Invierno Soleado

28: 1 AÑO DESPUES

1 AÑO DESPUES

—Ven —Diego me toma de la mano después de saludarlo con un fuerte abrazo.

Entramos a su casa, adentro es mucho más cálida que afuera. A pesar que mi mano está cubierta con un guante de lana, puedo sentir su calidez como siempre.

—Abuelo, abuela —Diego me conduce hasta el fondo—. Allana está aquí.

Los abuelos de Diego me sonríen al veme, están vestidos adorablemente con suéteres que combinan, de temática navideña. —Buenas noches —saludo.

Su abuela se lleva ambas manos al corazón. —Mírate, que linda eres, Diego no mentía cuando dijo que pareces un ángel.

Diego cubre su rostro con una mano. —Um, eso no era algo que tenías que decir.

Su abuelo sacude la mano en el aire. —No te avergüences, Diego, es lindo todo lo que nos has dicho de Allana.

Sonrío, mientras mi corazón late rápidamente. —Gracias por invitarme a comer hoy, estoy feliz de conocerlos, Diego también ha dicho muchas cosas buenas de ustedes.

—Más le vale —bromea su abuela.

Diego aclara su garganta. —Ah, um, papá estará aquí en unos minutos y los padres de Allana están en camino, dijeron que pasarían a recoger una canasta navideña que encargaron.

—No era necesario —dice su abuelo.

—Mis padres, um, ellos encontraron un lugar con productos saludables y que son sin azucares y todo eso, para ustedes —afirmo.

Ellos se ven agradecidos. —Qué lindo gesto, gracias —dice su abuela.

Diego rasca la parte trasera de su cabeza. —Bueno, le mostraré a Allana las decoraciones, ahora venimos.

Me toma de la mano y me lleva de nuevo al frente de la casa para enseñarme su  árbol de navidad. Es lindo, decorado con muchos adornos dorados y rojos y luces que cambian de ritmo.

—Me alegra que estés aquí —afirma.

Sonrío. —Me alegra estar aquí también —balanceo nuestras manos—. Pero me alegra más que pronto estudiaremos en la misma universidad.

Besa mi sien. —Te dije que confiaras en el proceso.

Miro a un lado, hay unas figuras de porcelana que representan el nacimiento de Jesús. Están los reyes magos, José, María, un pesebre, incluso algunos animales pero no hay un bebé en medio.

— ¿Y Jesús? —pregunto divertida.

Diego me mira confundido primero pero luego entiende mi pregunta, se acerca a la mesa donde todo está colocado. —Es una historia interesante, pero no tenemos un bebé Jesús.

Sonrío. — ¿Qué?

—Bueno, déjame contarte —me toma de la mano para que nos sentemos en el sofá—. Cuando tenía doce años, me gustaba ayudar a mi abuela a decorar y colocar el nacimiento, aun lo hago, como ves —asiento—. Entonces, yo tomé al pequeño Jesús, me tropecé y se rompió.

Elevo mis cejas. —Oh, entiendo pero, ¿Por qué no han comprado otro?

Mira al lugar vacío en el pesebre. —Porque mi abuela no se enojó ese día y me explicó que al final del día, solo era un objeto pero el verdadero nacimiento está en nuestros corazones.

Sonríe en silencio durante unos segundos.

—Tú me preguntaste como podía perdonar tan rápido, como podía dejar los conflictos con los chicos y sobre todo, como es que podía perdonar a mi mamá, ¿recuerdas?

—Sí —respondo.

En algún momento de nuestra relación, él abrió su corazón y me contó muchos más detalles de su vida familiar. Sé que Diego no tiene rencor, aunque le gustaría que las cosas fueran diferentes, nunca lo he escuchado hablar negativamente de su mamá.

Él me ha dicho que ya la perdonó.

Señala al nacimiento. —Porque, según lo que yo creo, alguien ya me perdonó primero —mira con ternura hacia las figuras—. La gente se pregunta por qué tenemos que pedir perdón y arrepentirnos si no hemos hecho nada malo cuando nacemos, pero es más que eso —afirma—. Para mí es como sí, al aceptar a Jesús, nos dan la libertad y la tranquilidad que aun en nuestra imperfección, ya hemos sido perdonados. Yo no soy perfecto y he hecho cosas malas pero es reconfortante pensar que ya me habían perdonado antes de que yo lo hiciera.

Tomo su mano. —Me gusta escucharte hablar así.

Me mira sonriendo. —Me gusta que te guste.

—Hablo enserio, creo que no muchas personas logran perdonar como tú lo hiciste, porque es un perdón real.

Niega. —Si yo no perdono a alguien, soy yo la persona que carga con el peso de todo. Es como una mochila en tu espalda, cada vez que te acuerdas se agrega una piedra adentro y de pronto, ya no puedes más, te has cansado pero giras y ves que la persona que no has perdonado, ni siquiera lleva una mochila

Asiento. —Lo entiendo.

—He aprendido que perdonar no es sinónimo de justificar, tampoco de dejar entrar fácilmente a tu vida de nuevo a todas las personas que te lastimaron, pero es renunciar a cada pizca de amargura que su recuerdo provoca en ti para concentrarte en lo que ya tienes, en todo lo bueno.

Mamá piensa que Diego es muy maduro para su edad y yo también lo creo. Mis padres me han dicho que es un chico muy inteligente, maduro y responsable, es por eso que aprobaron sin ningún problema nuestra relación desde el principio.

Cada vez que él me habla de esta manera, pienso que sí tienen razón pero también quiero ser un tipo de lugar seguro para que Diego me cuente todo lo que carga en su mente y en su corazón.

— ¿Sabes? —Sonríe de lado—. Ese bebé, cuando creció también habló sobre algo como eso, sobre entregarle tus cargas y él se hará cargo.

Recuesto mi cabeza en su hombro. —Me alegro que estés bien, eres una buena persona y mereces ser feliz.

— ¿Sabes qué? —Se gira, toma mi rostro entre sus manos—. Lo soy, contigo cerca lo soy aún más.

Sonrío tímidamente, a pesar que ya hemos estado juntos desde hace un año, Diego aun logra hacerme sonrojar y sentir mariposas en mi estómago. —Creo que una de mis mejores decisiones en la vida fue tirarle pintura amarilla al auto del ex novio de mi amiga.




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