Invierno Soleado

27: Acortar distancias

 

— ¡Feliz navidad! —mis padres me levantan muy temprano de la cama.

Abro los ojos lentamente, parpadeando varias veces. — ¿Qué?

— ¡Feliz navidad! —Repite papá, dándome un abrazo—. ¿Adivina qué? Santa Claus vino hasta aquí.

Sonríe aun adormitada. —Papá, ya no tengo diez años.

Mamá se sienta a mi lado. —Feliz navidad, Allana —me abraza también—. Escucha, aunque no estemos en casa tenemos un regalo para ti.

Asiento, cubriendo mi boca con las manos para bostezar. —Está bien, ¿Dónde está?

—Es subjetivo —afirma papá—. Ahora mismo no podemos dártelo pero cuando regresemos estará ahí.

—Pero simbólicamente abre las manos y extiende tus palmas hacia nosotros. —Mamá pide.

Entorno los ojos pero lo hago, ellos se dan una mirada entre ellos y hace un gesto como si depositaran algo en mis palmas. —Para ti, hija —papá dice divertido.

Acerco mis manos. —Oh, genial, me encantan estos… ¿Qué es?

—Es mi auto —mamá afirma, sonriendo—. Ahora es tuyo.

Abro mis ojos de pronto, ¿es verdad? — ¿Qué? —sonrío sin poder evitarlo—. ¿Al fin puedo tener uno?

—Sí, con muchas reglas —papá señala—. Y vamos a hablar más cuando regresemos, tienes que portarte bien.

—Siempre me he portado bien —aseguro.

Me acerco para abrazarlos. Estoy muy feliz, es un regalo que sin duda no me esperaba.

—Esperen, ¿Por qué ahora? —pregunto separándome—. Sé que me iban a regalar ropa y otras cosas pero, ¿Por qué?

Papá le da una mirada a mamá. —Ella piensa que podemos colaborar con todo esto, me refiero a, que ahora que quieres ver a Diego después del campamento, sería fácil para ti.

Vuelvo a sonreír. —Eso es genial, muchas gracias.

Mamá levanta un dedo. —Pero, tendrás que obedecernos mucho y ser responsable, también vas a buscar un empleo de verano para pagar la gasolina, ¿está bien?

Asiento varias veces. —Por supuesto, gracias.

Papá se acomoda su pijama navideña. —Bueno, en media hora saldremos para ir con los abuelos, arréglate.

Mamá peina mi cabello con su mano. —Vamos, hay muchos abrazos que dar.

 

Salí de la cabaña primero mientras mis padres terminan de arreglarse para desayunar en el comedor. Quiero ir con Diego antes aunque como no tenemos forma de comunicarlo, debo buscarlo por todo el lugar.

Le prometí a mis padres que llegaría allá en unos Díez minutos en caso estuvieran listos para ir a comer y yo aún no había regresado. Pase por las cabañas de los empleados pero no lo vi, no sabía dónde podía estar.

Ayer cenamos junto con mi familia y prometió que estaría con nosotros también hoy. No quiero que esté solo, quiero que la pase bien a pesar que su familia no esté aquí.

No sé porque pero sentía que debía ir a nuestro lugar secreto, aunque no sé si Diego estaría ahí. Bueno, no tengo nada que perder así que eso hago, camino con paso rápido hasta allá.

Pasé a través de algunas ramas cuando comienzo a escuchar su voz, está hablando pero no tengo idea de con quién.

Dejo de caminar para escuchar.

—Sí, gracias, yo también te extraño —pausa—. Gracias, feliz navidad.

Y una pausa más.

No sabía qué hacer,  ¿estará aquí con alguien?

Luego escucho una cosa más: —Gracias por otro año más, soy bendecido, gracias.

Creo que lo mejor sería alejarme y darle privacidad, aunque tengo mucha curiosidad por saber si alguien lo estaba acompañando. Doy un paso hacia atrás y una rama se quiebra, provocando un ruido que juraría se escuchó hasta el otro continente.

Luego, unos pasos más y Diego estaba ahí, descubriéndome espiándolo sin querer.

—Hola —saludo nerviosa.

Me observa en silencio. —Hola.

No se me ocurre nada más por decir así que suelto: —Feliz navidad.

Diego sonríe de lado. —Feliz navidad, ¿Escuchaste mi conversación?

Abro la boca pero ninguna palabra sale primero, seguido solo comienzo a balbucear: —Yo, lo siento, perdón, no sabía que estabas aquí, con alguien o bueno, yo…

Diego suelta unas pequeñas risas. —Tranquila —toma mi mano—. Ven, tengo que contarte algo.

Me relajo. — ¿Qué pasa? —Llegamos a la parte sin ramas, Diego se recuesta en el árbol que sostiene el columpio con su rama—. Estaba hablando con papá, me llamó.

Ah, ahora entiendo. —Eso es genial, me alegro por ti.

Levanta su otra mano y sube dos dedos. —Y mis abuelos están bien, algunas personas del hospital les fueron a dejar comida y están con mi tía y algunos primos.

Asiento. —Me alegro mucho, eso es muy bueno.

Diego tira suavemente para acercarme. —Y estas aquí, casualmente parada debajo de un muérdago.

Junto mis cejas mientras levanto la vista. Es cierto, hay un muérdago de plástico colgado ahí. — ¿Pusiste eso?

—No —Diego se acerca más, colocando su otra mano en mi cintura—. Seguramente fueron los duendes.

Yo coloco mi mano sobre su hombro. — ¿Ah, sí? Entonces, creo que debería seguir la tradición, ¿no?

Diego niega, sonriéndome. —Aquí no, resulta que esos duendes pusieron más, en todas las ramas que alcanzaron con sus ciento ochenta centímetros de altura.

Miro alrededor para comprobar que es cierto, están en varias partes del lugar.

—Por cada muérdago, un beso —propone.

Suelto una carcajada. —Um, claro, estoy feliz de esa idea pero ahora tengo que ir con mis padres.

Asiente. —Sí, lo siento, deberías ir.

Sacudo la cabeza de un lado al otro. —No, tú también vienes con nosotros. Este día, será nuestra primera navidad.

Levanta una ceja. — ¿Primera? ¿Eso quiere decir que habrá más?

Directamente lo veo a los ojos al responder: —Seguramente sí, habrá más navidades.

Diego toma mi mejilla izquierda con su mano y besa la otra. —Me encanta esa idea, creo que es mi mejor regalo de navidad.

Muevo los ojos hacia arriba y se me ocurre algo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.