Invierno Soleado

22: Inesperado

 

Los días avanzan de manera tranquila.

Hoy es jueves y esta semana he estado con mis padres, los chicos y Diego, ayudándolo con los niños o compartiendo tiempo a solas cada vez que podemos.

Mis abuelos no me regañaron por estar con Diego pero también se aseguraron de mantener un ojo sobre nosotros. Mi abuelo ya nos pidió que fuéramos a su oficina únicamente para hacerle miles de preguntas a Diego.

Es gracioso pero a Diego no le molestó contestar ninguna, incluso después del interrogatorio, mi abuelo parecía mucho más tranquilo que al comienzo.

Es un poco extraño que mi familia trate esto como si fuera una relación seria y formal. No es que no me tome en serio a Diego pero la realidad es que, aunque él no quiera aceptarlo, lo más probable es que solo seremos un recuerdo de invierno en la vida del otro.

Pero intento no pensar demasiado en eso.

Mañana hay otra fogata, la última vez fui con Diego y fue entretenido. Comimos dulces, escuchamos muchas historias y vimos como el fuego iluminaba nuestros rostros.

Froto mis manos mientras veo como unos árboles decorados con luces blancas brillan frente a mí. Diego termina de acomodar las sillas de los niños y se acerca a mí.

— ¿Sabías que la próxima semana invitaran a un grupo de villancicos?

Abro mis ojos. — ¿De verdad?

—Sí, ya casi es navidad.

Hago una mueca. Es cierto, ya casi es navidad y aunque este lugar está lleno de familias, personas como Diego se quedaran aquí lejos de sus seres queridos, pues en su caso no puede invitar a nadie.

—Diego, ¿No quieres ir a tu casa en navidad? —pregunto.

Mira hacia el cielo nublado. —Me gustaría pero no puedo, el transporte no es barato y bueno, intento ahorrar todo lo que puedo.

Diego no debería preocuparse de esos temas ahora, del dinero o de responsabilidades pero lo hace. Creo que él es mucho más maduro que la mayoría de nuestra edad.

Toma mi mano. — ¿Quieres ir a algún lugar ahora?

— ¿Quieres un chocolate caliente? —pregunto—. Tengo frio.

—Claro —dice—. Ven, vamos —me toma de la mano con ambas y las acerca a su boca para calentarla—. Deberías empezar a usar suéteres, Allana.

—No tengo —explico—. Digo, si tengo pero son muy livianos. Mi abuelo dijo que aquí no hay frio, pero este clima no es el más cálido del mundo.

—El clima aquí cambia todo el tiempo —afirma—. Pero usaré esto como excusa para abrazarte.

—Está bien —respondo sonriendo.

Cameron se acerca a nosotros, mira nuestras manos y levanta una ceja. —Demasiado cursis para mi gusto.

Diego rueda los ojos. —Lo siento por ti.

Sonríe. —Oigan, ¿Han visto a Jay? Tengo que entregarle unas cosas.

Ambos negamos al mismo tiempo. —No sé dónde está —responde Diego.

Camero bufa. —Desde el viernes él y Sarah han estado actuando raros —rasca su mentón—. Creo que la feliz pareja perfecta se separó.

— ¿Por qué lo dices? —pregunto.

Cameron bosteza, se cubre la boca con el brazo. —Porque Sarah y él siempre están lejos, pero no como antes que se apartaban de nosotros, ahora se apartan de ellos.

Diego asiente. —Tal vez solo pelearon por algo, suele suceder, ¿no?

—Pues yo espero que ya terminen, me caen bien separados pero juntos son diferentes, Sarah se cree la mejor y Jay es más serio. —Afirma Cameron.

No sé qué pensar de eso, no puedo negar que dentro de mí yo también quería que Sarah y Jay no estuvieran juntos pero ahora creo que ya no me importa tanto.

—Bueno, ya nos íbamos —le aviso a Cameron.

Hace un saludo militar. —Claro, seguiré buscando a Romeo.

Diego y yo nos dirigimos a la cafetería, a mitad del camino vemos que Sarah está caminando en dirección a nosotros pero no nos ha notado.

La he estado evitando tanto como puedo y no había notado hasta ahora que sus ojos lucen cansados, su piel más pálida y ya no tiene esa seguridad que siempre mostraba con tan solo entrar a una habitación.

A pocos pasos de chocar contra ella, levanta la mirada y al vernos, abre los ojos como si no esperaba vernos aquí.

—Ah, lo siento —se mueve a un lado.

Diego y yo seguimos unos pasos hasta que él se detiene, lo veo y descubro que dejó de caminar porque Sarah lo detuvo por el brazo.

—Espera —pide.

Diego asiente. — ¿Qué pasa?

Respira profundo. —Mira, yo, Um, solo quería decirte una cosa.

—Dime —Diego pide.

Sarah mueve sus ojos a un lado, evitando verlo. —Pues solo quería disculparme por lo del viernes, no sabía todo eso de tu familia y creo que tú merecías ganar más que yo.

Diego inclina su rostro. —No te preocupes por eso, ya pasó.

Gira con las cejas juntas. — ¿Qué? ¿No estás molesto?

Se encoje de hombros. —No, estoy bien.

Entorna sus ojos. —Pero, um, yo…

Diego levanta una mano. —No te preocupes Sarah, ya es pasado.

Sarah niega, casi parece que no puede aceptar que la haya perdonado tan rápido y fácilmente.

—Está bien —aclara su garganta—. Um, bueno, gracias.

—No es nada —respondo.

Levanta su mano. —Esperen —pide de nuevo—. Eh, ahora… Allana, ¿Puedo hablar contigo?

Frunzo el ceño. — ¿Conmigo?

Asiente. —Solo, quiero decirte algo rápido.

—Está bien —me encojo de hombros.

Ella sacude su cabeza. —No, digo, a solas.

Diego suelta mi mano. —Estaré aquí cerca, pueden hablar.

Preferiría que no se fuera pero Sarah quiere privacidad por algún motivo. —Está bien.

Sarah observa a Diego alejarse, luego me mira a mí. —Um, Allana… yo, eh, también lamento lo del viernes.

Junto mucho más las cejas, nunca había escuchado a Sarah disculparse por nada. — ¿Lo lamentas?

Rasca su cuello. —Sí, sé que estuvo mal lo que intenté hacer.

Asiento dos veces. —Está bien.

—Y… —aclara su garganta—, um, bueno, también lo lamento por lo de hace años, ya sabes, aquella vez.




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