Invocador De Los Penitentes

Los Poderosos

​La armadura de cuero le apretaba los hombros, recordándole que no pertenecía a ese lugar.

​La barbuta le pesaba como si le aplastara los pensamientos.

«Concéntrate... respira».

​El joven intentó calmar el temblor de sus manos, pero el escudo vibraba con cada paso del ejército. La tierra olía a sudor, miedo y estiércol; el aire, a hierro oxidado.

​Frente a él, una hilera de campesinos sostenía lanzas torcidas, espadas melladas y escudos de madera que se astillaban con solo mirarlos. Ninguno tenía rostro de soldado. Eran granjeros, herreros, miserables. Gente como él.

Todos temblaban. Todos pensaban lo mismo: sobrevivir.

«¡Maldición! Claro que nos pusieron al frente... tropas sacrificables.»

Tragó saliva, intentando convencerse de lo contrario.

«No, espera... los enemigos son menos. Si las catapultas funcionan, si las fuerzas montadas cargan a tiempo... puedo sobrevivir. Y todavía recuerdo las lecciones de mi padre.»

Se ajustó la correa del escudo, revisó la espada, palpó la armadura de cuero agrietado. Cada movimiento era una excusa para no mirar al horizonte.

Entonces notó que el murmullo de los hombres se extinguía.

El sonido del metal, los cascos y las respiraciones se detuvo de golpe.

Todos miraban hacia arriba.

Él también lo hizo.

En lo alto, sobre el campamento enemigo, una figura se elevba.

Su capa era de un violeta saturado, tejida con sombras, y se agitaba lentamente, desafiando la calma de la noche. No se distinguía un rostro, solo la oscuridad bajo una capucha que los juzgaba con fría indiferencia. El silencio que la figura trajo no era paz, era una presión tangible.

Un sudor helado le corrió por la frente. Nadie se atrevió a hablar. Solo se oía el crujir de las correas y el jadeo contenido de cientos de hombres que comprendían, sin palabras, lo que estaban viendo.

​—Un mago

Al principio fue solo un susurro, perdido entre el jadeo de los hombres. Luego otro lo repitió. Y otro.

Hasta que el murmullo se convirtió en grito.

—¡Mago! ¡Es un jodido mago! ¡Estamos muertos! —bramó un hombre con una cicatriz cruzándole la mejilla.

El pánico se extendió como fuego seco.

—¡Estamos muertos!

—¡Debemos retirarnos!

—¡Huyamos!

Varios mercenarios y campesinos retrocedieron, pero no llegaron lejos.

Los hombres de armas, cubiertos de acero, los empujaron brutalmente hacia el frente. Sus monturas relinchaban, golpeando el suelo con los cascos como si exigieran sangre.

El caos estuvo a punto de desbordarse... hasta que una voz, potente y autoritaria, cortó el aire:

—¡Avancen!

Y la guerra comenzó.

Las catapultas liberaron sus proyectiles, esferas ardientes que cruzaban el cielo y se reflejaban en los ojos de los hombres como presagios del infierno.

Los del frente marcharon primero, con pasos torpes, pesados, que pronto se convirtieron en carreras desesperadas.

«¿Qué está pasando?»

El mercenario miró hacia atrás.

Y entonces lo vio.

Los jinetes habían comenzado a avanzar... y su paso se transformaba en carga. Los rezagados eran aplastados bajo los cascos. Carne y hueso contra acero. Nadie quería ser el siguiente.

Apretó los dientes. Su corazón golpeaba en el pecho como un tambor de guerra.

Corrió.

A su alrededor, los hombres respiraban con dificultad, atrapados entre dos muertes: la que venía de frente y la que los pisoteaba desde atrás.

Las bolas de fuego impactaron en el campamento enemigo. Por un instante, el cielo se tiñó de naranja. Pero luego... nada.

Las llamas se apagaron de golpe, arrasadas por un viento imposible.

Un viento mágico.

Un silbido cortó la noche.

Las flechas negras cubrieron la luna.

—¡Escudos! —tronó la voz de mando.

El Joven mercenario levantó el suyo justo a tiempo. El estruendo de las flechas fue como una lluvia de martillos. Algunos escudos cedieron. Los que cayeron fueron devorados por las pezuñas.

Los gritos se mezclaban con el metal, con el jadeo de los caballos, con el sonido húmedo de cuerpos siendo triturados.

Y entonces, a través del caos, la volvió a ver.

La figura que flotaba.

El mago.

«¿Qué intenta hacer...?»

Como si respondiera a su pensamiento, el cielo se iluminó.

La figura extendió el brazo hacia arriba, y una esfera incandescente empezó a girar sobre su cabeza, creciendo, ardiendo con un fulgor que parecía devorar el aire mismo.

El mago observó al ejército que se acercaba —pequeños, inútiles, insignificantes—y dejó caer el sol sobre ellos.

La inmensa esfera de llamas caía lentamente.

​Antes de que la bola de fuego lograra impactar, un águila hecha de fuego interceptó el amenazador poder del mago.

Como si de un festín se tratase, el águila de fuego comenzó a absorber el hechizo. Seguido de eso, todos los presentes contemplaron un inmenso búho surcar los cielos.

El búho volaba encima de los combatientes con sus amplias alas.

​Encima de esa ave se encontraba la figura de una persona con barba blanca, espesa y larga. Llevaba una túnica marron, acompañada de un sombrero puntiagudo en la cabeza. Esa figura observó detalladamente al mago y luego se elevó en el vasto cielo, al amparo de las nubes tormentosas.

El mago encapuchado, como respondiendo a una invitación de duelo, se elevó a lo alto del cielo; el águila, ahora más grande de tamaño, siguió al búho. Así, los poderosos abandonaron el campo de batalla.

​Mientras los poderosos dirigían su lucha hacia arriba, los de abajo chocaban escudos y espadas, uniéndose a eso una cacofonía del metal que chirriaba y el aullido de las lanzas, flechas y espadas cortando el aire. Todo el campo de batalla parecía un mar de personas que se ondulaba y abalanzaba como olas, una sobre otra.

Interceptando la lanza con su escudo, él la desvió y atravesó al enemigo con su espada. Mientras veía caer a su contrincante sin vida al suelo, un adversario con armadura le prestó atención; los dos se observaron en silencio, respirando con dificultad.



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En el texto hay: #guerra, #psicológico, #fanstasiaoscura

Editado: 18.12.2025

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