Inventario de cosas que no llenan

mundo donde todo se cumple.

Capítulo 1: un cuerpo distinto

Hoy pedí un cuerpo nuevo.

No fue un gran gesto. Nadie te pide que firmes nada, ni que hagas un sacrificio. Acá los deseos se cumplen apenas los pensas con suficiente nitidez. Hay una especie de algoritmo invisible que distingue entre los caprichos pasajeros y los deseos verdaderos, esos que te vienen persiguiendo desde hace años y que te duelen un poco al pensarlos.

Así que está mañana, mientras me miraba en el espejo del baño con esa costumbre triste que tengo desde la adolescencia pensé: quiero otro cuerpo, uno delgado proporcionado, fuerte pero delicado, uno que no duela habitar Y paso. No de golpe. Pero pasó. Me duche. Me sequé. Y me di cuenta.

La piel más tensa. Las piernas más largas. El vientre plano, como esas fotos retocadas que siempre guardaba como “inspiración” pero que nunca me sirvieron para otra cosa que odiarme un poco más.

El espejo me devolvía una versión de mí que parecía haber salido de un catálogo.

Fui al Placard. Toda la ropa, mágicamente, ya me calzaba como hecha a medida. Me puse un pantalón blanco -blanco, que antes ni me atrevía- y una remera ajustada sin mangas. Me mire otra vez. Ninguna parte me molestaba.

Nada colgaba, nada sobresalía. Todo estaba, por fin, correcto.

Alejandro me miró cuando entré a la cocina. Levantó la vista un segundo desde su celular, como si yo fuera un ruido de fondo, y dijo:

-¿Dormiste bien?

Nada más.

Me preparé un café pensando que quizás era eso. Que esperaba validación externa, una reacción, algo que me confirmara que el cambio era real. Que alguien más lo notará.

Pero no pasó.

Salí a caminar. Fui por la avenida principal, dónde siempre hay gente. Dónde antes me escondía debajo de una campera larga o caminaba rápido para no verme en los reflejos de las vidrieras.

Está vez me detuve en todos los espejos. Me observé desde todos los ángulos. Nadie me miró distinto. Ni una mirada prolongada. Ni una sonrisa. Nadie pareció notar que yo era otra.

Compré una botella de agua. La chica del kiosco me dijo:

-¿Necesitás una bolsa?

¿Eso era todo? ¿Una bolsa?

Volví a casa con una sed que no tenía nombre. Algo me faltaba, pero no sabía que. Estaba incómoda en ese cuerpo perfecto. No por él, sino por lo que no cambiaba. Mi tristeza seguía ahí, idéntica, solo que más desubicada. Ya no tenía dónde esconderse. A las ocho de la noche pedí una pizza. Grande. Con queso extra. Ni siquiera tenía hambre. Pero era eso o llorar. O tal vez las dos cosas.

Comí en silencio. No por culpa. No por ansiedad. Solo por un hueco que seguía ahí adentro, intacto.

Alejandro me abrazó antes de dormir.

-Estás linda hoy- dijo.

Quise gritarle ¿Recién ahora lo notás?, pero me quedé callada.

Me quedé pensando que este cuerpo no me pesaba. Pero tampoco me tocaba.

Era perfecto. Como una casa vacía.

A la mañana siguiente, me desperté con el nuevo cuerpo todavía puesto.

Esperaba que se deshiciera en la noche. Cómo un sueño pero no. Ahí estaba. Piel suave, vientre plano y piernas largas que no sabía muy bien como usar. Me senté en la cama con una sensación rara, como si el cuerpo me perteneciera pero no me representara.

Como si me hubiera comprado una casa que no quiero habitar.

Alejandro ya estaba levantado. Lo escuché en la cocina , friendo algo. El sonido del aceite me dió un poco de náuseas. No por el olor, sino por la repetición. Todos los días, pan con huevo. Todos los días, el mismo silencio.

Cuando entré, me miró de reojo.

-¿Querés?- preguntó sin dejar de mover la sartén.

-No sé.- dije. Le dije cómo se dicen esas cosas cuando no se quiere hablar. Pero igual me sirvió un plato.

Nos sentamos en la mesa chica del balcón, como hacemos los domingos,aunque era martes. En ese lugar el tiempo es extraño: los días no importan tanto cuando todo se puede tener. A veces uno trabaja, a veces no. A veces llueve, pero no moja. A veces la tristeza llega sin motivo, y otras, por todo.

-¿Dormiste bien?- preguntó.

Asentí. No tenía ganas de explicar que me costaba dormir desde hacía semanas. O meses. O siempre. Que aunque ahora tenía el cuerpo que siempre quise, seguía soñando con lugares de los que no podía salir, con pasillos interminables, con puertas que no abrían.

-Estás más tranquila últimamente - comentó, como si fuera algo bueno.

No respondí. Me distraje mirando una planta que no había regado en días. Las hojas estaban verdes igual. En este lugar, las cosas no mueren si uno no quiere. Incluso la negligencia tiene límites.

Termine el desayuno sin hambre, sin conversación. Me fui al escritorio y abrí la computadora. Había un mail de un cliente que quería “ ajustes mínimos” en un diseño que ya estaba terminado. Lo leí tres veces sin entender. Cerré todo. Me levanté. Fui al sillón. Desde ahí, observé el departamento. Blanco. Amplio. Minimalista. Todo es hermoso. Todo pensado. Todo comprado con deseos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.