Invisible

1 Green Dog

“No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.

Antoine de Saint-Exupéry; El Principito

 

 

Reus, octubre del 2007

 

― Tienes razón.

La voz de mi compañera de trabajo me despertó de la ensoñación en la que me había sumido. Era posible que Aina, con quien me había tocado almorzar hoy, hubiera estado hablando desde hacía rato. Por el contrario, yo había estado ignorándola durante el mismo tiempo.

Como siempre me sucedía, la miré y sonreí fingiendo haberla escuchado.

― ¿Sí? ―Ella no pareció advertir mi falta de atención.

― ¡Claro! Los días pares son mucho mejores que los impares.

Fue en ese momento cuando recordé de qué estábamos hablando, o al menos lo que había dicho hace veinte minutos. Hoy era lunes, por lo que era uno de los peores días de la semana. Había comentado como si nada que prefería los días pares, y fue entonces cuando Aina comenzó un mono-auto-debate ―que es un debate consigo misma― sobre qué era mejor; si los pares o los impares. Describiendo todos los días de la semana a la perfección. Así que podéis imaginar en qué momento dejé de prestar atención.  

Odio a la gente que sigue hablando incluso cuando se hace evidente que no quieres hablar. Y Aina es una de esas personas. No es que me caiga mal, solo es… ¿Cómo lo diría? Irritante.

Al darnos cuenta de la hora que era salimos del bar. Faltaban cinco o diez minutos, depende de si hacía caso a mi reloj o al de mi compañera, para entrar al siguiente turno. No era que trabajar en una cafetería llamada Green dog ―Perro verde― fuese mi vocación, pero necesitaba el dinero.

Caminamos deprisa, intentando llegar cuanto antes. Por suerte, hoy no estaba la jefa, así que si llegábamos dos minutos tarde tampoco sería el fin del mundo.

Al llegar, nuestros compañeros ya estaban nerviosos. Tenían que marcharse y nuestro turno ya había comenzado. Era comprensible, pues llevaban toda la mañana trabajando sin parar. Los turnos eran sagrados, pero nadie quiere empezarlos, claro. Lo justo sería entrar lo antes posible, como también deseamos salir lo antes posible. Nunca ocurre…

― Lleva estos cafés a la mesa del fondo, la que tiene el bebé ―dijo Rebeca a Aina.

Alex, nuestro otro compañero, me tendió una bandeja con dos refrescos, un agua y tres pastas.

― Esto a la mesa de dentro, la de la esquina ―dijo mientras me daba la vuelta―. ¡La de la mujer que parece una bruja! ―gritó.

Me volví hacia él de nuevo totalmente asombrada de que hubiese gritado aquello sin pararse a pensar ni un sólo instante en las consecuencias de dicho comentario. El rostro de Alex no cambió.

― Podría haberte oído ―le reproché después de comprobar que nadie parecía haberse dado cuenta.

Alex frunció el ceño y se encogió de hombros como diciendo ― ¿Y qué? ―, totalmente ajeno a lo que podría haber ocurrido si la mujer hubiese escuchado su insulto. Sin prestarle más atención, me volví con la bandeja en la mano y me dirigí a la mesa indicada.

Vaya pensé, sí parece una bruja…

― Aquí tienen. Dos coca-colas, un agua y tres cruasanes ―informé.

La mujer, que estaba hablando con otras dos que tenía en frente, no se dignó ni a mirarme. Resignada, regresé con la bandeja dispuesta a coger mi libreta y atender a los demás clientes.

― Encima maleducada.

Me giré de golpe al escuchar esa afirmación cortante.

― ¿Disculpe…? ―murmuré con apenas voz. La mujer, la cual no dejó de hablar, no pareció percibir mi presencia.

Confusa, sacudí la cabeza sintiéndome realmente extraña. Ahora me imaginaba cosas… ¡Genial!

Las primeras dos horas pasaron rápido. Había mucha gente de cuatro a cinco, porque muchos comían a las tres y luego venían a tomarse un café. Sobre las seis y media era la hora de la merienda, y más tarde, la cena.

Llevaba tres semanas trabajando en Green Dog. El bar-cafetería estaba justo en frente de una iglesia antigua, pasando por una calle peatonal no muy ancha. Había sido pura casualidad que encontrara trabajo justo allí. De todos los lugares donde dejé un currículum, el Green Dog era el último lugar donde esperaba una respuesta afirmativa. O una respuesta.

Eran tiempos difíciles, mis amigos lo decían, mis padres lo decían, yo lo decía… Era cierto, porque quería trabajar y no encontraba ni un solo lugar donde poder hacerlo. Así que, en contra de lo que me había propuesto ―que era ni más ni menos que trabajar donde vivía― fui a Reus a repartir mi próxima candidatura como empleada de cualquier sitio donde aceptasen personal SIN EXPERIENCIA. Una semana más tarde, una llamada me comunicó que estaba contratada para los próximos tres meses. Sí, contratada a menos que la entrevista fuese totalmente desastrosa o dijese que no al trabajo. Evidentemente, la segunda opción no era posible, la primera…   



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En el texto hay: misterio, prohibido

Editado: 20.02.2018

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