TÉ DE MANZANILLA Y AZÚCAR
- JOYCE -
El pecho de Lambert subía y bajaba con insistencia, sus brazos daban pequeños temblores sosteniendo ambas pistolas, sin apartar la vista del instructor que se había quedado cerca de la pistola eléctrica y de los otros que estaban alrededor. En medio del silencio, una voz apareció al fondo del pasillo:
—Veamos, ¿a quién tenemos aquí?
A la vuelta de la esquina, apareció la subdirectora Barrowman, con su firmeza y una ligera sonrisa ladeada. Sin embargo, apenas nos vio, su expresión de borró, quedándose atónita.
—Baje el arma, soldado —soltó luego de unos cuantos segundos sin haberse movido, recuperando la compostura.
Lambert miró a la derecha, apuntando el cañón en la misma dirección. La subdirectora se encaminó hasta el instructor junto a la pistola eléctrica, pidiéndole que se echara para atrás, sin embargo, el hombre dudó y no se movió.
—He dicho que baje el arma —repitió. Lambert se negó, elevando el mentón —. Es una orden —agregó la mujer alzando la voz.
Entonces, la expresión en el rostro de Lambert se ablandó y dejó de apuntarle con la boca del arma. El instructor intentó tomar la pistola una vez más, pero se detuvo cuando la punta del tacón de Barrowman pateo el objeto lejos de su alcance.
—Evitemos los disturbios, Aron —dijo —. Retírese y envíe a Samara, es urgente.
El hombre se retiró y desapareció a la vuelta del pasillo. La subdirectora siguió observando a Lambert.
—También necesito que deje de apuntarle a Edgar —mencionó, con las manos enlazadas en la espalda —. Y que ponga las pistolas en el suelo.
Con lentitud, se agachó para dejar ambas armas cerca de aquella mujer, manteniendo la distancia entre él y el instructor, el cual se haba levantado y le sangraba la nariz a causa del cabezazo que le había propinado.
—Estire los brazos y separe las piernas —Lambert hizo lo que le pedió y giró la cabeza hacia el instructor —. Edgar, revísalo.
De mala gana, fue hacia Lambert y comenzó a palpar los costados de su cuerpo de arriba abajo. Otra instructora apareció en el pasillo agitada.
—¡Samara! Ven aquí, linda —espetó la mujer de cabellos rubios, haciendo una seña con la mano para que se acercara—. Escucha, necesito que le des a nuestro invitado: una ducha con agua caliente, le cortes el cabello, le quites la barba, le des ropa limpia y una buena comida, ¿de acuerdo?
La instructora asintió confundida y ciertamente aterrada cuando su mirada se posó en Lambert. El hombre que lo había revisado se alejó apenas termino y abrió paso a la otra instructora, quien le indicó a qué lo siguiera.
—Ya aclararemos la situación después —dijo, dando media vuelta hacia mí.
—Y con usted tenemos mucho que tratar, jovencita.
- LAMBERT -
Samara, luego de haber hecho lo que le pidieron, me llevó por un pasillo ancho y largo, argumentando que tenía que discutir mi llegada con su superior. Aquella ducha con agua caliente me había venido bastante bien después de haber estado en la zona azul, al igual que la comida. Sentía el cuerpo relajado, aliviado en cierta manera... ojalá así mi mente también pudiera cesar como el peso en mis hombros.
Llegamos a una puerta de madera oscura con pequeñas letras doradas que decían el nombre de Barrowman.
—En un segundo estará libre —indicó la mujer después de haber asomado la cabeza dentro de la habitación.
—Debe ser difícil vivir aquí —hablé, intentando mantener una conversación.
Samara me miró perpleja.
—Detrás de los muros —referí —. Quiero decir, mucho tiempo puede...
—Aquí es mucho más seguro —respondió de inmediato, sin dejarme terminar.
Mantuve la boca cerrada hasta que la puerta se abrió y al pasillo salió la chica de cabello castaño que me había encontrado en la zona azul, seguida de un hombre. Me miró de reojo y continuó caminado por el pasillo. Apenas di unos pasos en la habitación, me vi encarcelado en ella junto a Barrowman y dos hombres.
El lugar, de paredes verdes, suelo de madera e iluminación dorada, se sentía más frío que estar allá abajo y las miradas no solucionaban el problema. Ella tenía las piernas cruzadas y los brazos apoyados en los costados del sofá. Sonrió en cuanto me vió.
—Que bueno que llegaste —dijo, sin mostrar entusiasmo, solo con una ligera sonrisa en el rostro—. Tu té se estaba enfriando —comentó, señalando la taza que estaba sobre la mesa de cristal —. Anda, siéntate, ¿disfrutó la bienvenida, soldado?
Me acerque a pasos largos y tomé asiento, levantando la taza de la mesa para darle un sorbo. Sabía a manzanilla y casi no le habían puesto azúcar.
—La luz del día no le cae mal a nadie.
Hubo un corto silencio en el que se dedicó a analizarme de forma bastante hostil.
—Sabes, pude haberte devuelto a ese agujero por la seguridad de los muchachos a mi cargo —mencionó —. Por suerte me tomaste de buenas.
—De verdad aprecio su generosidad —contesté, con una mano puesta en el pecho —. Pero no me hacía falta.
—¡Oh! —exclamó, soltando una risita —. ¿Quieres decir que no te importaba estar ahí abajo? ¿Aún con todo lo que te puedes encontrar?
—Se cuidarme solo —respondí, con una sonrisa.
—¿Incluso contra...?
—Muchas cosas se viven y aprenden en el exterior —agregué —. Allí fuera no todos pueden protegerse con un muro.
Barrowman guardó silencio, frunciendo un poco el ceño, sin dejar hacer las comisuras de sus labios.
—Leí tu expediente, si que da mucho de lo que hablar.
Mis dedos se aferraron al mango de la taza.
—Lambert Baird, un soldado olvidado —habló —. Uno de los mejores al mando de Radcliffe, un sobreviviente... y un malagradecido.