Invocando traición.

0̶3̶

Pov. Aileen.

El aire en el bosque era espeso, tan pesado que cada respiración parecía quemar mis pulmones. Me detuve en seco, incapaz de creer lo que veía frente a mí.

Mi madre yacía inmóvil en el suelo, su piel de un gris mohoso. Su esencia vital, esa energía pura del bosque, se había desvanecido.

A su alrededor, mis hermanas agonizaban, sus cuerpos retorcidos de dolor, intentando absorber lo poco que quedaba de la magia del bosque, que lentamente se marchitaba y moría.

Un ruido detrás de mí me obligó a mirar hacia la aldea de los elfos. Una horda de gnomos avanzaba como una marea oscura, arrasando todo a su paso, y en medio de ellos, Gru, con su rostro iluminado por una sonrisa cruel, alzaba una corona robada sobre su cabeza.

El bosque, nuestro hogar, estaba perdido.

De repente, un temblor sacudió el suelo bajo mis pies, y todo se desvaneció en una neblina oscura. Mi corazón latía frenético mientras mis ojos se abrían, encontrándome en una cueva húmeda y brillosa.

Una cascada rugía a unos metros de mí, pero su agua chisporroteaba y burbujeaba, tan caliente que el vapor llenaba el aire como una densa niebla. Mi piel, empapada de sudor, se estremeció al recordar la escena, y solo entonces comprendí que había sido una pesadilla.

—Te sentí llorar —dijo una voz profunda y resonante en la cueva, haciéndome dar un brinco—. La pregunta es: ¿por qué?

Una figura emergió de las sombras. Era el mismo demonio; con ojos rojos como el fuego y una túnica negra que se movía con un aire amenazante. Se acercó a mí.

—¿Qué hace una ninfa mutilándose para invocar un demonio? —preguntó, y me sostuvo la mano, mostrando la cortada que aún sangraba.

—Bastián tenía que venir, no tú —le respondí con firmeza, quitando mi mano de su frio tacto.

—¿Tengo cara de afeminado?

—¡No te permitiré que le faltes el respeto a mi padre!

—Tu padre, ajá —se burló, inclinando la cabeza—. Dime esto: ¿por qué tu padre necesitaría sangre?

Quise replicar, pero no se me ocurrió nada. El silencio me envolvió, y la confusión me asfixiaba. Cada intento por ayudar parecía empeorar las cosas. Lo único que tenía claro era mi profundo odio hacia ese vil y traicionero Gru.

—¡Me engañaron! —exclamé, la rabia burbujeando en mi interior.

—Sí, y lo que viste en tu sueño es lo que va a pasar —dijo el demonio, su sonrisa malévola iluminando la cueva—. Será bastante divertido.




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