Invierno Cruel

C A P Í T U L O 1 6


ASÍ TOMAMOS JUSTICIA

 

- JOYCE -

 

Recorrimos los pasillos, yendo al frente con Brett a mi izquierda. Lambert había guardado una de sus pistolas, pero mantenía la otra cerca y a una altura suficiente como para dar un buen disparo en caso que intentaremos huir o doblegarlo. Sinceramente, no teníamos muchas posibilidades de ir contra él. Lambert estaba armado y había recibido entrenamiento para combatir; podríamos ser tres contra uno, no obstante, Sam nunca había peleado en su vida, yo había aprendido algunas maniobras gracias a él, así que mis movimientos eran predecibles, únicamente quedaba Brett, así que la lucha se igualaba uno a uno. Aún contando todo eso, sería mejor no arriesgarnos en caso que todo saliera mal.

Miré de sobre mi hombro a Sam que estaba a su izquierda y lo sujetaba del brazo para que no huyera. Regresé la vista al frente, en donde dos hombres con casco se encontraban parados a los costados de la puerta. La abrieron de par en par cuando estuvimos cerca, dejando entrar la luz del exterior.

Nuestros zapatos hicieron contacto con el pavimento. Los demás estaban en el patio y solo la general Pollock, junto a la subdirectora Barrowman y otros soldados, nos esperaban a unos metros. En eso un olor a quemado llegó hasta mi nariz y detuve mis pasos, dando la vuelta para observar como una nube de humo con pequeñas esporas llameantes salía de la parte trasera este de la institución, en donde estaban los dormitorios.

Mis ojos se posaron en Brett apenas Lambert se alejó de nosotros y los soldados de la puerta nos sostuvieron y pusieron de rodillas sin cuidado. Bajando un poco el arma, caminó hasta la general, todavía sin soltar a Sam.

—¿Intacto? —preguntó aquella mujer de ojos claros.

Lambert asintió.

—Excelente trabajo, Baird —dijo, extendiendo el brazo hacia el frente.

—Quiero verla primero —espetó él, elevando la pistola y echando a Sam atrás —. Dejen ir a mi mamá.

—Esta vez te cederé la palabra, Ammeline —dijo Pollock, mirando a la subdirectora.

Barrowman tragó con nerviosismo, moviendo un poco los labios, como queriendo decir algo.

—¿De qué está hablando? —cuestionó.

—Lambert... —habló, pero se quedó con la boca entreabierta y nada salió de ella.

De pronto, un soldado tiró de Sam y llamó la atención de Lambert, sin embargo, no le dio tiempo de hacer algún movimiento cuando la general lo golpeo en el rostro con el mango de su arma, mandándolo al suelo. Su pistola se deslizó junto a ella, logrando sostenerse con las manos para no darse contra el pavimento. El hombre que alejó a Sam lo agarró de los brazos y los puso en su espalda, dejándolo de rodillas.

Pollock se le acercó con la pistola plateada en la mano, acuclillándose frente a él que sangraba por la nariz.

—Quisiera deshacerme de ti, Baird —dijo, tomando su mentón entre sus dedos —. Pero mientras tu tía esté viva eres intocable.

La subdirectora dio un paso al frente, queriendo interponerse.

—Libérala —frunció el ceño —. Ya te di a Samuel, cumple tu parte y suéltala.

Ella apartó su mano.

—No puedo hacer eso.

—¡Y una mierda! —rechistó —. ¡Me diste tu palabra!

—Lambert, tu madre está muerta —espetó sin piedad.

Sus cejas se relajaron, sus labios quedaron entreabiertos y sus pupilas pequeñas. Todo su rostro se había tornado una expresión de shock.

—¿Qué? —susurró con dificultad y apenas audible.

Aunque no podía notar alguna otra emoción en su cara, sí pude verlo en sus ojos. Un sentimiento doloroso, avorazado, de esos que te quiebran el alma, que ponen tu mundo de cabeza: el sentimiento de pérdida.

—Ludwik comunicó ayer por la mañana que el campo de refugiados en el que residía temporalmente fue infestado por infames. Ni siquiera todos los soldados de su grupo sobrevivieron —explicó, acercándose con crueldad hacia Lambert —. Sé la comieron viva.

La general se puso de pie, guardando la pistola en una funda de su cinturón, dirigiéndose a nuestra posición.

—Clayton, llama a central, que tengan el área lista para cuando lleguemos —indicó a uno de sus hombres —. Y prepara todo para el despegue.

Detrás de ella, vi a Lambert quedarse inmóvil con la cabeza gacha mientras le ataban las muñecas. No lloró.

—Subdirectora —espetó —. Usted se hará cargo del muchacho —tomó de la mano a Sam y le dio un empujón hacia donde quedaba Barrowman, provocando que se tambaleara por la brusquedad y casi se diera cara contra el suelo —. No le quite los ojos de encima.

—¿Tenías esto previsto? —pregunté a Brett, bajando la voz.

—Lo del soldado fue sorpresa —respondió con el mismo tono en que yo lo había hecho —. Pero estamos justo donde necesito.

Estuve a punto de hablar, sin embargo, guardé  silencio cuando Pollock nos observó, aquella mirada satisfactoria en sus ojos enervó mis sentidos.

—Buen intento, niña —dijo —. Tener aliados siempre es conveniente, pero planear todo no sirve si no cubres tus debilidades.

Con debilidades se refería a Lambert, porque tenía mi confianza y nunca esperaría que estuviera en mi contra. Comprendía sus razones, eran válidas, lo estaba haciendo para proteger a alguien que quería; yo me encontraba en el mismo lugar, solo que él lo hizo bajo una vil mentira.

—Aún no han ganado —solté.

—Tenemos al objetivo, ¿cómo podríamos estar en desventaja?

—No sabe lo que está haciendo, no sabe la verdad.

—¿Verdad? ¿Quieres tu hablarme de la verdad? —rechistó —. Estás peleando por una causa que apenas entiendes, no conoces ni la mitad de lo que estos hombres han vivido, de lo que yo he presenciado con estos ojos. Has estado toda tu vida dentro de la protección de estos muros, no has experimentado el horror del exterior desde sus inicios —mencionó y señaló a Sam —. Ese muchacho que ves ahí es nuestra última esperanza para remediar el mundo —se acercó a mí, agarrando mi mejilla, sintiendo el duro cuero de sus guantes —. Piénsalo, Joyce. Una vida por millones, un sacrificio honorable.



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En el texto hay: misterio, ficcion juvenil, apocalíptica

Editado: 18.03.2024

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