Después de varios minutos, Jenkins aparece en la puerta. Lleva el sable
de luz ultravioleta cruzado en la espalda y un cinturón donde reposa un
revólver corto y sus municiones. Todos están atentos, a la espera de la
siguiente orden. Camina a paso firme al centro de la habitación. Toma un
respiro y clava su ojo en cada uno de los rostros que lo rodean. Sabe que
es arriesgado, que cualquier cosa podría salir mal, pero no tienen de otra.
—Todos saben muy bien que lo que estamos por hacer no será tarea
fácil —comienza a hablar—. Estamos por salir, con el cielo negro sobre
nosotros. Puede que nos topemos con algunos Convertidos o quizás hasta
algún Original. Si logramos llegar hasta las puertas de Alana, una vez
adentro tampoco será fácil. Recuerden que no sabemos con exactitud
cuántas personas habitan esa base. Tenemos que ser certeros, precisos.
Nuestra primera misión, es ir por Alana, la segunda: abastecernos de
tantas armas como podamos cargar. No hay tiempo para heroísmos ni
acciones egoístas.
Clava su ojo en el rostro de Owen, en los años que se conocen y llevan
trabajando juntos, aprendieron a comunicarse con miradas. El pelirrojo
asiente, subiéndose al volante del Jeep con David a su lado. Jenkins sabe, que
por más molesto que esté con Owen por el asunto de Catarina, daría con gusto
su vida por la del pelirrojo. Owen ha sido de las mejores personas que la vida
ha puesto en su camino. Después de la muerte de su esposa, cuando llegó a la
resistencia, la amistad con él fue lo único que evitó que se desmoronara de tal
forma que hubiese sido imposible salvarlo.
Owen no tiene la culpa de lo que pasa con Cat, jamás le mencionó nada,
incluso ahora, no dice nada. Los demás comienzan a subirse al vehículo,
en la segunda hilera van Amy, Tara y Catarina, detrás, Steve, Carlo
y Miriam. El motor arranca y un sabor amargo invade la garganta de
Catrina. “Algo anda mal”, piensa. Sacude la cabeza e intenta apartar esas
ideas concentrándose en la misión, tener los ojos bien abiertos. Desliza su
mano hasta su bota derecha y toca el frío de la plata del pequeño cuchillo
que lleva en la pantorrilla. Sus nervios se calman un poco así que se
recuesta y fija los ojos en la ventana.
El aire está frío, la brisa sopla salvaje como cuchillas afiladas. La cola
de caballo de Catarina vuela salvaje, al igual que los cortos cabellos de
Amy y Tara.
—¿Se puede saber en qué tanto piensas? —dice Amy—. Están
“Penetrantes” tus pensamientos.
Los ojos de Cat amenazan con salir desorbitados, la ve y mira enseguida
a Jenkins para asegurarse si se percató del comentario inoportuno de su
amiga, pero va muy concentrado hablando con Owen.
—Muy graciosa. —Hace una pausa y después simplemente las palabras
salen sin poder contenerlas—. Tengo un mal presentimiento es todo.
—Hey —dice Amy girando el rostro hacia ella—. Todo saldrá bien, ya
verás, estaremos de vuelta para la siguiente ronda de avena con pan. Nada
de qué preocuparse.
—Ya que vamos para allá —comienza hablar Tara—, tal vez deberíamos
dar una pasada por la cocina también...
Amy y Cat cruzan miradas y una carcajada brota desde lo más profundo.
~****~
Tara va guiando a Jenkins hacia otra entrada, una que no involucre
arrastrarse por una sucia alcantarilla. El cielo se alza negro, a pesar de que
van manejando por carretera abierta, no han visto un solo Convertido y
mucho menos un Original. Eso hace que la situación sea incluso más extraña.
El barrio es residencial, uno parecido al que Rex manejaba. Grandes
casas separadas entre sí por verjas que encierran jardines que en algún
momento brillaron verdes y llenos de exóticas flores, con niños jugando
a la pelota y padres cortando el césped una tarde soleada de domingo.
Ahora son un campo lleno de lodo y desperdicios, con casas que encierran
fantasmas de sus antiguos dueños, añorando la vida que se les escapó.
Tara le indica a David que debe dejar el vehículo en este lugar. Jenkins
procede a parquear el Jeep en la entrada de una casa de tejas rojas. El
motor se detiene y todos bajan del auto.
La joven doctora indica que en el patio de la casa hay una puerta a
un falso sótano, la puerta en realidad lleva a un túnel directo a la base.
Jenkins da la orden a Steve y Carlo para que entren a inspeccionar el
lugar, que no hayan Convertidos adentro. Owen y Miriam dan una vuelta
en torno a la casa, para asegurarse de que el perímetro es seguro. Los
demás permanecen alerta, listos para entrar en combate.
Después de varios minutos, Miriam y Owen regresan a la vez que
la puerta de la casa se vuelve abrir. Steve sale limpiando sangre de su
espada en la bota de su pantalón.
—Dos Convertidos en el interior —explica Steve—, la puerta está
sellada. Carlo, va a intentar con una granada.
—Bien, dice Jenkins, igual el elemento sorpresa no está de nuestro
lado. —Señala con su cabeza la parte superior de un poste de luz. Todos
giran la vista y ven con sorpresa, entre los cables, una pequeña cámara
casi invisible. El sonido de una explosión los hace volver la vista a la
casa. Una nube de polvo sale por las ventanas de esta.
—Es la señal, ahora podemos entrar. Rápido, porque seguro vendrán
curiosos —dice Jenkins—. Andando.
El interior de la casa es un remolino de polvo y escombros. El lugar
estaba destruido antes de la explosión. Rastros de desperdicios se aprecian
regados por todos lados. El olor es putrefacto y penetrante. Avanzan