MAÑANAS CON OLOR A CAFÉ Y MUERTE
- JOYCE -
Por la mañana, me desperté tan radiante como el sol que se colaba por la ventana. Fui la primera en llegar a las filas, ansiosa por volver a encontrarme con Dominic después del desayuno.
Cuando la salida comenzó a llenarse, recorrí con la mirada la quinta fila, sin embargo, no lo llegué a verle, ni siquiera cuando la subdirectora Barrowman apareció y nos pidió que entrar al comedor.
Mientras mi fila avanzaba, la última fue detenida cuando la subdirectora notó que solo eran nueve en vez de diez. Les hicieron preguntas y uno de ellos mencionó el nombre de Dominic, enviando a uno de los instructores hacia las habitaciones del Este.
«Seguramente se habrá quedado dormido» pensé, intentando alejar la preocupación que estaba comenzando a sentir.
En el comedor su silla quedó vacía y me quitó el apetito. Mi esperanza se derrumbó cuando el instructor regresó sin noticias para la subdirectora, dando a entender que no estaba en su dormitorio. Aunque continuaron buscándolo, Dominic no se presentó en el desayuno.
Coloque el tenedor a un lado del plato, dejando la comida a medias antes de levantar la mano.
—¿Ocurre algo, Joyce? —la subdirectora Barrowman atendió.
—Necesito ir al baño —dije y asintió con la cabeza, pidiéndole a una de las instructoras acompañarme hasta el sanitario.
Me levanté de la silla y caminé por los pasillos junto a la instructora llamada Mary, ella siguiéndome detrás y entrando al sanitario de mujeres conmigo. El tapiz del lugar era de un rojo elegante con azulejos blancos en el piso. A la izquierda los lavabos estaban decorados con barras de jabón amarillas, lámparas de aceite a los bordes del espejo largo y ovalado; a la derecha estaban los cubículos de puertas de madera oscura que no llegaban al piso.
Entre a uno y cerré la puerta con seguro, tenía al menos dos minutos para estar ahí. La instructora esperó frente al cubículo y yo me senté sobre la tapa del retrete. Después de haber mentido sobre ir al baño, tenía que idear un plan para salir sin que lo notara si quería buscar a Dominic. Había muchas maneras para escapar, pero en todas estaba el problema de distraer a la instructora.
Me quede ahí un buen rato hasta que se me ocurrió una idea. Le quite la tapa de porcelana al retrete y también el seguro de la puerta con mucho cuidado, deslizándome hacia el cubículo de la izquierda.
A través de un pequeño espacio de la otra puerta, vi a la instructora examinar el reloj que tenía en la muñeca derecha.
—¿Necesita un poco más de tiempo, señorita? —preguntó, tocando con los nudillos la madera sin obtener respuesta.
Respire hondo y agarre el borde de la puerta, por suerte, se abrían hacia adentro, por lo que fui tirando con lentitud para no arruinar mi plan.
—¿Todo bien ahí? —repitió, volviendo a tocar —. ¿Señorita?
Colocó la mano en la puerta y la empujó hacia adentro, quedándose inmóvil al no verme dentro. Levanté la tapa de porcelana y le di un golpe en la parte trasera de la cabeza. La instructora se deslizó por la pared del cubículo y cayó sin mas al suelo.
Solté el aire que tenía contenido, dejando la tapa de porcelana a su lado. Acerqué el dorso de la mano hacia su nariz para comprobar que no me hubiese excedido, notando su respiración lenta, pero respiraba.
Salí corriendo del sanitario y doble a la izquierda por el pasillo, yendo hacia las puertas que daban al patio. Afuera, el sol me cegó por un brusco instante, teniendo que alzar el brazo a la altura de mis cejas para ver mejor. Caminé hacia atrás, cuidando que los instructores no llegaran a notar mi presencia desde la ventana.
Revisé la azotea de un lado a otro, sin encontrar rastro de él. Dejé caer el brazo al costado, suspirando; no faltaría mucho para que se dieran cuenta de mi mala idea y el castigo seria muchísimo peor.
Apunto de regresar, alcancé a ver debajo de la ventana una mancha negra en el pavimento. Me puse en cuclillas y la toqué con el dedo, estaba seca y desprendía un olor desagradable. Su extensión formaba un camino que seguía hasta la esquina de la construcción.
Fui hasta el borde, dando media vuelta para encontrar a Dominic tendido en el suelo. Aquella línea negra se unía por debajo de él en un enorme círculo, en realidad, se trataba de sangre.
Su cabeza estaba en una posición extraña, la mitad de la cara y cuello cubiertos de rojo oscuro, tenía los ojos bien abiertos, las mejillas quemadas por el sol. Al bajar la mirada a su torso, una oleada de pavor me arrebató el aliento. Profundos surcos le cubrían el pecho, la camiseta que llevaba puesta anoche estaba hecha jirones, dejando expuesto un enorme hueco en el abdomen. Se le veían las costillas, algunos órganos, enteros o a la mitad; coágulos, trozos de piel y músculo, sus intestinos colgaban hacia un costado y tocaban el suelo.
Unas terribles náuseas me recorrieron la garganta. Di un paso atrás, pero caí de espaldas con las palmas en el suelo; ahí fue cuando pude gritar. Lo hice lo más fuerte que pude, una y otra vez hasta que las puertas que dirigían al patio se abrieron de golpe.
La subdirectora Barrowman corrió donde estaba para toparse con la misma escena.
—Jesucristo... —murmuró, tocándose los labios con las yemas de los dedos, antes de girar hacia los instructores que le habían acompañado —. Que nadie se acerque, ocúpense de esto lo más rápido posible.
Cerraron las cortinas del comedor, alejando las miradas de la situación. Oí la voz de Muriel en el patio, espetó algo hacia subdirectora y la mujer ordenó que le dejasen pasar
Llegando a mi lado, se arrodilló aterrorizada. Me hizo preguntas y dijo quien sabe cuántas cosas, todo me daba vueltas, no sabía si me desmayaría o vomitaría. Ella giró la cabeza, divisando a los instructores que cubrían el cuerpo de Dominic, apretando los ojos al apartar la mirada, como si contuviera los mismos sentimientos que yo estaba experimentando.