Invierno Cruel

C A P Í T U L O 2

 

SUSURROS DE NOCHE

 

- JOYCE -

 

A las diez salí de mi habitación, sin cambiar la ropa de la mañana y el pelo atado en una coleta alta. Cerré la puerta con cuidado tratando de no hacer ruido, asegurándome que ningún instructor llegara a verme.

Conforme caminaba por los pasillos, el silencio era inquietante. Todavía me sentía atormentada por los ruidos de la noche anterior, no había dormido más de dos o tres horas, en consecuencia, no lograba concentrarme del todo en lo que estaba haciendo, había estado adormilada el resto del día y apenas comido lo suficiente. Esa misma situación empezaba a cuestionar si debía ir a donde Dominic o mejor regresar a la cama.

Sin embargo, una vez me decidí por la segunda, estaba dando vuelta en dirección a las escaleras de caracol que llevaban a la azotea, sin hallar rastro de los instructores que patrullaban la institución. Aferré mis dedos a la barandilla y comencé a subir los peldaños con mucho cuidado.

«Más vale que sea algo bueno» pensé, tallándome los ojos.

Cuando llegué a la final de la escalera, abrí la puerta con un poco de esfuerzo, haciendo lo mismo para cuando tuve que cerrarla, evitando que el viento llegara a azotarla.

Suspiré, dando media vuelta y observando el exterior. Aquella única cosa de la que los muros no podían privarnos, era el cielo. Miles de estrellas relucientes estaban salpicadas sobre la negrura azabache por encima de mi cabeza, una pequeña y hermosa parte del mundo. No podía imaginarme todo lo demás que habría.

Regresé la vista al frente, Dominic estaba recargado de espaldas en  la barandilla, observándome. Llevaba su distintiva cazadora marrón, la camiseta azul oscuro de pijama y su pantalón gris.

—Llegaste justo a tiempo —me dijo apenas me detuve frente a él.

—Me estoy arriesgando al venir, pero te condicione una buena oferta a cambio —mencioné, frotando mis manos.

Dominic se quedó mirándome, como sí buscara en sus pensamientos lo que le había dicho el día anterior.

—¿Y bien? —dije, esperando a que finalmente me contara el secreto.

—¿Qué? —espetó con una risita nerviosa.

—El papel... —le recordé. Él parpadeó como un tonto —. Lo que me ibas a mostrar.

—¡Ah! —exclamó luego de unos segundos —. Eso, cierto.

Metió la mano en el bolsillo interior de la chaqueta y me hizo una seña con el dedo. No parecía él mismo, estaba algo desconectado.

—Anda, siéntate conmigo —me invitó, dándole unos ligeros golpes al metal.

Giro sobre sus pasos, despegándose un poco de la barandilla para sentarse sobre ella, dándomela espalda, dejando las piernas volando en el borde de la azotea.

—Estás loco, podría matarme —excusé, señalando la distancia a la que estábamos del suelo.

—Tienes un poco de suelo para apoyarte antes de subir, no te preocupes.

—Eso no me ayuda en absoluto.

—Vamos —animó —. Yo te agarro, ¿si?

Tragué ansiosa. La verdad no quería sentarme ahí, un movimiento en falso me haría caer sin protestar, pero tampoco quería que pensase que no confiaba en él, creía que lo forjado entre ambos era bueno y diferente a lo que tenía con Muriel y Sam. Así que, con mucho cuidado, pase una pierna del otro lado, sosteniéndome con fuerza de la barandilla, mientras Dominic cuidaba que no resbalara.

—Vas bien, solo no mires abajo y no te sueltes.

Ignore el impulso de voltear hacia donde había dicho que no lo hiciera y, una vez pasé al corto espacio donde apenas cabían mis pies; me empujé hacia arriba con la ayuda de Dominic para sentarme en la barandilla. Con una suspiro de alivio logré estar a su lado sin morir en el intento.

Frente a mí, los muros se habían fusionado a la oscuridad, a pesar de haber acostumbrado la vista, parecía que no estaban allí.

Insistí una vez más en el papel y él asintió, desdoblándolo despacio, pero en el último pliegue se detuvo y me miró

—¿Segura que no dirás nada una vez lo veas? —volvió a cuestionar.

Resople y negué con la cabeza.

—Muy bien.

Una ráfaga de viento llegó de pronto y el aire frío me la piel de gallina. Me estremecí al instante, abrazándome a mí misma para darme calor. Dominic, a pesar del frío y sin soltar el papel, se desprendió de su cazadora y la colocó sobre mis hombros en un ágil movimiento.

Le agradecí, colocándome la prenda con cuidado y, en tanto lo hacía, se aproximó un poco más a mí, acercándose a mi oído.

—Sé cómo podemos derribar los muros —soltó y me quedé paralizada.

¿Derribar los muros? ¿Se le había zafado un tornillo? No existía forma de hacerlo. Iba a protestar, pero interrumpió desdoblando completamente el papel que tenía en las manos.

—Te enseño—dijo, había cierto entusiasmo en su voz.

La hoja quedó extendida a la misma distancia que sus brazos. Entre ligeros trazos y flechas, había una serie de pasos en la parte superior izquierda, una especie de dispositivo con forma de sol debajo, en la otra mitad un suave dibujo a lápiz de los muros, muchísimas otras indicaciones estaban alrededor. Era como un plan de escape.

—Estudió mucho los muros por los últimos dos años; también libros sobre construcción, materiales, estructuras y mas —explicó —. Incluso recolectó una pequeña muestra de los muros —dijo, bajando un poco el papel—. ¿Puedes creer que atravesó la línea de cercanía? ¡Qué loco! Pero la pistola apenas dejó marca.

Dominic llevó un dedo hasta su cuello, señalando debajo de la oreja derecha una cicatriz larga perfecta. Aquel detalle no lo había notado en la biblioteca porque llevaba la cazadora. La cicatriz se extendía de la nuca hasta la mitad de la mandíbula, la piel era más áspera y tenía un tono pálido; debió ser una herida mortal.



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En el texto hay: misterio, ficcion juvenil, apocalíptica

Editado: 18.03.2024

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