Esa mañana despierta muy temprano, a pesar de todo el cansancio
y dolor que aún siente en el cuerpo, por más que lo intenta no puede
dormir más. Miles de preguntas revolotean como mariposas por su mente,
manteniéndola despierta y llena de intriga. Necesita saber qué está pasando
y sobre todo por qué Jenkins traicionó a Alana. Después de ducharse y
cambiarse con rapidez, sale en busca de algo para comer. Sin duda lo que
más extrañará de aquel lugar es la comida, acá la reciben en el comedor con
un plato de avena frío y dos raciones de pan caliente. Se sienta en una mesa
y al poco rato Amy la alcanza con su correspondiente tazón de avena.
—¿Has sabido algo de tus amores? —le pregunta con una sonrisa
maliciosa en el rostro.
—Muy chistosa y no, no los he visto —responde llevándose otra
cucharada de avena a la boca.
—Todo esto está muy raro, ¿qué habrá descubierto Jenkins?
—Supongo que lo averiguaremos pronto, ahí vienen —dice Cat
señalando la puerta con la cuchara.
Por la puerta entran los dos hombres vistiendo ropas iguales. Pantalones
militar verde y suéter negro manga corta, bañados y afeitados. De repente
el hambre desaparece y la ansiedad de Cat aumenta. La curiosidad la está
carcomiendo por adentro, pero no puede solo levantarse de la mesa y
preguntarles. Amy sigue comiendo como si nada, hasta prácticamente devorar
su avena. Cat sigue al par con la mirada. Los ve hablar con Alex en un rincón,
quisiera poder leer los labios, pero no tiene ni idea de qué están conversando.
—Si te estiras un poco más te caerás de la silla —dice Amy.
—La intriga me está matando, ¿cómo estás tan tranquila?
—Yo como cuando tengo ansiedad —responde con la boca llena de avena.
—Ahí vienen —murmura Cat.
En efecto, los dos hombres caminan directo hacia ellas, Cat intenta
retomar el plato de avena, pero le resulta imposible, así que solo coloca
las manos sobre la mesa.
—Buenos días —dice Jenkins.
Owen se queda en silencio con los ojos verdes clavados en el rostro de Cat.
»Necesito que nos acompañen al cuarto principal —continua Jenkins—,
como soldados que estuvieron presente tienen derecho a saber lo que está
pasando. Miriam y los demás ya están arriba.
Cat se levanta como un resorte de la silla arrastrando a Amy consigo.
—Enseguida vamos —dice.
Arrastra a Amy del brazo por las escaleras y suben hasta llegar a
la habitación principal. Nunca antes había ingresado a una de estas,
son terreno exclusivo de Jenkins y sus más cercanos soldados. Se
imagina que en ausencia de David, Alex tomó el mando y estuvo
dirigiendo todo, lo que la lleva a pensar que sobre ese escritorio
pasaron más mujeres que documentos. Entran al lugar, es más que
todo una enorme oficina, un rustico escritorio caoba de gran tamaño
divide al espacio en dos. Sobre él, decenas de mapas y documentos.
En el fondo, Miriam la ve con su ya cotidiana cara de pocos amigos,
junto a ella Carlo y Steve las saludan con la mano.
Cat se ubica en una esquina junto a Amy y muerde sus uñas con
impaciencia. ¿Qué tanto pueden hacer David y Owen? Justo cuando
está por cambiar de mano, la puerta se abre y entran los dos hombres
seguidos de la pequeña figura de Tara. Lleva ropas parecidas a la de Amy,
su cabello va mojado y se nota a leguas que ha estado llorando. Jenkins
la guía hasta la silla detrás del escritorio y le hace una seña para que se
siente. Los ojos de todos la examinan sin disimulo.
—Sé que muchos se preguntarán qué pasó anoche —comienza a hablar
Jenkins—. ¿Por qué no volvimos donde Alana? Entre otras muchas cosas,
nuestra invitada Tara, me ayudará a explicarles eso y más.
Tara siente las palabras como puñales de hielo caer sobre ella.
Levanta los ojos rojos por las lágrimas a Jenkins y traga. Tomando
una gran bocanada de aire devuelve la mirada al frente. Sus manos
tiemblan, pero se esfuerza por ocultarlo, agarrando con firmeza sus
muslos.
—Antes que nada —comienza a hablar con la voz quebrada—, solo
seguía órdenes. No conozco un mundo más allá de las paredes de la base.
Alana... Me acogió desde muy pequeña... Yo... No es mi culpa.
—¿Ordenes de qué? —pregunta Steve.
—Alana... ha estado usando a los pequeños grupos de resistencia...
No solo ella, los hombres al mando, creen que los humanos, siendo
simplemente humanos no tendremos ninguna oportunidad ante los
invasores. A estas alturas es obvio que ganaron y que solo estamos
tratando de sobrevivir el día a día.
—¿Qué hombres? —pregunta Carlo.
—El nuevo gobierno responde Tara con los ojos puestos en Jenkins.
Siente los latidos de su corazón en los oídos, su boca llena de saliva
espesa, pero aún así no aparta la mirada.
—¿Gobierno? —pregunta Carlo, pero la interrogante está marcada en
los rostros de todos.
—Sí, gobierno —continúa Tara—, un grupo de hombres que conservan
el poder y financian todos los estudios que se realizan, de igual forma los
recursos que le llegan a ustedes. Todo proviene de ellos. Todos lo saben.
Un grupo de hombres y una mujer.
—¿Qué están haciendo? —pregunta Jenkins.
—Los últimos años hemos estado estudiando la sangre de los
Convertidos, tratando de aislar los patógenos que causan la conversión
—continua Tara con la vista clavada en el escritorio delante de ella—.
El propósito es lograr crear una vacuna que evite la conversión y que
a la vez, otorgue los mismos dones de un Convertido, la velocidad, la
agilidad y la visión nocturna pero sobre todo la fuerza. De esa forma la