Inventario de cosas que no llenan

La voz que no esperaba

Maria abrió la computadora una tarde gris y silenciosa. Las teclas le temblaban bajo los dedos, como si la simple idea de escribir fuera un salto al vacío. Pero necesitaba hacerlo.

Creó un blog. Lo llamó “inventario de cosas que no llenan”- el título que llevaba dándole vueltas en la cabeza desde hacía semanas.

No sabía si alguien leería lo que escribiera, pero eso no importaba. Era para ella. Para darle forma a un caos que no sabía nombrar.

“Hoy quiero contar algo que me parece imposible. Estuve en un lugar donde todo lo que quería se hacía realidad. Un mundo sin límites, sin esfuerzo, sin dolor.

Pero cuánto más conseguía, más vacío sentía. Porque hay cosas que ningún deseo puede llenar.

Quiero entender eso. Quiero aprender a vivir con eso.

No sé si esto tiene sentido.

Pero escribirlo me hace sentir menos sola”
Pasaron los días. No hubo comentarios ni visitas al principio, hasta que una mañana llegó a su bandeja de entrada.

“Hola, María. Leí tu blog. Yo también estuve en un lugar así. No sé si fue un sueño, una locura, o algo más. Pero sé lo que sentiste. ¿Querés que hablemos?”

El mensaje venía de alguien que se llamaba Ana.

Se encontraron en un café pequeño y ruidoso, con olor a café tostado y libros viejos. Ana tenía una sonrisa tímida y unos ojos que parecían guardar tormentas.

Empezaron a hablar. Y descubrieron que sus experiencias eran paralelas: la sensación de un mundo perfecto que no llenaba, la tristeza que siguió al despertar, la lucha por encontrar un sentido real.

Por primera vez, María sintió que no estaba sola. Que su dolor tenía eco, que sus pasos vacilantes podían encontrar compañía.

Ana no era un remedio. Ni una solución mágica.

Era, simplemente, otra alma intentando caminar sin perderse en el camino.




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