Invierno

6. DIVINOS DESIGNIOS

Al parecer, Miguel estaba muy preocupado por algo, tal vez tenía que estar allá para un ensayo o algo. Pero Karen no le podía preguntar por qué seguía fingiendo que no lo conocía, pero empezaba a desesperarle que caminara y caminara, y no dejará de caminar por la sala. También odiaba ofrecerle algo para comer o beber y que lo rechazara.

Para ella, eso era un insulto muy grande y se lo dejaba notar. ¿Pues qué tragaba ese wey? ¿Aire? Sí, siendo actor, vive de su físico, pero en algún momento debía comer algo ¿No? Si hasta su cuarto escuchaba sus tripas gruñir. Tenía hambre, pero no daba su brazo a torcer. Qué tonto.

Al final, no era asunto suyo si el tipo se había vuelto anoréxico o solo tragaba zacate con tofu. Ella iba a hacer un delicioso desayuno y ya no le iba a ofrecer por más que su educación se lo exigiera. Afortunadamente, había llevado comida cómo para un ejército y demás suministros. Casi parecía que se quedaría a vivir ahí por meses.

Un desayuno ideal para Karencita, consistía en dos huevos fritos, una o dos hashbrowns, dos salchichas fritas, una o dos piezas de sausage y un hotcake para acompañar su café al final; ah, y tocino, tampoco podía faltar en ese festín.

Sí, de acuerdo, sano no era, pero tampoco comía eso a diario. Era lo que ella llamaba un «Desayuno gringo» o «La pesadilla de un vegano».

Miguel miró horrorizado, no solo por la cantidad, sino por el contenido de proteína animal que había en ese plato.

—¿Qué? ¿Quieres? —dijo, recriminándose su contradicción. Ni modo, la cortesía era más fuerte.

—No, gracias, yo no cómo eso.

—Siento mucho que el pasto esté congelado en este momento, Bambi —rio y se metió un bocado de papá con catsup.

—No soy vegano, si a eso te refieres.

—¿No? ¿Entonces qué comes? ¿Rashos de sol? Porque tampoco hay. Y no va a haber en una semana.

—Eso te va a hacer daño.

—Sin duda. Pero no como esto a diario. Es un gustito que me quise dar. Ahí hay avena y fruta si es que quieres.

—Te va a dar un infarto —sentenció Miguel, mirando con desprecio el plato.

—El mejor infarto del mundo, entonces —mordió una salchicha arrancándole un pedazo de manera salvaje.

Preocupada, Karen le acercó el plato. Se notaba que tenía mucha hambre. Lo que no entendía era que, si aseguraba no ser vegano, no quería comer, aunque se notaba que era lo que más deseaba.

—Come…

—No, ya te dije que no.

—Y yo ya te dije que, si te me mueres aquí, si te pego una fileteada.

—No lo dudo.

—¿Te da miedo engordar o qué? Ya, luego le pones al gimnasio. Además —hace una pausa para masticar un pedazo de tocino con cara de tener un orgasmo y prosigue—, en invierno dicen que se queman calorías más rápido.

Una loca idea le pasó por la mente al ver su puchero de niño hambriento.

Karen tomó un par de cubiertos y los acercó a su cara en forma de cruz.

—¡¿Y eso qué?! —apartó la cosa de un manotazo.

—Estaba haciendo una prueba —lo observa con atención.

—¿Prueba de qué? —se alejó molesto.

—Dicen que cuando están poseídos, el diablo no los deja comer aunque tengan mucha hambre.

—¡No mames!

—Eso es exactamente lo que el demonio diría. Se ve que tienes hambre, pero no quieres comer. Escucho tus tripas rechinando hasta mi cuarto. Yo sé que el físico es importante para ustedes, pero no lo es todo.

—¿Por qué te importa tanto que coma?

—¡Porque comer es normal! Se ve que tienes hambre y no puedo comer en paz si no lo haces también. Estás muy bien, en serio, no pasa nada, desayuna.

—No como nada frito.

—Ya te dije, ahí hay avena, hay un poco de frutas y agua si no quieres leche.

—¿Qué tanto haces? —cuestiona al ver que no se separa de su teléfono. Habla, come y desplaza.

Feisbu.

—Creí que estabas escribiendo.

—Al rato, no me presiones.

Miguel se levantó para ver qué podía comer de lo que le ofreció. Le daba pena admitir que moría por comer lo que ella comía. Todas esas cosas fritas y deliciosas, pero que tendrían un costo muy grande en su figura si se atrevía.

Recordó que lo único que alcanzó a sacar del carro, fue el pay de elote con queso. Se sirvió un pedazo minúsculo, una taza con café negro y se sentó frente ella para que lo viera comer.

—No te vayas a empachar… —dijo Karen sin mirarlo.

—¿Y… qué escribes? —preguntó intentando parecer casual.

—Una novela.

—Sí, ¿pero de qué?

De un asesino.

—¿Otro?

Demasiado tarde, se había delatado. Karen lo miró con sorpresa.

—Sería bueno que dejáramos de fingir que no nos conocemos, ¿No crees? —dejó el tenedor y la miró.




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