No sabe cuánto tiempo ha pasado. En algún punto, el movimiento constante
del bus se tornó habitual y dejó que sus pensamientos la envolvieran
quedándose dormida sobre el hombre de Amy. Se despierta lentamente y
nota que aún se están moviendo. Mira por la ventana, todo se ve verde, el
cielo está un poco más claro lo que quiere decir que está amaneciendo.
—South Down —responde Amy a la pregunta grabada en su cara—.
Solía ser un parque nacional, atractivo para los turistas.
Observa alrededor y solo puede ver rostros marcados por la tragedia y el
dolor, perdieron a muchos en este último ataque. Owen se niega a pensar
en él. Siente cómo la pena se va arraigando en su pecho, una vez que la
deje salir, no podrá contenerla. Por otro lado, está lo que presenciaron,
esa criatura, es sencillamente indescriptible. Desde que pasó el incidente
hace años, nunca había visto uno igual.
—¿Dónde nos detendremos? —pregunta al fin Cat.
—Cuando todo empezó, solía existir una base en el centro del parque,
luego hubo una fuga, los invasores se infiltraron y destruyeron el lugar.
Después de eso simplemente se cree que ha estado abandonada.
—¿Se cree?
—Jenkins piensa que un pequeño grupo permanece en el lugar. Que
logró sacar a los invasores y reconstruyeron la base. También se dice que
nunca la destruyeron, siempre ha estado ahí, oculta.
“Una esperanza lejana, a eso estamos atenidos”, piensa. Se recuesta
nuevamente en la silla y cierra los ojos. Las imágenes empiezan a bailar
en la oscuridad, los Originales volando en el cielo negro, los gritos de la
gente pidiendo ayuda, la cabeza de Owen cayendo al suelo. La enorme
criatura con rostro humano apareciendo en el firmamento, como un
dios alado, uno cruel y destructivo. No, no un dios, un demonio. El frío
antinatural que sintió ante su presencia, aún le da escalofríos. “Y Alana
lo sabía”, había dicho Jenkins. “¿De verdad esa mujer sabía que seríamos
atacados? ¿Lo planeó ella? ¿Pero cómo?”, piensa. Ahoga un suspiro y
vuelve abrir los ojos, el bus va disminuyendo la velocidad.
—Nos estamos deteniendo —anuncia Carlo en algún lugar del bus.
Cat se asoma por la ventana, el cielo está en ese tono lila de las mañanas
característico desde la invasión. Todo se ve muy verde, el lugar es sin
duda hermoso. A lo lejos, se puede apreciar un camino que lleva hasta
una casa de tejas rojas al borde de una montaña y por debajo el inicio
de la costa. Se pueden escuchar las olas romper en los espolones en
las faldas de la montaña, así como sentir el salitre en el rostro. Intenta
pensar en la última vez que estuvo en la playa y la imagen difusa de sus
padres aparece en su mente. Su madre con un enorme sombrero de paja
llevándola de la mano para mojar los pies en las olas que llegan a la orilla.
Su padre, las ve desde lo lejos con una cámara en las manos.
Una sonrisa involuntaria aparece en su rostro a la vez que un ruido seco
la devuelve a la realidad. Todos se ponen de pie y van saliendo del bus
junto con lo poco que lograron traer de equipaje, armas más que nada.
Sigue a Amy, quien va camino a la salida del vehículo. Detrás del bus está
parqueado el jeep de Jenkins con él de pie esperando que todos salgan.
Forman una fila, a la cabeza de ella Jenkins quien sin decir una palabra
se gira y comienza a avanzar hacia la casa. Su rostro está surcado por el
dolor, la ira, la frustración y la impotencia que dejó la muerte de Owen.
Se reprocha a sí mismo cada decisión que tomó, cada orden que dio, cada
palabra que salió de su boca. Se reprocha haber estado enojado con él.
Owen sufrió en vida, quizá mucho más que cualquiera. Compartían una
pérdida similar. Era su amigo, su hermano y ahora no está.
Catarina sabe, por el rostro de David lo que pasa por su mente, pero ha
estado tan encerrada en su propia tristeza que no pensó en la de él. Sabe
que debe decir o hacer algo, sin embargo, una pequeña parte siente rabia
hacia David en este momento, una parte lo culpa por la muerte de Owen
y esa parte, aunque pequeña, le impide compartir con él.
Los cuarenta sobrevivientes avanzan a paso lento pero firme. Ve de
reojo una mujer de cabello rubio que lleva la mitad del cuerpo cubierto
en sangre, de la mano lleva a una niña, “la pequeña sobreviviente”,
piensa. Thomas murió intentando salvarla, ahora Owen. Si la muerte
no quiere encontrarla, piensa Cat, es porque algo grande la espera.
Viendo cómo esa mujer la lleva de la mano, puede estar tranquila, ha
encontrado quien la proteja.
A unos cuantos metros de distancia de la casa, el sonido de unos pasos
ajenos a ellos hace que se detengan. Alrededor un grupo de hombres, uno
de ellos camina hacia Jenkins con fusil en mano. Automáticamente, las
manos de todos empuñan las armas, listos para entrar en combate de ser
necesario. Cansados, sucios de sangre y lodo, pero morirán como lo que
son, soldados.
—Quieto ahí grandulón —dice el hombre que está más cerca a Jenkins,
un anciano de unos sesenta años, pero de buena complexión física, cabello
canoso. Apunta al pecho de David con una escopeta.
Jenkins levanta lentamente las manos hasta colocarlas detrás de la
cabeza. Da un paso hacia el hombre, pero este le hace una señal con la
escopeta para que se detenga. El sujeto, escupe a un lado de sus pies,
lleva en la boca lo que parece ser tabaco.
—Mi nombre es David Jenkins —comienza a hablar con voz tranquila
y sin mover un músculo.
Cat se percata de que a su derecha ha aparecido un hombre que apunta