Y LOS MUROS CAEN
- JOYCE -
Nada ocurrió los siguientes instantes. Todos quedamos pasmados ante el estruendo.
La abertura generada era de una extensión insignificante para aquellas construcciones, podría medir dos metros o menos, sabía que se mantendrían, lo supe porque los hombros de Barrowman se relajaron. Sin embargo, cuatro explosiones más retumbaron del otro lado. La grieta se volvió más profunda y amplifico su tamaño al de un bloque completo. Un crujir provino de la piedra.
En eso, la ruptura comenzó a extenderse rápidamente hasta llegar a la cima, formando más líneas por cada lugar que pasaba hasta dividir un pedazo; después el escándalo frenó y la lluvia golpeando el pavimento regresó.
Pollock retrocedió con la mirada puesta en los muros.
Un chasquido fue suficiente para que el pedazo dividido se desplomara hacia el frente y se estrellara en el suelo a solo unos metros de nosotros, dejando un espacio deforme en la cima y resquebrajando el suelo. La tierra tembló en una sacudida y otro pedazo cayó cerca del anterior.
Se escucharon gritos en la parte trasera de la institución, que se llenó de luces rojas y el chillido de la alarma... una que había escuchado cuando era más pequeña, alertaba cuando las puertas de la zona azul se abrían, todas sus puertas.
—No hay salida —dijo Brett, las gotas resbalaban por su rostro —. Se terminó.
La general hundió las cejas. De repente, una ráfaga de disparos aporreo al soldado que se encontraba detrás de Lambert y al que estaba a mi lado. Por unos segundos logré ver al hombre que estaba en el helicóptero (Clayton, así lo habían llamado) levantar su rifle en nuestra dirección, porque cuando volví la vista al frente Pollock hizo lo mismo.
—¡Joyce! —escuché a Lambert gritar, que se había echado a un lado para evitar que lo hirieran.
Una pelotita de metal rodó a mi costado, el soldado detrás de Brett lo empujo hacia mí. Una barrera amarilla nos cubrió a ambos como una media esfera cuando Pollock tiró del gatillo. Su peso me golpeo el hombro e hizo que me tambaleara, quedando a unos centímetros de la barrera que desprendía pequeñas ondas de calor, sintiéndolas sobre la piel de la nariz.
Me giré, el soldado a nuestro lado cayó de espaldas con agujeros sangrantes en el pecho. Estaba a punto de cubrirme al volver a escuchar los disparos pero cuando las balas tocaban la esfera que nos cubría, se desintegraban; pasaba lo mismo con la lluvia al tocarla. Ella pareció notarlo e hizo a un lado el fusil.
—Suban al helicóptero, ¡ahora! —indicó a Barrowman.
La subdirectora tomó a Sam y lo guió a paso rápido hasta la máquina verdosa. Pollock se encamino hasta Lambert y lo puso de pie de un jalón.
—¡Muévete! —le ordenó, sacando de la funda la pistola plateada sin quitarnos la mirada.
Quise levantarme pero Brett me detuvo al poner su mano en mi hombro.
—Si tratas de salir cuando el campo está activo te ocurrirá lo mismo que a las balas —mencionó, mirando la pelotita de metal —. Solo espera un poco.
El muro frontal había desaparecido casi por completo cuando nuevas explosiones resonaron en el que estaba a la derecha de la institución, creando nuevas grietas que provocaron el mismo resultado que antes. La general Pollock ya estaba cerca del helicóptero y la barrera aún no estaba desactivada, aunque los segundos eran pocos, terminarían por darles ventaja suficiente para llevarse a Sam.
—No queda tiempo —dije, tomando la pelota y lanzándola contra la barrera, esta se esfumó con un chirrido.
El campo que nos cubría se desvaneció. Erguí el cuerpo, agarrando el fusil del soldado muerto a nuestras espaldas y corriendo entre los charcos que se habían formado hasta esa mujer.
Ambas paramos, ella frente a la puerta de la cabina y yo a unos metros al costado cola del helicóptero mientras Barrowman subía junto a Sam. Sostuve el fusil con fuerza, el corazón latiéndome al compás de mi nerviosismo. No era un arma pequeña como las de Lambert. Había probado con una similar en el búnker (para nada una buena experiencia), no obstante, sería fácil manejarla aunque errara si tan solo Pollock no tuviera a Lambert al frente atado y vulnerable.
—Suéltalo —exigí fuerte para que la lluvia no amortiguara mis palabras.
—Pon el arma en el suelo —condicionó y, al ver qué no lo haría, pegó el cañón de la pistola a la sien de Lambert —. Hazlo o le vuelo la cabeza.
—Ciara... —habló él por lo bajo.
—¡Cierra la boca! —le gritó —. Voy a contar hasta tres y quiero ver el fusil en el suelo, niña.
—No puedes matarlo —le recordé, dando discretamente un paso al frente —. Tú misma lo dijiste.
De pronto, la general dejó de apuntarle y dobló el brazo, apuntando hacia el interior del helicóptero. Dos disparos fueron suficientes para escuchar un fuerte golpe sobre el metal, Lambert ni siquiera miró.
—¿Qué te parece ahora? —espetó sonriente, regresando el arma a su posición anterior, sus azulados ojos detonaban una débil chispa de insania —. Uno...
Dudé en sí debía obedecerla o no, pero ahora que había tirado del gatillo, suponía que la inmunidad atribuida de la subdirectora Barrowman ya no serviría, Pollock no se andaba con juegos. No quería que Lambert terminara igual, ni siquiera después de lo que había pasado. Él aun estaba de nuestro lado, confiaba y me aferraba a ello.
—Dos...
—De acuerdo —acepté, apartando la mano del disparador, doblando las rodillas y poniendo lenta y cuidadosamente el fusil en el pavimento. El suelo vibró cuando otro pedazo más de los muros se desplomó. Patee el fusil debajo del helicóptero, mostrando las palmas de las manos, comenzaba a tener poca visibilidad debido a la lluvia que se deslizaba por mi rostro —. Listo, suéltalo —dije.