TODAS LAS COSAS QUE AMABA
4 semanas después
—Subdirectora...
Barrowman dio media vuelta y observó al instructor que estaba parado en el umbral de la puerta.
—Recibimos su respuesta.
—Excelente —contestó —. Procedan a...
—Perdone que la interrumpa, subdirectora —añadió el instructor —. En el mensaje él pidió hablar con usted personalmente —mencionó —. Le espera paciente en la línea.
—De acuerdo, gracias, Fred.
El instructor cerró la puerta de la oficina.
Barrowman se alejó del ventanal y se dirigió a su escritorio. Tomó asiento en la silla giratoria, pegando la espalda al respaldo, adoptando una buena postura antes de encender la pantalla de la computadora.
—Ammeline, ¡cuánto tiempo sin vernos! —puntualizó él, tan entusiasta como siempre.
—Buenas tardes, señor —dijo ella, tratando de no parecer nerviosa —. Uno de los instructores a mi cargo me informó que deseaba hablar conmigo.
—Eso es correcto —respondió con una sonrisa en el rostro —. Me ha llegado tu solicitud para enviar a un grupo de "rescate".
—Exacto, señor —afirmó —. Si me lo permite...
—No deberías tomar decisiones tan precipitadas —interrumpió —. Es recomendable meditar las cosas antes de correr riesgos. A veces dejarse llevar por las emociones puede terminar en arrepentimiento.
Barrowman se quedó en silencio.
—Así que, envías a tu sobrino junto a una de tus chicas al exterior, el cual es extremadamente peligroso, y luego de un mes me solicitas un grupo de soldados... ¿para que traigan de vuelta a tu familiar? —se le escapó una risita —. Vaya forma de manejar las cosas.
Hubo una pequeña pausa.
—¿Cómo me aseguras que no están muertos ya? —dudó.
—Joyce tiene puesto un rastreador, se apaga en caso de que fallezca —contestó —. No pudo haber llegado muy lejos sin su ayuda, ambos están con vida.
El hombre al otro lado de la pantalla, entrelazó los dedos sobre la mesa.
—En pocas palabras, quieres salvar la vida de tu sobrino que pusiste en peligro, pero quieres dejar a la suerte la de una chica que, por una razón muy específica, estaba en tu institución —resumió y luego suspiró —. No dudo de tu capacidad para dirigir o tomar decisiones, Ammeline; pero algo está nublando tu juicio recientemente y no quiero que esto se te salga de las manos.
—Por supuesto que no, señor.
—Es por eso que voy a denegar tu petición.
Barrowman abrió mucho los ojos.
—Pero...
Él se recargó en el respaldo de la silla y levantó un dedo.
—Si mal no recuerdo, un chico de valiosa importancia fue asesinado, le siguieron otros cuantos instructores y usted no solicito ayuda hasta que comenzó a ver las consecuencias. Después resulta que el hijo de su hermana estaba encerrado en la zona azul y lo sacaron tres personitas que, no me cabe en la cabeza cómo, lograron entrar sin que nadie las viera —retomó, formando un puño con la mano —. Y ahora esto, me esperaba mejores resultados de ti, Barrowman.
—Señor...
—No olvides que la única razón por la que estás sentada en esa silla, es porque tu esposo dejó la vacante luego de los errores que cometió —le recordó, hundiendo las cejas —. No trates de seguirle el paso.
Hizo un ligero asentimiento. Cuando ella estaba a punto de apagar la computadora, el hombre relajó el rostro y volvió a tomar la palabra.
—Sin embargo, debido a tu buen historial, haré una excepción por única vez.
A Barrowman se le iluminaron los ojos.
—Con la condición que debe venir la chica con él —añadió —. Quiero que este completa, que no le falte ni un solo cabello. Mis hombres se se aseguraran de eso y tendrán una orden específica si ocurre lo contrario.
Accedió, no muy de acuerdo.
—Excelente —espetó —. Daré la orden al Coronel Williams para que aliste al grupo y lleguen lo más pronto posible.
En eso, otra persona se acercó por detrás del hombre y le susurró algo al oído.
—Mis disculpas, tengo un asunto que atender, no será nada extenso —dijo, acomodándose el saco que llevaba puesto, deteniéndose antes de levantarse —. ¡Oh! Por cierto, Ammeline.
—Si, ¿señor?
—Que este sea el último error que cometas —advirtió —. O tendré que tomar medidas más drásticas.
- JOYCE -
El viento provocó que el cabello se me pegara al rostro. Ese día no hacía tanto frío como los demás, a pesar de la nieve alrededor, el sol estaba en su punto más alto y no tenía necesidad de ponerme la chaqueta para salir.
Aún me estaba acostumbrando a llevar la ropa de la hija de Mara. Sus botas me quedaban a la medida, el pantalón beige me obligaba a llevar puesto un cinturón porque era un poco holgado a diferencia de su camiseta de tirantes magenta, que quedaba a la medida, debía admitir que me gustaba su estilo.
Observé las flores anaranjadas del campo y me quite los mechones del rostro. Llevábamos ya bastante tiempo en el búnker, aunque me agradaba estar ahí, mi preocupación por Sam aún me mantenía despierta por las noches.
¿Qué cosas horribles habría encontrado? ¿Estaría bien? ¿Podría...?
—¡Hey! —la voz de Lambert me sacó de mis pensamientos.
Giré la cabeza y lo ví encaminarse en mi dirección.
—¿Qué haces aquí afuera? —me preguntó, con cierta calma —. Puede ser peligroso.