Invierno

8. MUERTO FRESCO

Karen no salió hasta la mañana del siguiente día y eso, porque le dio hambre.

Igual que desde su llegada, puso música, se preparó su té negro con leche y desayunó tranquila hasta que Miguel se atrevió a salir cómo si no hubiera pasado nada la tarde anterior.

Intentó no prestarle atención y se concentró en su deliciosa comida.

Su mirada insistente la incomodaba. Aún estaba furiosa y era evidente. Sobre todo, cuando lo vio también, harta de que la estuviera incomodando.

—¿De dónde sacaste esa comida? —osó preguntar.

—Yo la hice.

Miguel se rascó la cabeza me upditando la siguiente frase con mucho cuidado.

—Si tienes hambre, puedes comer lo que quieras. Seré fea, vieja y ridícula, pero nunca le niego el pan a nadie. Con permiso.

Karen tomó su café, su plato y se retiró a la habitación dejándolo solo.

Paso el resto de la mañana respondiendo llamadas atrasadas para informar en donde estaba y que, al menos físicamente, se hallaba bien.

Pasadas la doce, se preparó un sandwich de queso con jamón, con un café frío y malo.

Karen seguía encerrada tecleando sin parar. Sabría Dios que tanto estaba despotricando en su contra. O de la otra tonta, que ni siquiera sabía por qué, defendía tanto. Tampoco es que le importara, pero al parecer a ella, a Karen, sí.

Estaba seguro que, de haber estado la otra ahí, aquello habría terminado en tragedia. Podría jurar haber visto cómo los ojos se le volvían completamente negros, a causa de la ira contenida.

Después de mucho rato escribiendo, Karen se sintió sucia y se metió a bañar, dejando la puerta del cuarto abierta. Para Miguel, la tentación de ver qué escribía de él, era mucha y se puso a leer lo que había dejado a la vista.

—«Era un hombre alto, muy delgado con cabello y barba de un tono castaño claro...» —leyó de prisa, bajo un poco el cursor y continuó— «Sus enormes írises cafés...» ¿Cafés? Yo no...

Miro la parte trasera de la pantalla y vió a quien se refería con lo de los «ojos cafés».

La foto de un colega suyo caracterizado como un rey, pero de un reino muy, muy lejano, lo miraba altivo desde su lugar, con cetro y corona incluídos, cómo informándole que había sido desterrado y ahora él, era el soberano de su mente, su alma, su inspiración y todo.

—El hijo de puta rey de Escocia —masculló con rabia.

No entendía por qué, ya que nunca le importó lo que hacía o decía, pero eso le dolió. Qué lo hubiera reemplazado, no solo en fotos, sino en el lugar privilegiado que tuvo durante mucho tiempo, en sus alucinaciones escritas.

Y no solo eso, sino que desde que Karen cambió de muso, le empezó a ir mucho mejor con sus historias. Escribía mejor, ganando poco a poco más lectores, incluso, algunos premios.

Escucho la llave cerrarse y huyó de ahí para encerrarse en el cuarto de al lado y buscar desesperadamente, la historia que estaba en la pantalla y qué al parecer, corregía.

No hizo falta buscarla mucho, ya que reconoció de inmediato al desgraciado usurpador, en la primera portada que apareció.

Oprimió el enlace y lo llevo a la historia.

—«Ele». «Una joven y prometedora actriz de telenovelas ha sido asesinada y el único sospechoso de ese crimen, es el enamorado, obsesivo y extraño escritor, Ele Sánchez».

Karen se dio cuenta de inmediato que «alguien» movió sus cosas y disfrutó del momento lentamente, mirando en dirección al otro cuarto con enorme satisfacción.

Poco a poco, Miguel fue capturado por la trama, sobre todo por un personaje femenino que, a todas luces, lo representaba a él. Por supuesto, era la villana de la historia junto con otro. Ambos le hacían la vida triste al protagonista.

Independientemente de que la historia hiciera clara referencia a él, de eso estaba seguro, la trama era muy buena y atrapante. No pudo dejar de leer hasta que el sueño lo venció a unos cuantos capítulos del final.

Con Miguel encerrado, Karen tuvo más libertad para circular libremente, sin molestia de ninguna clase. Aunque al abrir la pequeña alacena, descubrió que la comida se estaba acabando. Abrió el refrigerador y ahí también quedaba poco de todo. Quizás para tres días comiendo una sola vez y no podían salir aún.

Abrió la puerta trasera y un montón de nieve entró acompañada de un ventarrón que le dificultó volver a cerrarla. Corrió a la puerta del frente y estaba peor, cubierta hasta arriba de nieve.

Intentó comunicarse con los administradores, pero ya no había señal, ni línea, ni luz. No tuvo más opción que recurrir al enemigo y tocó a la puerta de su cuarto.

—¡Miguel! ¡Miguel! ¡Abre!

Tocó, tocó y tocó sin pausa y tan fuerte, que le dolieron los nudillos.

—¡Miguel!

El aludido quitó el seguro pero no abrió. Karen profirió un par de potentes maldiciones cuando empujó la puerta con poca delicadeza. Miguel se frotó los ojos y se volvió a acostar sin dirigirle la palabra. Estaba no solo enojado, sino muy sentido con ella por todo lo que había estado leyendo.




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