Invocando traición.

0̶7̶

POV. Sarah.

El bosque es espeso, húmedo y traicionero. Las sombras de los árboles proyectan formas distorsionadas en la tierra, y las hojas crujen bajo nuestros pies. Azar tropieza con una raíz expuesta y cae por quinta vez en menos de una hora. Aprieto los dientes, sintiendo mi paciencia evaporarse como el rocío matutino.

—¿Cómo es posible que un elfo sea tan torpe? —bufé, estirando la mano para levantarlo de nuevo.

Azar sacude las hojas de su túnica con aire ofendido, sus labios formando una línea tensa.

—¡No soy torpe! Es solo que... estas botas no son para este tipo de terreno.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué son? ¿Botas de gala para caminar entre margaritas?

—¡Son de cuero élfico de primera! —responde con orgullo, como si eso importara en medio del maldito bosque.

—Me importa un champiñón de qué están hechas, Azar, si no puedes ni caminar con ellas. Se supone que eres ágil y rápido.

—Sí, pero también tengo comodidades en mi aldea. Sillas, almohadas, comida caliente...

Me detengo en seco y me giro hacia él, fulminándolo con la mirada.

—¿Quieres que te cargue, su alteza?

—¿Lo harías? —me lanza una sonrisa, con una arrogancia que me enerva.

Sin pensarlo, le propino un golpe en el brazo. Azar suelta una carcajada baja, su postura elegante incluso cuando finge sobarse el lugar donde lo golpeé. Hay algo en la forma en que se mueve, la fluidez de sus gestos, que contradice su aparente torpeza. No es que sea incapaz... solo es un maldito exquisito.

¿Cómo mi hermana se pudo fijar en este desabrido?

—¡Cállate y camina! —gruño, avanzando de nuevo.

No hemos recorrido mucho más cuando una sensación helada recorre mi columna. Me detengo en seco, obligando a Azar a hacer lo mismo.

—Nos están siguiendo —murmuro, aguzando la vista.

Azar, en un movimiento sorprendentemente ágil, desenvaina su daga y su cuerpo se pone en alerta usándolo de escudo frente a mí.

—¿Qué crees que sea?

No tengo tiempo de responder antes de que unos lobos emerjan de la espesura. Sus ojos brillan con un fulgor antinatural, sus fauces espumeantes goteando un líquido oscuro. Azar alza una mano y susurra un conjuro. Chispas doradas crepitan en el aire... y en lugar de una ráfaga de fuego, cientos de luces nos rodean.

—¿Luciérnagas? —exclamo incrédula.

Azar pestañea.

—Eh... pueden distraerlos...

—¡Eres un inútil!

Uno de los lobos salta sobre Azar. Por un segundo, mi corazón se detiene, pero él gira esquivando el ataque y hundiendo su daga en el cuello de la bestia con una precisión quirúrgica.

Manipulo las lianas y atrapo a otro, estrellándolo contra un árbol. Sin embargo, son demasiados. Azar bloquea un golpe con su antebrazo y chasquea la lengua.

—¡Son demasiados!

No podemos seguir perdiendo el tiempo. Con un gruñido, concentro mi energía y las espinas emergen del suelo, alzándose como una barrera letal entre nosotros y los carroñeros.

—¡Corre! —le ordeno.

Nos lanzamos a través del bosque, las ramas arañando nuestros brazos y el sonido de las criaturas perdiéndose en la distancia.

Cuando al fin nos detenemos, Azar se apoya contra un árbol, jadeante. A pesar de su apariencia refinada, su pecho sube y baja con un ritmo controlado, su mandíbula apretada.

—Bueno... —se endereza con dignidad—. Al menos no nos mataron.

Mi paciencia se rompe.

—¡Eso es porque tuve que salvarnos! —le doy un golpe en el hombro con el puño cerrado. Él apenas se tambalea, pero se soba como si lo hubiera herido de muerte.

—Primera vez que veo una ninfa tan abusiva —se queja con un puchero que me provoca ganas de golpearlo otra vez—. Si llego a casarme con Aileen, ¿serás siempre así conmigo?

—Si sigues comportándote como un imbécil, sí —gruño, girándome para seguir adelante.

Detrás de mí, Azar suelta una risa baja. Y por alguna razón, eso me irrita aún más.

POV. Aileen.

El hambre arde en mis entrañas. Cada movimiento es una tortura, y mi cabeza palpita con la cruel certeza de que pronto no podré mantenerme en pie. Pero prefiero morir de inanición antes que ceder a la idea de comer aquello.

Mis piernas flaquean y el mundo se sacude ante mis ojos. El aire se vuelve denso, irrespirable. Apenas siento el golpe contra el suelo cuando caigo, pero noto unas manos que me sujetan antes de que me desplome por completo.

—Ah, qué tragedia —susurra una voz cargada de burla—. Una pequeña criatura obstinada hasta el final.

Fausto.

El demonio me sostiene con una facilidad insultante, como si yo no pesara nada.

—Eres un desastre, humana —comenta, arrastrando las palabras con su tono lacerante.

—Soy una ninfa —rechisto, con las pocas fuerzas que me quedan.

—Podrías haber sido una con ese cuerpo... Pero una ninfa no se vería tan patética desmayándose en los brazos de un demonio.

Intento apartarme, pero mis extremidades apenas responden. Fausto chasquea la lengua con fingida compasión.

—Pobrecilla la niña...

Me toma por la barbilla, inclinando mi rostro hacia él, como si quisiera examinar un objeto defectuoso. Luego, con una lentitud exasperante, desliza una mano por mi brazo herido.

Un ardor abrasador me recorre la piel cuando un fuego negro envuelve la herida. mientras siento el fuego calentar mi piel, mis ojos se enfocan en esa línea de sangre en el brazo de Fauto, exactamente igual que la mía. La carne se cierra de manera antinatural, dejando un rastro de calidez enfermiza.

Jadeo, el dolor es insoportable, pero lo peor es esa sensación... como si su toque me quemara desde adentro, como si algo de él se quedara en mí.

—¿Por qué me ayudas? —mi voz es apenas un susurro.

Fausto sonríe con malicia y se inclina hasta que su aliento roza mi oreja.

—Porque no quiero que mueras... no quiero volver al infierno todavía.

Hay algo en su tono que me eriza la piel, un matiz que no puedo descifrar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.