Aunque lo negara, el corazón de Karen aún estaba lastimado y cada vez que recordaba esos ojos claros color turquesa, maldecía el primer instante en el que los vio.
Todos los guapos eran iguales: ególatras, vanidosos y convenencieros. Unos perros egoístas que solo pensaban en si mismos y él, no era la diferencia.
Ahora intentaba continuar con lo que había quedado de su cordura, después de la debacle que significó el paso de Miguel Landeros por su existencia.
Curiosa, se asomó por la ventana de la cabaña que había rentado y sonrió. Adoraba los días así, nublados, oscuros, con amenaza inminente de lluvia. Pero sobre todo, eso, amaba poder asomarse por la ventana, ya que el lugar donde dormía solo tenía una y ni siquiera era funcional.
Bebió un sorbo de su dulce té de especias y se levantó para checar que no faltará nada antes de encerrarse ahí toda la semana.
—No hay leche, falta agua, papel del baño...
Detrás de un paquete de harina para hot cakes, descubrió que algo brillaba y se estiró cuánto pudo para alcanzarlo, esperando que no fueran los brillantes ojillos de un roedor gigante. No, no lo era, se trataba de una botella pequeña de vidrio que contenía un famoso refresco de cola. Hacía mucho frío, pero decidió guardarla para más tarde, aunque de momento no le apeteciera. Terminó su lista de compras y se fue al mercado más surtido que conocía.
Había sido una suerte ganarse ese premio y estaba convencida de que estaba dándole el mejor uso posible. Estar ahí a solas, sin molestias, con sus libros y un romántico paisaje invernal, era el mejor plan del mundo para ella. Dormir, despertar, comer, repetir.
❄️❄️❄️❄️❄️
Miguel caminaba por el diminuto aeropuerto, rodando su maleta azul metálico. Estaba consciente de que después de tantos años sin comunicación alguna con ella, las cosas podrían no salir muy bien. No solo eso, para ser sincero, esperaba lo peor.
De hecho, si las cosas hubieran sido al revés, él ni siquiera le hubiera respondido los mensajes. Pero aprovechando que ella si lo hizo, debía intentarlo una última vez. Debía saber todo lo que sucedió, por qué y cómo. Debía saber que no toda la culpa había sido suya, que hubo gente a su alrededor que influyó en él negativamente y surgieron confusiones, malos entendidos...
Cuatro años habían pasado desde su último mensaje. Mismo que ignoró igual que el resto. Se había puesto muy intensa, le reclamaba por todo y actuaba como loca. Por eso dejó de molestarse en ver lo que le escribía.
Lo hacía siempre. El típico ultimátum, ghosting y luego de un par de semanas, ahí estaba de nuevo. Pero luego, un día en que recibió un mensaje de alguien más, vio su nombre y le dio por abrir el último que ella le había enviado. Un año había pasado, luego otro y otro hasta casi olvidarse de su existencia. Casi.
Recordó que lo cerró sin leerlo. No quería saber lo que le había escrito. Tal vez porque en el fondo se alegraba de que «la pesadilla», como se refería a ella, hubiera terminado.
Aunque algo en su interior se removió, se negó a sentir culpa. Había mucha gente loca en el mundo y prefería estar lejos de viejas histéricas cómo Karen.
Pero cosas pasaron. Una serie de eventos, uno tras otro, cada uno peor que el anterior, que lo convencieron de que quizás algo debía estar pagando. Una tarde, sintiéndose abatido por todos sus problemas, se puso a revisar cuentas a las que ya nunca entraba. Muchos recuerdos vinieron a su mente. Algunos bonitos, otros amargos y muchos tristes. Sobre todo cuando abrió ese apartado que tenía casi cinco años sin abrir.
Conforme iba leyendo, las emociones cambiaban y se sentía cómo en una noria de tantas subidas y bajadas. Y se dio cuenta de algo.
Algo que hizo que se cuestionara muchas cosas y que lo impulsó a iniciar un viaje de introspección profunda. Pero esta, vez no elegiría una playa, cómo hacía siempre que necesitaba apartarse de todos y de todo, esta vez sería diferente. Se recluiría en la montaña para pensar.
Fue así cómo se preparó para viajar a un lugar apartado más no inhóspito, llamado Poblado La Rumorosa.
Le indicaron que sería más fácil llegar saliendo de Mexicali y luego subir, lo que le llevaría menos de una hora y de ahí, tendría que tomar la carretera libre a Tecate.
El cielo se iba nublando conforme ascendía, pero aún era mediado de diciembre, por lo que no resultaba extraño. Ya casi llegando a la caseta de cobro, empezó a llover, sin embargo, pudo seguir su camino con tranquilidad.
Entre las muchas cosas que Karen le contaba en sus mensajes directos, cuando se empeñaba en conversar con él a pesar de su indiferencia, estaban algunos datos acerca del sitio en el que ahora estaba, con lujo de detalles.