Invocando traición.

0̶4̶

Pov. Sarah.

El demonio alzó vuelo llevándose a mi hermana entre sus garras. Corrí detrás de ellos, y con un esfuerzo desesperado hice que el césped se alzara en largas cuerdas para atraparlo, pero ninguna llegó a tiempo.

Mis poderes estaban agotados, y esa maldita criatura ya se había perdido entre las nubes del cielo.

Respiré con dificultad, sintiendo el vacío que había dejado mi hermana. Sus intenciones habían sido buenas; fue la única de nosotras que pensó en una salida, en una posible solución. Pero, como siempre, sus planes acaban en desastre.

Sin otra opción, me dirigí a la aldea de los gnomos. Sabía que encontraría respuestas, aunque no estaba de humor para diplomacias.

Los guardias intentaron cerrarme el paso, pero con un simple gesto levanté una ráfaga de viento que los apartó como hojas secas.

—¡Gro! —grité, viendo al anciano aparecer en la puerta principal con una calma irritante.

De un segundo impulso, lancé a los guardias como si fueran títeres contra las puertas, haciéndolas abrir de par en par. Gro ni siquiera parpadeó, y eso me enfureció aún más.

—¿Qué le hiciste a mi hermana? —demandé, mi voz temblando de rabia contenida.

Gro me miró con una sonrisa torcida, como si todo fuera un juego para él.

—Le pedí que llamara a tu padre.

—¡Mientes! —Escupí las palabras, conteniéndome de alzarlo por la barba—. ¡Un hombre alado se la llevó! No era Bastián. Dijo que era Fausto.

El gnomo hizo una mueca, apenas disimulando el interés.

—Oh, parece que ha habido una... lamentable confusión.

—¿A quién ordenaste invocar realmente? —Las lianas a mi alrededor empezaron a temblar, respondiendo a mi furia creciente.

—A Bastián, lindura —repitió—. Aunque... puede que me haya equivocado de pergamino.

—¡Viejo traidor! —rugí, y las lianas rompieron parte del umbral de la entrada, golpeando el suelo con violencia.

—¡Vas a destruir mi castillo! —se quejó, alzando las manos como si con eso pudiera calmarme.

—Entonces, ¡habla! —exigí—. ¿Quién es Fausto?

Gro me miró, su expresión cambiando de súplica a una inquietante seriedad.

—Fausto... es uno de los más poderosos. Un ángel que sucumbió al pecado. Se enamoró de una sirena, y su castigo fue matar a la mujer que amaba, pero se negó... y lo desterraron.

—Y ahora ha vuelto. ¡Dime cómo devolverlo al abismo de donde vino!

El gnomo entrecerró los ojos, susurrando como si las mismas palabras fuesen veneno:

—La única forma es realizar un ritual antiguo, pero es tan peligroso que probablemente mate a quien lo intente.

—Curiosamente, estoy viendo a la persona que obligaré a hacerlo.

—¡HAY UNA SEGUNDA! ¡UNA SEGUNDA OPCIÓN!

Mis lianas apretaron sus gruesos tobillos, poniéndolo de cabeza en el aire.

—Habla.

—Haciendo que la historia se repita. Él... debe sacrificarse.

Mis manos temblaron, haciéndome perder el control de mis poderes por un momento; Gro cayó al suelo. El aire que respiraba se sentía más pesado, dándome cuenta de que ambos destinos eran peligrosos e imposibles.




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