Hoy pedí a alguien que me entienda.
No amor, ni una pareja nueva, porque ya lo tenía a Alejandro. No compañía. Solo Eso: alguien que me escuche con atención y sepa exactamente lo que quise decir, incluso cuando no lo diga bien.
Apareció esa misma tarde, cuando el sol entraba por el ventanal y yo estaba sentada en el suelo, con una copa en la mano y la cabeza llena de niebla. Golpeó la puerta como si supiera que estaba en el momento justo.
Abrí, era una mujer. Más grande que yo. Pelo canoso, suelto. Ropa cómoda. Ni linda ni fea. Ni joven ni vieja. Solo…clara.
-Hola- dijo- ¿puedo pasar?
No pregunté quién era. No hizo falta. Era ella. La que vino porque yo la pedí.
Se sentó en el sillón, frente a mi. No hablaba mucho. Me miraba con una paciencia que. Me dió un poco de vergüenza. Como si me hubiera visto llorar antes, miles de veces.
-No se porque estoy triste- le dije.
Asintió.
-Tampoco entiendo porque me cuesta tanto empezar cosas. Tengo tiempo, tengo energía… pero me siento atrapada en algo que no veo.
-Si- dijo-. Es esa sensación de estar rodeada de posibilidades pero sin ninguna dirección real. Cómo estar en un océano sin corriente.
Sus palabras me hicieron llorar. No por tristeza. Por alivio, al fin, traducida.
Hablamos durante horas. De cosas que no recordaba haber guardado tan adentro. Mi infancia. Las veces que me sentí invisible. El miedo que me da envejecer. Lo poco que confío en la gente.
Ella no interrumpia. No corregía. No opinaba. Solo decía: “si, eso tiene sentido” o “claro que duele”
Y por un momento pensé: esto si me va a salvar. No el cuerpo nuevo, no la casa hermosa. No el silencio. Esto. Ella. El vínculo.
Pero cuando volvió al día siguiente, algo ya no era igual.
Me senté a hablarle de nuevo. Le conté lo mismo. Pero está vez su voz era idéntica, las mismas frases. Las mismas pausas.
Día tras día, me entendía exactamente igual. Como si fuera un disco qué repite consuelo en loop.
No sé equivocaba nunca. No me cuestionaba.
Y ahí entendí: no era una persona. Era una respuesta a mi deseó. Un espejo amable. Un guión escrito para hacerme sentir comprendida.
No había roce. No había error.
Y sin error, no hay nadie.
Una tarde le dije:
-¿ Qué pensas vos?
Me miró con esa cara tranquila y dijo:
-Pienso lo mismo que vos.
Esa fue la última vez que la vi.
No se si se fue o deje de necesitarla. Lo que sí sé es que el silencio volvió, pero ahora es más denso. Porque no hay nada más solitario que hablar con alguien que siempre te entiende.
Me quedé sola en el sillón después de que se fue. O después de que dejó de existir. No sabría decir qué fue primero.
Había algo cruel en todo esto. Yo la pedí. La pensé. La deseé. Y ella vino. Me entendió con palabras precisas,dulces, como si tuviera acceso a todos mis diarios no escritos. Me dió ese calor que no se puede fingir. Hasta que lo noté. Hasta que ví que el guión se repetía. Que no había tensión, ni diferencia, ni margen de misterio.
Ella no tenía un mundo interno. Solo tenía la forma exacta de mi necesidad.
Y eso no es compañía. Eso es una copia amable de uno mismo.
Esa noche soñé que hablaba con mi madre. No con la real, sino con una versión parecida a ella, más joven, menos dura. Me decía lo que nunca me dijo: que estaba orgullosa de mí, que me quería aunque no hiciera nada extraordinario, que me veía.
Desperté con la cara mojada.
A veces creo que este mundo se burla en silencio. Te da todo lo que querés, pero solo después de que ya no te sirve.
Pase los días siguientes en una especie de resaca emocional. No pedí nada nuevo. No toque el teléfono. Alejandro seguía por ahí, moviéndose como un huésped que no se va ni se queda.
Le hablé poco. Me respondía lo justo. A veces creo que él también pidió está vida, que también huyó, que también está encerrado en algo que no sabe nombrar.
Una tarde, abrí una carpeta vieja en la computadora. En ella había fotos de un viaje que nunca hice. No sé porque las había guardado, probablemente eran imágenes que encontré en internet y guardé con la esperanza de ir algún día.
Montañas, lagos, bosques, cielos abiertos.
Me detuve en una particular: una mesa de madera en un bosque, con una taza humeante y un cuaderno abierto.
La imagen no tenía ruido. No tenía palabras. Pero me dolió.
Me dolió como una vida que no viví.
Pensé en pedir algo más. Pensé en desear eso. Una charla real. Una conexión. Una historia compartida que no hubiera salido de mi propia cabeza.
Pero tuve miedo. Miedo de que todo se convirtiera en otra puesta en escena.