Invasión: Sangre y Guerra

IX Retorno

Una vez en el exterior, Cat toma una gran bocanada de aire, respirar

aire fresco es algo que no tiene precio. El ambiente frío y el cielo casi

ennegrecido se alza impetuoso sobre ellos. Acomoda la espada en su

espalda, ajusta el cinturón y por último coloca las famosas gafas de

Douglas en su rostro, al igual que todos los demás. Enseguida todo se

ve claro y nítido, como si fuese de día. No es para nada como la visión

nocturna de algunas cámaras, es algo sorprendente. Ve en el rostro de los

demás, que están igual de sorprendidos que ella, a excepción de Tara, ella

experimenta otro tipo de sorpresa, de descubrimiento. Observa todo con

notoria fascinación.

Amy se acerca a ella y le coloca con gentileza una mano sobre el

hombro.

—¿Cuándo fue la última vez que saliste? —le pregunta.

—Cuando Alana me encontró, tenía ocho años... Desde entonces he

permanecido en la base.

—Está bien —le dice Cat—, solo hay que ser cuidadosos, ¿ok?

La chica asiente, es difícil imaginar lo que debe estar sintiendo, pero

es un mal momento para las contemplaciones. Se reagrupan con la vista

en Jenkins a la espera de las indicaciones. Lleva puesta una cinta que

mantiene su cabello largo hacia atrás, una chamarra negra y debajo un

suéter verde. La espada desenvainada en su mano y su ojo fijo en ellos.

—Avanzaremos en bloque, de igual forma como caminamos abajo

—comienza a hablar en voz baja—. Nos encontraremos con algunos de

ellos antes de salir de este vecindario y hay que evitar que den alarma

sobre nosotros, ¿entendido? Nada de disparos. Todos con las gafas

puestas y alerta. La idea es que sea entrada por salida. Andando.

Avanzan con las armas listas para cualquier ataque. Todo alrededor

se siente inusualmente quieto, como si ese lugar se hubiese detenido en

el tiempo. Rodean una casa, ya casi en el límite del vecindario de Rex

cuando unos murmullos los hacen detener.

Frente a ellos, dos Convertidos recostados a una pared de espaldas. No

se han percatado de su presencia. Una mujer, lleva el cabello trenzado y

viste chaqueta de cuero roja, el otro, un hombre de apariencia muy joven,

blanco y de contextura delgada. Ambos fuman cigarros mientras discuten

algo muy bajo. No hay duda de que están haciendo vigilancia.

Jenkins hace una seña a su grupo para que no se muevan, estos se

agazapan en el suelo sucio mientras él y Owen avanzan muy despacio.

Llegan hasta la pared lateral donde están los Convertidos y cuando estos

se dan cuenta de su presencia es demasiado tarde. Antes de que pudieran

atacar, sus cabezas ruedan sobre el andén, por cortesía del pelirrojo,

dejando a su paso charcos de sangre espesa.

Jenkins le lanza una mirada a Owen, un reproche silencioso, mientras

que este limpia su espada a la espera de que los demás se levanten. Junto

a Cat, Tara prácticamente está dando saltos de emoción, se levanta como

un rayo y llega a un lado de Jenkins. Sacando de su bolso pequeños

tubos de vidrio, se inclina con delicadeza sobre el cadáver de la mujer

convertida y extrae una muestra generosa de sangre. Todos la ven con

algo de intriga, curiosidad y asco.

—¿Terminaste? —le dice David—. Necesitamos seguir avanzando

antes de que alguien comience a extrañar a estos dos.

—Sí, ya todo listo —dice mientras se pone en pie guardando los frascos

de vidrio en su bolso. Miriam la ve con patente desagrado.

Caminan hasta donde están Jenkins y Owen, este último se coloca al

lado de Cat y roza discretamente los nudillos de su mano. Ella no puede

evitar tragar y esforzarse en disimular una sonrisa. Miriam acomoda

el cinto de la espada de David, el cual luce bastante incómodo ante

el contacto y se separa con brusquedad, mientras les hace una seña al

grupo para avanzar. Se mueven a través de varias casas para evitar la

calle principal. Todas las viviendas tienen la puerta abierta, han sido

saqueadas o sirven de refugio para los Convertidos. La memoria de

quienes la habitaban se ha ido perdiendo en el tiempo. Un jeep cruza a

alta velocidad, el mismo que llevaba a las mujeres la noche que murió

Ellis. En él Rex va acompañado de una mujer, la cual no alcanzan a ver

muy bien. Cat no puede evitar sentir odio hacia esa criatura, por haber

matado a Ellis, por la niña y seguramente por cientos de mujeres antes

que ellas. El auto sigue de largo y lo escuchan detenerse, varias voces

se escuchan a lo lejos.

Owen se adelanta un poco para dar un vistazo rápido y luego regresa,

por su expresión el grupo sabe que no le esperan buenas noticias.

—¿Cuántos? —pregunta David.

—Más de veinte, algunos armados. Están reunidos en torno a la casa

grande que hay al final de la cuadra. Más bien, protegiéndola. Creo que

Rex está adentro, habrá que hacerlo salir.

—¡Más de veinte! —exclama Steve—. Nosotros somos ocho, ¡ocho!

Es un jodido suicidio. ¿Y todo para qué? ¿Para que un grupo de cobardes

que se esconde bajo tierra puedan jugar a los espías? —Clava sus ojos en

Tara—. Sin ofender, pero vamos a morir aquí.

—Nadie va a morir aquí —ruge Jenkins—. No, si hacen exactamente

lo que les diga.

La última vez que llevaron un plan a cabo en este mismo lugar todo

salió mal. Enormemente mal. Así que, Catarina considera normal que sus

nervios estén alterados y una parte de ella grite a viva voz en su mente,

que es una muy, muy mala idea. Pero Jenkins está decidido, su humor no

es el mejor, se limita a dar las órdenes y mirar con el ceño fruncido a todo



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En el texto hay: vampiros, misterios y drama, apocaliptico

Editado: 28.03.2023

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