Invierno Eterno

Capítulo 06. Arribo al Continente

Invierno Eterno

Por
WingzemonX & Denisse-chan

Capítulo 06.
Arribo al Continente

La gente de DunBroch se vería algo forzada a salir de su aletargamiento y encierro que el constante frío les obligaba a mantener, pues el reino entero tendría una mañana, tarde y quizás noche ocupada. La llegada de los Lores de los Clanes MacGuffin, Macintosh y Dingwall, así como de sus respectivas comitivas, era inminente y el Castillo del Rey, así como la ciudadela a sus pies, tenía que realizar los últimos arreglos. La presencia de los Lores en ese sitio causaba ciertas emociones encontradas entre el pueblo. Por un lado, muchos sentían alegría y emoción por esto, pues aunque no lo habían dicho directamente, todos estaban seguros que esta reunión tan repentina era justamente para encontrar una solución a su precaria situación y a la imperiosa escasez de víveres. Sin embargo, al mismo tiempo a otros les causaba aún más preocupación y miedo, pues entonces quizá significaba que la situación era mucho peor de lo que creían, y que la idea bajo la que muchos se habían plantado de que todo pasaría, que el invierno se acabaría y todo volvería a la normalidad, empezaba a desmoronarse.

La Reina Elinor era bastante consciente de la incertidumbre que podría llegar a sentir la gente con todo esto, y por ello puso mucho énfasis en extender entre ellos un mensaje de calma y de esperanza, enviado a ellos por medio de escritos de su propia mano, o declaraciones de su propia voz en la plaza de la ciudadela. La Reina realmente tenía un don para poder llegar al corazón de la gente y hacer que la escucharan. Su hija mayor, sin embargo, lo veía como un intento de tener a la gente engañada. Mientras se alistaba en su habitación para el mismo evento para el que todo el resto del castillo se alistaba, pensaba en aquello, y en que si lo que le dijo la Bruja del Bosque se cumplía, no había nada que esa dichosa reunión pudiera solucionar, ni palabras suficientes que su madre pudiera expresar para calmar a las personas; y para cuando lograran reaccionar de verdad ya sería tarde.

Merida se veía a sí misma frente al espejo de cuerpo de completo de cuarto mientras se vestía. Desde el incidente de hace dos años, su madre ya no le exigía usar esos vestidos totalmente ajustados al cuerpo, ni ocultar su cabello rojizo, lo cual había sido un gran alivio. Sin embargo, ya en esos momentos realmente daba igual, pues en contraposición tenía que usar un vestido de tela gruesa, sobre las capas y capas de ropa, dejándola de nuevo con esa sensación incómoda. El vestido era azul oscuro, y sobre él se colocó una capa azul celeste. Le siguieron unas botas de campo, que no eran precisamente muy formales. Cuando terminó de ponerse todo aquello, soltó un fuerte suspiro de frustración, y acto seguido se dejó caer en la cama, primero de sentón y luego bocarriba. Recostada ahí, se limitó a sólo mirar al techo de manera ausente. En lugar de estar viendo la forma de dar con esa tal Reina de las Nieves al otro lado del océano, tenía que atender a los Lores y a sus simpáticos hijos; estaba de fiesta…

Escuchó unos delgados nudillos llamando a la puerta.

—Merida, ¿ya estás lista, querida? —enunció la armoniosa voz de su madre. Cerró sus ojos momentos y respiró hondo intentando encontrar su fuerza interna para reaccionar. Luego se sentó de nuevo, con sus manos apoyadas contra la cama.

—Afirmativo, mamá —masculló de forma pesada. Elinor abrió la puerta con cuidado y se asomó hacia adentro. Ella usaba un vestido verde olivo, con una capa más gruesa que la suya de bordados dorados.

—Oh, te ves preciosa, querida —sonrió su madre con entusiasmo al ver, colocando sus manos sobre su pecho—. Aunque esas botas…

—Las botas se quedan —declaró Merida con firmeza inquebrantable, y Elinor prefirió no discutir por ello; estaba satisfecha con el vestido formal que le había mandado a hacer, y la capa que ella misma le confeccionó para eventos como éste.

Merida se puso de pie de un salto y se dirigió a donde se encontraba colgado su arco y aljaba con flechas, comenzando a colgárselos al hombro. Adicional a ello, tomó una espada de tamaño mediana que se sujetó a la cintura. Esto sí provocó que la apacible Reina Elinor arqueara una ceja en desaprobación.

—¿Enserio? ¿Arco, flechas y espada?

—Si tengo que pasar el tiempo con ese trío de idiotas, quiero tener esto a la mano —sentenció Merida un tanto tajante.

—Oh, querida. No querrás recibir a los Lores… y a sus hijos —susurró despacio esta último parte—. Con tanto desánimo y agresividad, ¿o sí?

—Lo siento madre, pero no puedo fingir una sonrisa cuando sé que estamos contra tiempo.




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