Invierno Soleado

26: Carta a Santa

 

Hoy es nochebuena.

La mayoría de las personas aquí están pasando el tiempo con sus familias, los trabajadores que se quedaron han invitado a sus familiares y algunos como Sarah, Jay y Zeth fueron a pasar esta celebración a sus ciudades.

Tuve una conversación con Jay antes que se fuera a su ciudad, él se acercó a mí mientras estaba sentada en la recepción. Llevaba una bolsa negra y una chaqueta más gruesa, seguramente que al llegar la necesitaría.

—Ah, hola —me saludó.

Sabía que era un buen momento para hablar con él. — ¿Ya te vas? —pregunté.

Miró al reloj y luego asintió. —En unos minutos viene mi taxi.

—Jay —tragué saliva, por suerte no había nadie ahora, estaban afuera de la oficina saludando a un par de personas que son invitados—. Jay, yo creo que es mejor dejar las cosas como están ahora.

Inclinó su rostro. — ¿A qué te refieres?

Me encogí de hombros. —No puedo regresar contigo de ninguna manera, ahora mismo estoy con Diego y no quiero dejarlo, lo siento.

Asintió, viendo hacia el suelo. —Lo entiendo, tienes razón, ha pasado mucho tiempo y creo que es una locura pensar que, bueno, no importa.

Solté aire lentamente por mi nariz. —Jay, hablo enserio cuando digo que tú fuiste una persona muy importante para mí, eras alguien que consideraba mi amigo y creo que una parte de mí siempre te va a extrañar, por lo que fuimos.

Y lo que no pudimos ser.

Sube su mirada hacia mí. —También yo, aunque tal vez ya no nos veremos, pues… gracias por ser mi amiga en ese momento, me la pasaba bien contigo.

Sonreí un poco. —Sí, yo también.

Guardamos silencio unos segundos, luego lo suelta: —A veces me pregunto qué hubiera pasado si Sarah no estuviera en la historia, ¿sabes? —resopló—. Ahora, Diego… ¿Crees que sería diferente?

Junté mis manos, entrelazando los dedos. —No lo sé —contesté honestamente.

Hizo una mueca. —Siempre me quedaré con esa duda.

Tal vez yo también lo haría, preguntarme como se hubiera desenvuelto todo si al llegar a este campamento no estuviera Sarah y Diego fuera simplemente un trabajador más.

Si Jay se hubiera atrevido a decir la verdad desde el comienzo y no al final, cuando era demasiado tarde.

Quizás nada hubiera cambiado, quizás estaba destinada a conocer tanto a Jay como a Diego. Quizás está bien no durar para siempre con tu primer amor.

El teléfono de Jay vibró, lo revisó y me hace una seña. —Debería irme ahora.

Asentí. —Claro, um, ¿te acompaño? Es ahí, ¿verdad?

En la entrada del campamento.

Sonrió. —Sí, ven —dice, con un tono más apagado.

Caminamos fuera pasando el estacionamiento y acercándonos a la carretera, ahí estaba estacionado un taxi que el conductor intentaba encontrar a Jay con su mirada, Jay levantó la mano y lo notó.

—Jay, ¿Quieres a Sarah? —pregunté a pocos metros de distancia del auto.

Jay vio hacia el cielo. —La quiero, sí pero no de la manera que le gustaría, la manera que debería quererla. Ella lo sabe ahora.

Suspiré. —Creo que ambos merecen alguien que los quiera tal y como son —afirmé—. Sarah y tú, tal vez en el futuro tengan otra oportunidad.

Me volteó a ver y solamente sonrió.

Llegamos al auto, abrió la puerta trasera y antes de entrar al asiento, se detuvo sosteniendo la puerta, me miro a los ojos un par de segundos. —Te veo después de navidad.

Asentí. —Feliz navidad, en ese caso.

Jay quitó la mano de la puerta, dio unos pasos hacia mí y me abrazó. —Feliz navidad.

Tan rápido como se acercó, se alejó. Entró al auto y mientras el conductor encendía de nuevo el motor del auto, Jay bajó la ventana.

—Adiós, Lenny —sacudió la mano, sonriéndome, mientras el sol iluminaba sus ojos.

El conductor se alejó. Levanté la mano, viendo hacia el camino que llevaría a mi antiguo amigo con su familia.

—Adiós, JayJay —susurré—. Adiós.

Aunque volvería a verlo cuando regrese en unos días, este momento se sentía como una despedida, una que nunca tuvimos. Una despedida de todas mis ilusiones, mis esperanzas y mis anhelos.

Finalmente siento que estoy dejándolo ir, totalmente, sin cuerdas que lo aten a mí. Ay no tengo rencor, ya no siento que la historia está inconclusa porque aunque nunca sabremos el final alternativo de lo que pudo ser, estoy bien con eso.

Algo dentro de mí me dice que todo está sucediendo como debería y justo como me dijo alguien, tengo que confiar en el proceso.

Lenny y JayJay siguen existiendo en otra dimensión, siguen siendo los niños que jugaban cerca del lago, que miraban las estrellas en el pasto y que se contaron muchos secretos.

Pero tengo que dejarlos tranquilos, ahora ya no soy esa niña y él ya no es ese niño, así que deseo que sean felices así como también se lo deseo a las personas que somos ahora.

Deseo ser feliz y deseo que Jay lo sea, sin importar que no veamos nuestra futura felicidad.

 

Estaba a la orilla del lago, sentada en una de esas sillas plegables que los huéspedes han usado varias veces para ver el atardecer, sus charlas sobre poesía y ese tipo de cosas.

Ya que la mayoría está en sus cabañas, pasando un tiempo familiar, nadie se ha acercado aquí y eso se siente bien. Me gusta tener un momento a solas con mis pensamientos. He estado pensando en todo lo que fue este año, en mis salidas con mis amigas y en mi tiempo con mis padres.

Creo que al inicio del año jamás pensé que pasaría las últimas semanas del año en este lugar pero ahora, estoy feliz de haberlo hecho.

—Hola, ¿Está ocupada esta silla? —Diego pregunta.

Diego es de las personas que no pudo viajar y no tiene un invitado pero mis padres ya lo invitaron a que mañana coma con nosotros y yo me aseguraré que no esté solo.

—Hola —señalo la silla a mi lado—. Siéntate.

Lo hace, acomodándose el suéter rojo que lleva. —Casi es el atardecer —afirma.




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