Invierno

7. EL DEMONIO Y SATANÁS

Karen hizo todo lo posible para no terminar rápido. Mastico la comida despacio, vio memes, hizo promoción de sus obras, lavó los sartenes que usó y luego se sentó en la terraza, cuándo dejó de nevar un momento, pero no tardó mucho en entrar pues el frío era intenso.

Miguel la esperaba y la miraba pasar de aquí para allá y de allá para acá sin detenerse. Era claro que no estaba interesada en hablar.

—¿No te aburres ahí sin hacer nada? —dijo, sacudiendo el polvo de la mesa de centro.

—No —respondió Miguel.

—Yo sí.

—¿Por qué me abandonaste?

—¿Yo te abandoné? —preguntó incrédula— ¡No me vengas con eso! —arrojó el trapo con el que sacudía a un lado— ¡Tú me abandonaste primero! ¡Tú me ignoraste! Por dignidad debí haber desaparecido mucho antes, pero mi autoestima en ese entonces estaba en valores negativos, en el subsuelo de hecho.

—¿Y ya no?

—Espero que no.

—Me dejaste solo.

—No lo creo. Tenías a tu favorita, a la única que querías, la única que existía y hacia las cosas bien para ti. Así que te dejé con ella y me fui a hacer cosas más interesantes con mi tiempo.

—Pero también se fue después.

—Sufriste mucho, me imagino. Pero no, tenías a cientos inflándote el ego a diario. Nunca hacían nada, pero no dejaban de adularte. Tanto, que daban náuseas.

—¿Qué te daba náuseas? ¿Qué me hicieran sentir bien?

—¡Tú me dabas náuseas! Sobre todo, cuando empecé a verte cómo lo que realmente eres.

Miguel se levantó y se puso frente a Karen.

—¡¿Cómo lo que realmente soy?! ¡¿Y que realmente soy, según tu?!

—Un wey equis. Nada extraordinario. Solo uno más entre un montón de tipos que se ven y hablan exactamente igual.

—Yo nunca pretendí ser más de lo que soy. Ese valor me lo dieron ustedes. Tú, sobre todo. Y luego te decepcionaste porque no fui lo que esperabas. Porque no hice lo que querías. Pero no estoy en el mundo para complacer a viejas locas y frustradas.

—Sí, supongo. Pero reconozco mi parte de culpa. Esperaba demasiado de ti, sí, y me decepcionaste. ¡Monumentalmente!

—¡Tú me decepcionaste todavía más y eso que nunca espere nada de ti! ¡Siempre querías ser más que las demás, siempre tratando de sobresalir! Te ponías insoportable.

—¿Y como por qué iba a dejar que me ningunearas?

—Te quejas de que soy un ególatra ¡Pero tú eres igual o peor! ¿O qué te hace tan especial, según tú? Digo, como para que yo ponga mi atención en ti por más de dos segundos... ¡Estás vieja! ¡Estás fea! ¡Eres muy ridícula! ¡No tienes nada especial, nada que me interese!

—Y supongo que la estúpida esa sí. Pero bueno, ¿qué voy a hacer si te gusta lo «sencillo»? ¡Por no decir chafa! Porque podrá ser mucho más joven y hasta bonita. Pero fuera de eso ¿Qué más tiene? ¿Cuál era su gracia? 

—Qué envidiosa has sido siempre... ¡Me das lástima!¡Dizque escritora mediocre, amargada, que cree que por publicar pendejadas en Wattpad, ya se realizó, ya es importante!

—Te iba a decir algo, pero supongo que ya lo sabes.

Karen sonrió burlona y dio media vuelta para alejarse, pero Miguel la siguió y la jalo del brazo.

—¡No he terminado!

El jalón le lastimó el hombro y emitió un quejido, pero era tanto su coraje que se repuso.

—¡Yo sí! —respondió iracunda y le clavó las uñas en el brazo haciendo un doloroso rasguño a cuatro dedos, lo que él respondió con una bofetada que la tiró al suelo.

De inmediato se arrepintió y quiso disculparse, pero el odio en su mirada le advirtió que no era prudente dirigirle la palabra siquiera.

Karen se levantó con lágrimas de rabia en los ojos y se encerró en su habitación dando un portazo que cimbró la cabaña y provocó un derrumbe que cubrió la otra salida.

Solo quería hablar, arreglar las cosas, pero ahora todo estaba peor que antes. Mucho peor.

¿Por qué hizo eso? Él no era así. Karen parecía sacar lo peor de él con sus tonterías.

En el interior, ella no paraba de llorar, pero evitaba a toda costa que la escuchara. No le iba a dar ese gusto. Ese bastardo malparido parecía sacar siempre lo peor de ella.

Ahora las fantasías homicidas en las que mataba a la imbécil esa que tanto quería y se la mandaba a su casa pieza por pieza, habían vuelto.

A pesar de todo lo que la hirió había estado siendo generosa y considerada con él y así le pagaba. Debió dejarlo morir congelado tratando de encontrar su cabaña.

La tormenta estaba poniéndose cada vez más y más violenta. Los cristales de la ventana temblaban ante la fuerza del viento salvaje en el exterior. Tal parecía que su humor y el de la naturaleza, era el mismo en ese momento. Solo faltaban los relámpagos y las nubes revoloteando sobre el techo.

Karen recibió un mensaje de los administradores para preguntar si estaba todo en orden.

«Todo bien hasta el momento, gracias» —escribió de vuelta, aunque no sabía hasta cuándo.




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