Con las manos apretadas en puños y el pecho invadido de impotencia,
tristeza y consternación, Cat se esfuerza por no apartar la mirada. Todos
son conscientes de los horrores que ocurren a manos de los Convertidos
y cada día no estar abandonado en las calles es una bendición. Pero verlo
en primera fila es algo distinto. Trata de reprimir sus emociones, cuenta
hasta diez, mientras toma pequeños respiros. El aire es viciado y espeso,
el olor nauseabundo. Hay mucho qué procesar y no puede darse el lujo de
detenerse a lamentarse.
—¡Por Dios santo! —murmura Owen detrás, puede sentir los
sentimientos en su voz, los mismos que recorren su pecho.
—Ve avisar a los demás.
Owen retrocede a espaldas de Cat, buscando la escalera para salir. La
imagen que se abre solo puede ser descrita con una palabra: desgarradora.
En el suelo, agrupadas sobre sucias colchonetas y esposadas a viejas
tuberías que suben por las paredes cubiertas de moho, reposan cuatro
mujeres, dos de ellas en avanzado estado de embarazo. Todas ven a Cat
con una mezcla de terror y esperanza en los ojos En el lado opuesto de
la habitación, cuatro incubadoras contienen bebés que no aparentan más
de dos meses de nacido. Los infantes tienen agujas en los brazos, las
cuales les inyectan un líquido blanco y espeso, a la vez que otra les extrae
pequeñas cantidades de sangre.
»No voy a hacerles daño —les dice mientras avanza despacio hacia los
bebés —voy a retirar las agujas.
La mayor preocupación de Catarina en el momento es, ¿por qué los
bebés no lloran? ¿Estarán vivos aún? ¿Habrán sido Convertidos? Y
sobre todo, ¿qué es eso que le están inyectando? Con mucha cautela se
acerca a la primera incubadora, detiene su andar a escasos centímetros y
retira la tapa. El vidrio se siente frío y húmedo al tacto, respira hondo y
con mucha delicadeza coloca su mano sobre el pecho del pequeño niño
adentro. Siente su respiración y su corazón bombear, muy débil, pero se
alivia al percatarse de que se encuentra con vida. Se apresura a retirar la
aguja de su brazo, en ese instante el niño abre los ojos y la mira fijamente.
Por unos segundos, le parece ver reconocimiento en esa mirada, termina
de retirar las agujas y el bebé deja escapar un suave gimoteo. Se mueve
al siguiente y realiza la misma acción. Siente la mirada fija de las mujeres
detrás de ella, pendientes y al acecho de sus movimientos. Cuando está
por retirar la aguja del último, escucha los pasos en la escalera.
»Atiéndanlas a ellas —dice Cat, al ver a sus compañeros petrificados
en la entrada—. ¡Vayan!
Tara prácticamente corre hasta las mujeres, las cuales la miran con algo
de desconfianza. Se acerca gentil a donde la primera, la revisa en busca
de heridas. Cat se concentra de nuevo en el bebé y retira la última aguja.
Hace señas a sus compañeros para que se acerquen. Amy levanta en sus
brazos al primero, Carlo al segundo, Miriam al tercero y el cuarto lo agarra
Steve, quien lo mira como algo fuera de este mundo. Una vez que los bebés
encuentran brazos cálidos que les brinda soporte, se gira para ayudar a Tara.
Owen y Jenkins están rompiendo las esposas, la piel debajo de ellas
es roja y encarnizada, heridas que denotan el tiempo que los grilletes
estuvieron marcando. Cat junto a Tara revisan a las madres en busca de
otras lesiones. La suciedad e inmundicia son abrumadoras, su ropa hecha
trizas, pálidas y los ojos hondos, señales de que no se han alimentado
adecuadamente, lo que da la sensación de que han estado mucho tiempo
en este sótano infernal.
—¿Puede ponerse en pie? —le pregunta Cat a la que tiene enfrente,
una mujer de negro cabello largo y piel amarillenta. Asiente y se levanta
tambaleándose. Las otras mujeres la imitan.
Ninguna lleva pantalones puestos, solo usan un enorme suéter que las
cubre hasta encima de los muslos. Sus piernas están cubiertas por sangre
seca que va desde el interior del mismo hasta la rodilla. El estómago de
Cat se hace un nudo. A estas mujeres las violaron una y otra vez hasta que
lograron que quedaran embarazadas, pero ¿dónde están los hombres? Saben
con certeza que los Convertidos no pueden reproducirse, lo que le lleva a
pensar que obligaban a los hombres a violarlas y después los convertirían o
mataban. ¿Qué harán con los bebés? ¿De dónde sacan lo que les inyectan?
Las medicinas y demás... Tienen que ser producidas por humanos.
—¿Cómo vamos a salir de aquí? —pregunta Steve casi susurrando como si
no quisiera despertar al bebé que lleva en brazos—. Ahora somos mucho más.
—Tenemos que hacer que Alana nos vea, sabrá que tiene que enviar un
vehículo más grande —responde Jenkins.
—Tienen las muñecas laceradas —comienza a hablar Tara—, muchos
rasguños y moretones, desnutrición y evidencia de penetración forzada.
Pero creo que podrán caminar, mas no correr. Sus piernas están débiles
por la falta de uso, sus músculos tardarán en responder.
—Hay una cámara cerca —dice Owen—, Alana nos mostró imágenes
de este vecindario, una de las cámaras graba en la esquina a la derecha.
Esa fue la imagen que vimos en la base. Podemos llegar ahí para hacer
algún tipo de seña y esperar.
—Cuatro de nosotros estaremos inmovilizados para combate debido a
los bebés —expone Steve—, allá afuera seremos presa fácil.
—No hay otra alternativa, los que no cargamos a bebés en brazos
defenderemos el círculo —responde David.
Una vez coinciden, salen de la casa con extrema precaución en un orden