo. Un jeep cruza a
alta velocidad, el mismo que llevaba a las mujeres la noche que murió
Ellis. En él Rex va acompañado de una mujer, la cual no alcanzan a ver
muy bien. Cat no puede evitar sentir odio hacia esa criatura, por haber
matado a Ellis, por la niña y seguramente por cientos de mujeres antes
que ellas. El auto sigue de largo y lo escuchan detenerse, varias voces
se escuchan a lo lejos.
Owen se adelanta un poco para dar un vistazo rápido y luego regresa,
por su expresión el grupo sabe que no le esperan buenas noticias.
—¿Cuántos? —pregunta David.
—Más de veinte, algunos armados. Están reunidos en torno a la casa
grande que hay al final de la cuadra. Más bien, protegiéndola. Creo que
Rex está adentro, habrá que hacerlo salir.
—¡Más de veinte! —exclama Steve—. Nosotros somos ocho, ¡ocho!
Es un jodido suicidio. ¿Y todo para qué? ¿Para que un grupo de cobardes
que se esconde bajo tierra puedan jugar a los espías? —Clava sus ojos en
Tara—. Sin ofender, pero vamos a morir aquí.
—Nadie va a morir aquí —ruge Jenkins—. No, si hacen exactamente
lo que les diga.
La última vez que llevaron un plan a cabo en este mismo lugar todo
salió mal. Enormemente mal. Así que, Catarina considera normal que sus
nervios estén alterados y una parte de ella grite a viva voz en su mente,
que es una muy, muy mala idea. Pero Jenkins está decidido, su humor no
es el mejor, se limita a dar las órdenes y mirar con el ceño fruncido a todo