Se supone que los últimos meses del año están rodeados de nieve, adornos plateados, luces navideñas y villancicos.
Pero no en Everlasting Lake.
No puedo creer que mientras mis amigas estén en lugares como Nueva York, España e Inglaterra, yo estoy en el lugar donde mis padres se conocieron hace más de dos décadas.
Salgo del auto y tengo que admitir que la vista es linda, pero no para este momento. Quizás en verano me gustaría ver un cielo azul, el sol brillando contra todas las hojas verdes y el sonido de distintos pájaros cantando.
Pero no a mitad de noviembre.
No se trata de las estaciones, se trata de como mis padres me han castigado y me prohibieron irme junto con Emily, mi mejor amiga, a Francia. Sé que suena como esas chicas mimadas y consentidas pero es todo lo contrario.
Estuvimos ahorrando desde las vacaciones de verano del año pasado, todo el dinero que recibía lo depositaba en mi cuenta bancaria para asegurarme de tener lo suficiente en mi último viaje antes de irme a la universidad.
Pero a mis padres no les gustó lo que hice hace un mes, así que me tienen aquí, secuestrada a pasar lo último del año en un campamento alejado de la civilización.
Ni siquiera veo un adorno de nada, ninguna calabaza que dejaron por Halloween o algún hombre de nieve que anticipadamente han colocado. Nada.
—Quita esa cara, Lenny, te divertirás mucho aquí. —Papá se coloca un sombrero de tela marrón, parecido a los que usan las personas que van a pescar.
Nunca he sabido si hace la diferencia o no usar ese tipo de sombreros cuando vas a pescar o como los beisbolistas, ¿esas gorras tienen que ser todas del mismo estilo o pueden variar?
—No me llamo Lenny —es mi apodo desde que soy niña—. Allana, soy Allana.
—Lenny, no te enojes con papá —mi madre toma sus lentes de sol más grandes que su rostro y se los coloca—. Este lugar es maravilloso, sin duda no te querrás ir de aquí.
Mamá y papá se voltean a ver. No entiendo como ellos terminaron juntos, mientras que mamá es una amante de la moda, el maquillaje y las compras, papá está obsesionado con la naturaleza, lo orgánico y todo lo que no venga de grandes corporaciones.
Sin duda, los opuestos se atraen.
Justamente esos opuestos se atrajeron en este lugar, un campamento que ha sido propiedad de mi familia paterna desde hace muchos años. Papá era voluntario aquí y mamá también, se vieron y enamoraron a primera vista.
Suena romántico y lo es, supongo, pero ellos planearon este viaje por su aniversario número veinte para recordar los viejos tiempos. Sería mucho más romántico si en lugar de venir a un lugar lleno de mosquitos y posiblemente, animales salvajes, hubieran ido a Francia.
A donde yo también quería ir.
Sí, intenté persuadirlos y les ofrecí pagarles algunos de los gastos. Estaba dispuesta a renunciar al viaje que haría con mi amiga y sus padres para ir con los míos. Sería menos divertido pero al menos estaría en Francia.
Por supuesto que no aceptaron.
—Quizás veas algunos de tus amigos por aquí —Papá saca otra maleta de la cajuela, la mía—. ¿No estás emocionada?
Tomo el agarrador e intento subirlo pero se atoró de nuevo, lo hago un par de veces más y me rindo. —Mis “amigos” son personas que no he visto desde los trece años.
Y no quiero ver a esas personas.
Mamá abre su abanico blanco y sopla su rostro. —No es mucho tiempo, solo tienes diecisiete.
—Son casi cinco años —ya voy a cumplir dieciocho—. En realidad, si es mucho tiempo. Ya no me gusta nada de lo que me gustaba cuando tenía trece.
Papá saca otra maleta. —No es cierto, la semana pasada vimos esa película que nos gustaba cuando eras una niña.
—Y sigues tomándote la leche chocolatada después de comerte ese cereal —Mamá agrega.
—Cereal que, por cierto, ya encontré un remplazo saludable —papá cierra el maletero—. Recuérdame ir por él después, cuando regresemos.
—Pídelo en línea, Dave —mamá se encoje de hombros.
Papá le da una mirada y luego sonríe. —Cariño, la experiencia de ir al supermercado es irremplazable, cuando Lenny tenga cincuenta años recordará esos momentos.
Suspiro, tomo mi maleta de nuevo. —Papá… ¿Podemos irnos ya? —Miro hacia arriba mientras el viento mueve mi cabello hacia un lado—. ¿Recuerdas que te dije como los rayos del sol producen enfermedades?
Mamá toma su sombrero grande y elegante, lo coloca en mi cabeza. —Preciosa, ahora ya no te molestarán los rayos.
—El sol no es malo —papá se inclina y saca mi agarrador sin ningún problema, papá es un hombre delgado pero puede abrir cualquier frasco pues esas dos horas que pasa haciendo ejercicio lo ayudan—. Es necesario, somos como plantas —me pincha la mejilla—. Todo con exceso es malo, Lenny.
— ¡Llegaron! —escucho la voz alegre de mi abuela desde este punto.
Mis padres se apresuran para acercarse, yo por mi parte lucho con el camino terroso y las ruditas de mi maleta. Esta maleta debería estar en un aeropuerto en camino a Europa, no ensuciándose de tierra.
— ¿Esa es Lenny? —subo la mirada pero el sombrero de mamá me impide ver a mi abuela, ella por otra parte, ya me tiene rodeada con sus brazos—. ¡Estás tan grande! Que linda eres, ¿Cuándo creciste tanto?
La última vez que la vi fue la navidad pasada, no creo que una chica de mi edad cambie tanto en menos de un año, sin embargo este es el tipo de cosas que los adultos dicen. —Hola.
—Hola, papá —mi padre saluda al suyo, ósea, mi abuelo.
Cuando mi abuela me suelta me quito el sombrero y lo sostengo, ella luce como siempre: demasiado joven para su edad. Su cabello recogido en dos trenzas le llega a la cintura, su rostro apenas arrugado y su silueta delgada.
Mi abuelo está saludando a mamá y también lo observo, seguro que papá se verá así en el futuro. Altos, delgados y atléticos. Ojala yo tuviera la motivación de mi padre de hacer ejercicio y comer saludable pero creo que en ese aspecto, me parezco más a mamá.
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Editado: 25.12.2023