Invierno Soleado

13: Estrellas y constelaciones

 

Las luces se han encendido y este lugar se ve espectacular,

No puedo dejar de observar cada árbol, esquina y poste que hay aquí. No sé cómo lo hicieron pero todo está iluminado y decorado de una forma tan hermosa. Ahora entiendo porque muchas personas prefieren pasar las fiestas en este lugar a pesar que no es tan frio como en las partes donde si cae nieve.

Cuando era niña venía aquí pero no recuerdo que adornaran así, recuerdo el árbol y algunos muñecos de nieve inflables pero no todo esto. Estoy sorprendida.

Mis padres se acercan a mí, tomados de la mano. —Escuché que tú ayudaste con las decoraciones, Lenny.

Asiento. —Sí, bueno, no mucho. Ayudé un poco.

—Allana ayudó mucho —Diego aparece a mi lado—, es muy buena, sin ella esto no hubiera sido lo mismo.

Mamá me da una mirada y yo niego, sacudiendo la cabeza.

—Ah, ya veo —papá dice—, estoy orgulloso de ti, pequeña.

Mamá sonríe y me toma el hombro. — ¿Tienes planes ahora? ¿Con tu nuevo amigo?

Diego endereza la espalda. —En realidad, vamos a la fogata con los demás, ¿Está bien, verdad?

Mamá sacude su mano. —Por supuesto, que se diviertan chicos.

Papá me señala juguetonamente. —Nada de llegar tarde.

—Llegará temprano —Diego responde por mí—. Yo la cuido, no se preocupe, señor.

Me llevo una mano debajo de la nariz para cubrir mi sonrojes.

Mis padres se alejan sacudiendo la mano y yo permanezco de pie viendo hacia uno de los arboles decorados con luces de colores.

—Ah, espera —Diego se quita su sudadero rojo—, ten, úsalo.

Aprieto un ojo. —Olvidé de nuevo mi suéter, lo siento, iré rápidamente por él.

Niega. —Está bien, usa el mío —con su otra mano rasca debajo de su oreja—, a menos que esta sea una forma de escapar de mí.

— ¡No! —Sacudo mis manos—, no, no es eso…

Diego suelta una carcajada. —Tranquila, es una broma —se mueve detrás de mí—, pero hablo enserio, úsala.

Siento como la coloca sobre mis hombros y esto me recuerda a la vez que Jay hizo exactamente lo mismo. Muevo los brazos para adentrarlos en las mangas y acomodármelo correctamente.

—Uh, te queda bien ese color —afirma.

Me giro para verlo, él lleva una camisa negra con cuello alto, pantalones azules oscuros y el cabello a un lado. —Tu, eh, te ves bien.

Sus ojos se abren un poco más. — ¿Ah, sí? Gracias.

— ¡Vamos! —es la voz de Sarah.

Me giro y veo como ella camina sonriendo al lado de Jay, tomándolo por el brazo mientras se acurruca cerca de él. Ellos no voltean a verme están ocupados caminando en dirección a la fogata.

Ocupados en su propio mundo.

Ir a la fogata significa que tendré que soportar todo esto por mucho tiempo, escucharla reír y verla sonreírle a la persona que alguna vez, me sonreía solo a mí.

Soy una tonta, lo sé, ¿Quién recuerda a alguien después de tantos años? ¿Cómo no puedo superar a alguien que ya me olvidó? ¿Cómo puedo tener la más mínima esperanza por algo que es un caso perdido?

Me giro hacia Diego. —Um, oye, yo…

Diego sonríe de lado. — ¿Qué tantas ganas tienes de escuchar a Zeth cantar? —pregunta de pronto.

Junto mis cejas. — ¿Qué?

Se encoje de hombros y guarda sus manos dentro de sus bolsillos. —Digo, ¿Quieres ir a nuestro columpio?

Al mismo tiempo, los altoparlantes se encendieron y comenzaron a reproducir villancicos navideños. No le estaba prestando atención a la letra, pero la melodía era suave y me hizo sentir bien.

— ¿No quieres ir a la fogata? —pregunto.

Diego niega lentamente. —Quiero estar donde tú quieras estar.

Vaya.

Su respuesta sin duda me cortó la respiración. Mi mente viaja muy rápido, se me acumulan muchos pensamientos y no sé qué responder a eso. Diego es tan… diferente.

Muy diferente.

Pero Diego solo es temporal, momentáneo y fugitivo. No puedo arriesgarme por alguien que no estará por mucho tiempo en mi vida, sé lo duro que es soltar no solo a la persona, sino todas las ilusiones y sueños que te creaste con ella.

Sin embargo, al mismo tiempo, me pregunto qué tan malo es esto, ¿Y si simplemente me enfoco en lo que hay ahora? ¿Dejo de preocuparme por lo malo que vendrá?

—Vamos —contesto nerviosa.

Diego junta sus manos y las coloca frente a su rostro, como si estuviera calentándolas pero luego, extiende una de ellas hacia mí. — ¿Está bien si tomo tu mano?

Tomo aire por la boca. —Ah, eh…

Baja la mano y con la otra rasca su mejilla. —Lo siento, somos solo amigos, lo siento.

Veo a mí alrededor, como las personas sonríen y se divierten. Yo quiero ser una de ellas. Quiero dejar de preocuparme por el chico que no me quiere, por las vacaciones en el extranjero que ya no tuve, por la carrera que tendré que escoger el próximo año y por todo lo que no puedo controlar.

Lo único que tengo control es este momento, es esta decisión.

Tomar la decisión de acercarme o alejarme de Diego, puedo hacerlo y vivir con las consecuencias de lo inevitable o puedo pasar el resto de mi vida con la duda de qué hubiera pasado si esa noche de diciembre, hubiera tomado la mano del chico que conocí.

Hubiera, hubiera, hubiera.

Estoy cansada de los “hubieras”

Entones, estiro mi mano y tomo la suya. A pesar que no lleva suéter, su mano es más cálida que la mía. Cuando la tomo, Diego se sobresalta pero luego siento como su tensión se aparta.

—Ah, eh… —aclara su garganta—, supongo que somos amigos que se toman de la mano, ¿no?

Asiento, mientras mi corazón se acelera más y más.

—Vamos —me toma con firmeza—, verás lo genial que se ve por la noche.

Diego y yo recorremos el mismo camino para llegar a esa parte del lago. Con ayuda de la linterna de su teléfono nos guiamos en el área menos iluminada. Él no suelta mi mano pero con su otra mano empuja ramas y se asegura de liberarme el camino.




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