Miguel continuaba estresado pensando en el desastre. Karen regresó a la habitación para recobrar el sueño que el huésped imbécil había interrumpido.
Pero al parecer, el tipo estaba empeñado en no dejarla dormir y entró otra vez.
—Duermes mucho, ¿No te parece? —comentó, recargado en el marco de la puerta.
—No, no me parece —bramó exasperada desde su búnker hecho de cobijas, del que sacó la cara brevemente—. Deberías hacer lo mismo, no tiene caso que estés dando vueltas como loco y molestando a los demás.
—¿Por qué escogiste está cabaña tan lejos de todo? —se quejó.
—No sé, oye… ¿Porque quería estar sola? —respondió sarcástica, rodando los ojos.
—¿Cómo te llamas? Yo me llamo Miguel. Soy actor, ¿sabes?
—Hashtag: «kinteresante».
—Qué grosera eres.
—Así me pongo cuándo no me dejan dormir.
—¿Qué?
—¡Qué así me pongo cuando no me dejan dormir!
—¡¿Qué?!
—¡Qué…! —Se detuvo cuando lo vio burlarse de ella.
Karen hizo una pataleta debajo de las cobijas que terminaron cayendo juntas al piso y tuvo que levantarse a recogerlas.
—Es que no me gusta estar hablando solo.
—Qué mal —pensó, mirándolo con rabia, a mí tampoco me gustaba, estúpido—. Ya te acostumbrarás.
—¿Ya te dije que soy actor?
—¡Entonces, actúa como si no estuvieras!
—¿Por qué eres así? Vamos a estar aquí mucho tiempo, deberías ser más amable. Podría ser un asesino, eh. Podrías hacerme enojar y —se pasa el índice a través del cuello—, ya sabes, matarte.
—Pues si eso logra que me dejes dormir, ¡hazlo! ¡Por favor!
—Ya, pues, duérmete, no te molesto más.
—¡Ya qué! ¡Ya me espantaste el sueño!
—¿Y se espantó mucho? —rio—. No me has dicho cómo te llamas.
—Karen —respondió y regresó a la habitación, cerrando la puerta.
Aunque que un inicio no quería decirle, lo meditó un poco, cambiando de opinión. Seguramente no la iba a asociar. Debía haber miles de Karen en el país y en el mundo. Por qué tendría que ser exactamente «esa» Karen, ¿cierto?
Pero bastaron esos pocos minutos mirándose uno al otro para darse cuenta de que se trataba de la Karen correcta. Ahora Miguel no sabía qué hacer. No podía escapar a menos que rompiera el enorme ventanal y eso era casi imposible y si no, sí incosteable en ese momento.
¿Qué haría ahora? Esa tipa estaba loca y no pudo evitar imaginar una recreación de Misery con ambos de protagonistas. Hasta el clima era el adecuado.
No tenía escapatoria y entró a la habitación de al lado, donde le había dejado un par de cobijas y uno de los calefactores eléctricos.
Empezaba a anochecer y seguramente se pondría más frío. Dos cobijas no iban a servirle de mucho. Acomodó la cama y se acostó, cerrando la puerta con seguro.
El cansancio y la tensión los había vencido, haciéndolos dormir hasta entrada la mañana.
Karen había decidido ignorarlo en medida de lo posible, no tenía intención de fraternizar con Miguel, no le interesaba. Seguramente él creería que lo molestaría como antes, pero no. Si estaba ahí, era precisamente para curarse en soledad. Pero claro, el infeliz destino le había mandado al único ser de quien ya no quería saber nada, nunca más.
La señal había vuelto y puso un poco de música para batir la masa de los hotcakes cantando a ritmo de Rolling in the deep. Por su puesto, eso despertó a su invitado incómodo, pero tampoco le importo demasiado.
Miguel abrió la puerta un poco y asomó la cabeza, pero no quiso salir y la volvió a cerrar.
Cómo muestra de amabilidad, le dejo un par de piezas, aunque estaba segura de que los iba a rechazar. Igual que todo lo que procedía de ella. Pero ya no sé sentiría mal por eso. Si no los quería, sería su problema.
El resto del día fue idílico. Comió rico, vio películas de comedia y un maratón de su serie favorita. Excepto por algunos ruidos adentro del cuarto, era como si Miguel no estuviera ahí.
Karen no pensaba en hacerle ningún desplante, ni tratarlo mal, todo lo contrario, pero sabía el efecto que tenía en todos los hombres. No importaba que tan bien se comportara, siempre era rechazada, una y otra, y otra vez.
Tal vez porque no era bonita, a pesar de que había adelgazado varios kilos a lo largo de un año y se sentía un poco más segura de sí misma; hasta se había comprado maquillaje nuevo. Pero daba igual, parecía que estaba maldita y que se quedaría sola hasta la muerte.
Por eso ahora estaba más que resignada a ello, decidida a emplear su entusiasmo y energía en algo mucho más constructivo que estar esperando a que un tipo la quisiera. Ahora que tenía un poco de paz y tiempo, se dedicaría a escribir cuánto pudiera y corregir textos sin parar.
Desde la rendija de la puerta, Miguel la observaba trabajar muy concentrada. A veces reía, otras ni siquiera parecía estar presente de tan absorta, solo tecleaba sin parar. Y se veía tan feliz… qué se sintió furioso.